Gitega (Burundi).- En medio de las suaves colinas de la provincia burundesa de Gitega, Jacqueline Hakizimana, de 42 años, contempla la tierra contra la que una vez tuvo que luchar.
En este lugar, donde la tierra se le resistió durante mucho tiempo y las semillas se deshacían en polvo, ahora los campos están verdes, con hileras de maíz y frijoles. Los cultivos se alzan ordenadamente desde el suelo. Para Jacqueline la agricultura ha sido una forma de vida durante más de 30 años, ya que heredó esa ocupación de su familia, que cultivaba en la cercana colina de Kiremera.
Pero, a pesar de la experiencia que poseía, sus resultados eran todo menos ideales.
Disponía solo de semillas de mala calidad y sabía muy poco sobre cómo fertilizar el suelo de manera efectiva.
«Yo sembraba 100 kilogramos de frijoles en dos hectáreas y cosechaba tan solo 90 kilogramos», recuerda Jaqueline, lo que significa que la cantidad de frijoles que cosechaba era inferior a la que había plantado.
Sus técnicas agrícolas rudimentarias eran las transmitidas de sus padres o aprendidas de los vecinos y, año tras año, el rendimiento era decepcionante. Cultivaba frijoles, maíz, yuca, batatas y guandules, pero la producción apenas alcanzaba para alimentar a su familia —su esposo y sus cuatro hijos—.
«Comíamos lo poco que cosechábamos y el resto tenía que comprarlo en el mercado», cuenta Jaqueline.
«Pensé que mis hijos tendrían que valerse por sí mismos para sobrevivir», dice mientras recuerda las condiciones en las que se encontraba en un momento dado.
Fue en ese período cuando Jacqueline oyó hablar de la labor de Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en relación con las escuelas de campo para agricultores, es decir, un programa práctico en el que los agricultores aprenden técnicas mejoradas a través de demostraciones en el terreno.
«Me hablaron de las escuelas de campo para agricultores en una sesión de formación impartida por un agrónomo de nuestra zona”, explica. Aunque comenzar nuevas empresas puede parecer arriesgado, Jacqueline dice que no estaba preocupada. «Me sentía segura porque estaba con otras mujeres de mi comunidad», comenta.
En la escuela de campo para agricultores Jacqueline conoció varias innovaciones que la ayudaron a revolucionar su forma de cultivar. La más importante consistía en convertir los grupos formados en la escuela de campo en cooperativas, prestando especial atención a conectar a los agricultores con los mercados. Al formar parte de una cooperativa, no solo aprendía mejores técnicas, sino que se estaba integrando en una red mayor que la ayudaría a acceder a los mercados, vender sus productos y aumentar sus ingresos.
En los primeros días de la escuela de campo para agricultores, Jacqueline recibió formación práctica sobre manejo de cultivos y conservación del suelo. Aprendió a sembrar en hileras, a usar semillas de mejor calidad y a manejar el suelo guiándose por las curvas de nivel y aplicando prácticas agroforestales que redujeron la erosión.
«Antes empleaba grandes cantidades de semillas y cosechaba muy poco”, recuerda. “Ahora siembro una cantidad mínima y la cosecha es mayor, aunque la extensión de tierra es la misma»
El punto de inflexión llegó cuando aplicó sus nuevos conocimientos. «Sembré 70 kilogramos de maíz en dos hectáreas y coseché 1 600 kilogramos de granos de maíz», afirma. Este éxito le permitió comprar un terreno de 0,5 hectáreas.
Con el dinero obtenido de la venta de las plantas producidas por la cooperativa, ella y su familia compraron dos vacas de raza mejorada, cinco cabras y seis conejos, que contribuyeron aún más a la sostenibilidad de su explotación al proporcionar abono orgánico. “Ahora puedo permitirme cosas que ni en sueño pensaría lograr, como comprar mi propio terreno”, sonríe Jacqueline.
Su liderazgo también ha progresado. Jacqueline es ahora presidenta de la Cooperativa Turwanyubukene, que se traduce como «Superar la pobreza juntos» Actualmente transmite a otros miembros de la cooperativa las técnicas agrícolas que ha llegado a dominar, y su influencia se percibe en toda la comunidad. Su cooperativa se encarga de una superficie de 12 hectáreas de cultivos diversificados y cuenta con unas existencias de 400 kilogramos de maíz, además de ahorros en el banco.
Su próximo proyecto es construir un almacén para guardar la cosecha e instalar un molino para agregar valor a la producción de maíz. «Nuestro actual objetivo es reunir la producción de los hogares de los alrededores, almacenarla y procesarla para el mercado», expone.
Este cambio de una agricultura de subsistencia a una agricultura orientada al mercado es el resultado de la estrategia más amplia de la FAO destinada a crear conexiones entre los pequeños agricultores y los mercados locales y nacionales. Para Jacqueline, el proyecto significaba ampliar las oportunidades gracias a la adopción de medidas colectivas. «Al trabajar con otros agricultores, podíamos compartir experiencias, aprender a partir de las parcelas de demostración y vender nuestros productos juntos en el mercado», explica.
En Burundi, las mujeres han desempeñado un papel esencial para el éxito del modelo cooperativo. Ellas constituyen el 78,3 % de los miembros de las escuelas de campo para agricultores y las cooperativas en el país, y ocupan el 73 % de los puestos de toma de decisiones dentro de comités orientados a las cadenas de valor sostenibles.
Su liderazgo ha ayudado a restaurar tierras degradadas, a introducir la rotación de cultivos y la agricultura orgánica y a mejorar la nutrición de los hogares. Además, los ingresos de las mujeres han elevado los ingresos de los hogares en un 20 % por término medio.
«Las mujeres han sido la fuerza motriz de muchos de estos cambios», dice Dieudonne Kameca, experta en cadenas de valor de la FAO procedente de Burundi.
No obstante los impresionantes resultados, sigue habiendo desafíos. El acceso a crédito, los retrasos en la obtención de equipo y la inestabilidad de los mercados agrícolas siguen obstaculizando los avances. La FAO está llevando a cabo estudios de mercado, mejorando el intercambio de información sobre los precios y promoviendo la iniciativa empresarial en el ámbito agrícola para hacer frente a estos problemas.
«Con los recursos y el respaldo adecuados, la transformación es no solo posible, sino inevitable», afirma Vincent Martin, Director de la Oficina para la Innovación de la FAO. «Aun en los entornos más complicados, los agricultores pueden superar las adversidades y convertir el trabajo duro en éxito, allanando el camino para que sus familias y comunidades tengan un futuro mejor».
En el caso de Jacqueline, ella ha transformado su explotación agrícola en un negocio próspero. «Solía pensar que mis hijos tendrían que pasar dificultades, como me ocurrió a mí», dice. «Ahora sé que les espera un futuro mejor».
La labor de la FAO en Burundi no se limita a aumentar la producción agrícola, sino que también se dedica a construir comunidades resilientes capaces de afrontar los desafíos económicos y ambientales. Los agricultores de la provincia de Gitega son ahora los líderes de un movimiento para revitalizar la agricultura en Burundi. Con el apoyo adecuado, la transformación siempre es posible.