Montevideo (AFP) – La visita de Carlos Gardel, un jugador amenazado por Benito Mussolini, dos pelotas para un partido y un hito en la rivalidad futbolística con Argentina: Uruguay conmemora este jueves 90 años de una final que le dejó mucho más que la primera Copa del Mundo.
Cuando la FIFA tuvo que elegir al anfitrión del primer Mundial de la historia, tres razones la hicieron inclinarse por Uruguay.
La selección charrúa era la vigente campeona olímpica, tras haber ganado el oro en los Juegos de 1924 y 1928. El año del mundial, 1930, se cumplían 100 años de la jura de la primera Constitución del país. «Y tercero y más importante, Uruguay ofreció pagar los pasajes y viáticos a todos los que vinieran», dijo a AFP el periodista deportivo Alfredo Etchandy.
El país sudamericano también se comprometió a construir un estadio, y lo hizo en tiempo récord. El Centenario, bautizado en honor al aniversario constituyente y erigido en apenas seis meses, es una muestra de la efervescencia de la nación en aquella época.
Era el tiempo de «la Suiza de América, del ‘como el Uruguay no hay’, lo que vino a ser coronado con el campeonato del mundo», señaló el sociólogo del deporte Leonardo Mendiondo a la AFP.
Trece selecciones disputaron el certamen que se jugó en Montevideo del 13 al 30 de julio: Bélgica, Francia, Rumania, Yugoslavia, Argentina, Chile, Brasil, Bolivia, Perú, Paraguay, México, Estados Unidos y Uruguay. Todas invitadas, ya que fue el único campeonato mundial que no tuvo fase clasificatoria.
Un hito clásico
Uruguay y Argentina avanzaron sin mayores escollos hasta el partido definitorio, reeditando la final olímpica ganada por los charrúas apenas dos años antes.
«Ya eran rivales tradicionales y definían todos los certámenes importantes a nivel de clubes y de selecciones desde 1900. Brasil todavía no tenía el potencial de hoy», apuntó Etchandy.
Numerosos ingredientes hacen más memorable al partido, incluida la visita del mítico cantor de tangos Carlos Gardel a las concentraciones de ambos equipos.
De acuerdo a crónicas de la época, de los 70.000 hinchas que colmaron el Centenario, unos 15.000 llegaron desde la otra orilla del Río de la Plata.
«Acá no los trataron del todo bien a los argentinos, la verdad. Era un clásico durísimo», admitió Etchandy sobre los reportes de desmanes, antes de recordar que incluso un futbolista visitante fue amenazado de muerte y «terminó jugando obligado y muy mal».
Según versiones, quienes amenazaron a Luis Monti fueron dos italianos enviados por el régimen dictatorial de Mussolini, quien quería crear tensión para que el mejor jugador albiceleste aceptara jugar para Italia, algo que sucedió meses después.
Otra rispidez el día del partido se produjo por la pelota: en aquel entonces no había balón oficial y cada combinado quería jugar con el suyo.
El árbitro Jean Langenus, «un belga que un poco preocupado por la situación había pedido un salvoconducto para irse», decidió salomónicamente que el primer tiempo se jugaba con el balón argentino y el segundo con el uruguayo, recordó el periodista.
Argentina terminó ganando el primer tiempo 1-2 y el local revirtió el marcador en la segunda parte a 4-2, consiguiendo que la primera Copa del Mundo se quedara en casa.
Mundial «muy lejano»
Si bien ese partido no marcó el inicio del clásico rioplatense, cultivado en las tres décadas anteriores, sí es un capítulo importante en la rivalidad futbolística con Argentina, dice Mendiondo.
«Es parte de los cimientos que generaron la identidad uruguaya asociada al fútbol», estimó.
No obstante, tanto el sociólogo como Etchandy entienden que aquella mítica final ha ido perdiendo peso con los años, opacada por gestas posteriores como el Maracanazo de 1950.
«Los (jugadores) del 30 murieron todos hace tiempo, y los del 50 fueron partícipes de la fiesta hasta hace poco», señaló el periodista.
«Las personas queremos emociones cercanas en el tiempo», dijo por su lado Mendiondo.
«Un ejemplo es lo que pasó en 2010, cuando la gente se volcó masivamente a festejar un cuarto puesto, algo impensable» en Uruguay tiempo atrás, «cuando todo era ‘ganar o morir'».
El mundial de 1930 «forma parte de la historia pero es muy lejano y poco sentido, porque la gente no lo vivió».