Quito (AFP) – Semanas de larga caminata casi le revientan los pies. Con 60 años, el venezolano José Carrizales debió alargar su doloroso peregrinaje hasta Quito tras pasar por una Colombia saturada de migrantes a causa del colapso económico en Venezuela.
Cuando ya vio que en su país «faltaba de todo», José se echó a andar. Junto con sus tres hijos y un yerno, salió de la ciudad de Valencia hace mes y medio, cruzó la frontera y llegó a Colombia, donde jamás imaginó que hubiera tantos desesperados como él.
«Colombia está demasiado, demasiado colapsado con los venezolanos», afirma.
Entonces arrancó un nuevo peregrinaje hacia Quito, esta vez a pie y con la esporádica ayuda de conductores solidarios.
Una travesía de 15 días, con más 1.200 km de por medio, que terminó en un improvisado refugio en las afueras de la terminal de buses del norte de Quito.
Bajo plásticos negros amarrados a un árbol, él y más de un centenar de venezolanos pasan los días y las noches.
El verde del lugar desapareció. El polvo se levanta entre las carpas, donde niños se amontonan para cubrirse del frío.
– «Nos estábamos hundiendo» –
Aun durmiendo casi que a la intemperie, José se siente un renacido. En Venezuela, recuerda, prácticamente «nos estábamos hundiendo».
«Todo dio un vuelco que yo no me lo creo. Todavía no me lo creo», afirma con gesto de inconsolable tristeza.
Por ahora, José ve pasar su nueva vida desde un asiento de tablones de madera, con los pies al aire, a la espera de que se le terminen de secar las ampollas.
Con la masiva entrada de venezolanos a Colombia, muchos nuevos migrantes han tenido que alargar su travesía hacia más el sur, incluso hasta Chile o Uruguay.
Más de un millón de personas han llegado a territorio colombiano provenientes del país con las mayores reservas petroleras del mundo. Sin embargo, la crisis económica ha generado escasez de alimentos y demás bienes básicos, mientras la hiperinflación pulveriza los salarios.
Bogotá ya regularizó temporalmente a unos 820.000 venezolanos.
Ecuador acaba de declarar emergencia migratoria ante el ingreso diario de unas 4.200 hombres, mujeres y niños.
La Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) calcula que casi 550.000 venezolanos han entrado a Ecuador desde principios de año. La mayoría huye a pie, en condiciones precarias.
Solo 20% de los que llegan se quedan en Ecuador, los otros continúan hacia Perú y Chile, según Acnur.
– Maldiciones y enfermedades –
Muchos venezolanos debieron seguir hacia Ecuador tras malvivir en Colombia.
Jhony Mora probó suerte durante siete meses. Pero «ya no me daba (alcanzaba) lo que pagaban», señala el joven de 23 años.
Entonces metió lo que tenía en una mochila con el plan de llegar hasta Perú, pero «con suerte» halló trabajo de albañil en Quito y ahora gana en dólares.
La dolarizada economía ecuatoriana resulta atractiva para los venezolanos para enviar remesas a su país, donde un sueldo básico es de 5,9 millones de bolívares (1,60 dólares a la tasa del mercado negro).
«En Colombia a los venezolanos nos veían mal», indica a la AFP Nazareth Viloria, quien se sintió discriminada.
También en Quito se ha encontrado con personas que «nos lanzan maldiciones».
Ella duerme con sus tres hijos de cinco, cuatro y un año. Su carpa está junto a una pila de ropa donada. Otros migrantes escriben sobre cartones viejos la leyenda «Venezolano en busca de empleo», para exhibirlos en las esquinas.
En el improvisado refugio, esperan reunir dinero para seguir con la travesía. Mientras, los venezolanos se ayudan entre sí: distribuyen comida, atienden a los enfermos, recolectan ropa y reparten implementos de aseo.
En una mesa de plástico sobre la cual están regadas unas cuantas cajas de medicina, el paramédico venezolano Miguel Ochoa, que llegó hace seis días a Ecuador, escucha las dolencias de pacientes aquejados principalmente por malestares que les causan el frío andino y la falta de higiene.
«Aquí si no tienes un dólar para bañarte no te bañas, si no tienes diez centavos no puedes ir al baño», explica a la AFP Ochoa, refiriéndose a que la gente debe rentar en lugares cercanos para poder ducharse.
«Y conseguir dinero no siempre es fácil», suelta una de las enfermas.