Caracas (AFP) – Bancos y negocios como zapaterías y peluquerías reabrieron esta semana en Venezuela en una flexibilización de la cuarentena vigente desde mediados de marzo por la pandemia de COVID-19, coincidiendo con kilométricas filas de vehículos que esperan turno en bombas de gasolina.
Encargado de una zapatería en Sabana Grande, céntrica zona comercial en Caracas, Rubén Castillo se siente aliviado de volver a la tienda. Sabe que «el coronavirus no es un juego», pero sus bolsillos se han vaciado.
Había «necesidad de trabajar (…), teníamos dos meses y medio sin trabajar y nosotros dependemos de lo que hagamos acá», dijo a la AFP este hombre de 37 años, padre de una niña de dos, usando un barbijo entre estantes llenos de coloridos zapatos deportivos, bolsos y camisetas. Un cartel a las puertas del lugar anuncia ofertas especiales para tratar de atraer clientes.
«¿Ahorros? ¿Quién puede ahorrar en Venezuela?», pregunta Rubén con ironía, al referirse a la grave crisis socioeconómica del país. El grueso de sus ingresos llegan de las comisiones por ventas.
El gobierno de Nicolás Maduro puso en marcha el lunes lo que llama «5×10», un esquema de flexibilización de la cuarentena que alterna cinco días de actividades laborales con diez de confinamiento. Toda actividad, salvo la de sectores esenciales como alimentación o salud, permanecía paralizada desde el pasado 16 de marzo.
A la vez, frente a una aguda escasez de combustible, el mandatario socialista aumentó a 50 centavos de dólar el precio del litro de gasolina en un país donde era prácticamente gratuita, aunque mantiene una tarifa subsidiada en bolívares equivalente a 2,5 centavos de dólar, pero solo válida con límites de consumo y registro previo.
El incremento también entró en vigencia el lunes.
Combustible, cuestión difícil
Centenares de vehículos hacían fila este miércoles, a media mañana, en estaciones de servicio caraqueñas.
«Yo no puedo pagar eso», comentó Jermain Arias, técnico de teléfonos celulares, al ser consultado sobre el precio dolarizado de la gasolina. Espera llenar el tanque de su moto pagando la tarifa subsidiada.
«La cuestión de la gasolina está un poco difícil, pensamos que todo había mejorado (con la llegada a Venezuela de buques de Irán con combustible en los últimos días) y ahorita fui a echar gasolina y están las colas otra vez. No hay», expresó al llegar a una tienda de telefonía celular que abrió en Sabana Grande con medidas especiales de seguridad.
Los mostradores están cubiertos con plástico y sus trabajadores utilizan máscaras plásticas y guantes.
El nuevo coronavirus llegó a Venezuela cuando el país sufre una imparable inflación, una recesión que se encamina a su séptimo año consecutivo y el colapso de servicios básicos como agua y electricidad.
Con el parón por el confinamiento y la caída de la producción petrolera venezolana y los precios del crudo, los ingresos del país, estima la firma financiera Ecoanalítica, podrían derrumbarse de 24.000 millones de dólares a apenas 4.500 millones este año.
Odisea
En una peluquería cercana, Michel Vielma está contento por volver a hacer cortes de cabello. No tiene vehículo propio, pero la falta de gasolina impacta con dureza en el transporte y llegar a su sitio de trabajo en la mermada flota de buses públicos no es sencillo.
Las autoridades mantienen restricciones para abordar el metro de Caracas, cuyo servicio se ha limitado desde marzo solo a trabajadores de los sectores considerados esenciales.
«El metro no lo deja pasar a uno si no es empleado público o tiene un salvoconducto», relata Michel, de 59 años. Yuleidy Rusa, de 22, vive en El Junquito, a las afueras de Caracas. La baja oferta de transporte provoca que un trayecto de unos 50 minutos se convierta en uno de tres horas.
«Es una odisea», dice la esteticista que optó por atender previa cita tres días por semana.
En Venezuela hay 18 muertos por COVID-19 y 1.819 casos confirmados hasta el martes, cifras cuestionadas por organizaciones como Human Rights Watch.
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