Aiquile (Bolivia) (AFP) – Montado en su bicicleta y con un pizarrón a cuestas, el profesor boliviano Wilfredo Negrete se desplaza por el campo tres veces por semana para dictar clases a niños en cuarentena por el coronavirus.
«Como tengo la bicicleta y salíamos al mercado, he agarrado mi pizarrita y me he lanzado a las casas de los estudiantes», dice a la AFP este docente de 35 años, cuya labor ganó notoriedad en las redes sociales.
Aiquile es una localidad de la región central de Bolivia, famosa por hospedar anualmente un festival del charango, un instrumento de cuerdas típico de Los Andes, y porque hace 22 años fue sacudida por un fuerte sismo que destruyó edificaciones y dejó 124 fallecidos.
Desde que la covid-19 irrumpió en Bolivia en marzo, la asistencia a las escuelas quedó suspendida. En este país de 11 millones de personas hay más de 19.000 casos de coronavirus, con 632 decesos.
Si bien las autoridades han recomendado la educación virtual a través de internet y teléfonos móviles, tales herramientas no están a disposición de las familias rurales, lo que deja a niños y adolescentes del campo al margen de toda cobertura escolar mientras dure el aislamiento.
Las madres de los niños, mayormente campesinas quechuas, acogen con elogios la iniciativa del profesor, quien puso un remolque en su bicicleta para transportar su pizarrón por caminos vecinales de tierra.
«Es bien que está enseñando a las ‘wawas’ (niños, en quechua), dando su tiempito», celebra Ovaldina Porfidio, madre de dos pequeños, uno de los cuales no pertenece al curso del maestro.
Negrete, aficionado al ciclismo y padre de dos hijos pequeños, no solo visita las comunidades campesinas donde viven sus alumnos sino que también los recibe en su casa. Para ello habilitó mesas para el distanciamiento físico y les ofrece alcohol en gel para desinfección antes y después de las clases.
«Las wawas están olvidando» los contenidos escolares, refiere Ovaldina Porfidio, que lleva a sus hijos casi diariamente a casa del maestro caminando al menos dos kilómetros.
«Están más de dos meses sin clases y están recordando poco a poco» gracias al profesor, comenta la mujer a la AFP.
«Los hago reflexionar»
El maestro, que no percibe ningún pago adicional por su trabajo, relata que algunos de sus alumnos reciben las tareas escolares a través del WhatsApp, pero la mayoría de ellos carece de celulares e internet.
«Tengo 19 estudiantes y de ellos 13 no tienen celulares ni acceso a internet», dice Negrete, poniendo en evidencia las limitaciones de los niños y adolescentes campesinos.
Los obstáculos para la educación a distancia se suman: la señal de internet que recibe Aiquile es deficiente, los campesinos no cuentan con aparatos con la suficiente capacidad para descargar las tareas que les envían a sus hijos y los padres no están familiarizados con el manejo de los celulares ni con los contenidos educativos.
Resulta impensable que los padres pudieran adquirir una computadora debido a sus bajos ingresos, que además disminuyeron por la cuarentena que paralizó sus actividades productivas.
El docente de educación primaria, cuyo salario bordea los 500 dólares mensuales, atiende a los alumnos de su ciclo así como a otros niños y adolescentes que le visitan para reforzar sus conocimientos y no quedar rezagados.
«Estoy haciéndoles reflexionar sobre la enfermedad. Por ejemplo, sobre la pirámide de los alimentos para enseñarles a reforzar su alimentación y combatir las enfermedades» ante la proximidad del invierno austral, explica el profesor.
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