Sao Paulo (AFP) – Frente al espejo, Marlene admira su flamante tatuaje de flores sobre su pecho izquierdo. Al fin dejará de ver la cicatriz circular que le dejó la cirugía por cáncer de mama, gracias a una de las iniciativas en Brasil para superar heridas del pasado.
«Aunque no la mostrara, me dolía ver esa marca», dice Marlene Silva dos Santos, de 51 años, quien hace unos cinco sufrió esa enfermedad.
«Pero ahora veo flores. No pensé que podía quedar tan bonito», agrega emocionada, con la piel todavía caliente por el trabajo de la aguja.
Durante varias horas, Marlene ha soportado sin quejarse su trazo profundo, tendida en la camilla de un estudio de tatuajes de Sao Paulo, cuyo colorido contrasta con sus recuerdos todavía latentes de las salas de hospital donde fue tratada con quimioterapia.
El resultado es un dibujo floral que desciende por el torso hasta convertirse en diamantes, mientras que otro pequeño tatuaje simula el pezón que perdió en la operación en que le extirparon y reconstituyeron una mama.
Marlene es una de las casi 160 mujeres a quienes la paulista Karlla Mendes tatuó como parte de un proyecto social para ayudar a cerrar simbólicamente heridas cicatrizadas.
Muchas de ellas, producto de enfermedades, violencia de género o accidentes.
La iniciativa, llamada «We are diamonds» (Somos diamantes), comenzó en 2017, con esa piedra preciosa como un símbolo que Mendes convirtió en una marca personal.
«Quiero transmitirles (a esas mujeres) que somos como diamantes en bruto que vamos puliendo durante nuestra vida», dice la tatuadora, que ofrece su trabajo ad honorem, en asociación con distintas oenegés.
«Es muy gratificante ayudarlas con mi arte a transformar y cambiar el significado de una cicatriz que trae malos recuerdos por algo que les haga amarse», dice Mendes.
«Orgullo» –
Kelly Pereira también luce flores y diamantes, en su caso, desde el hombro hasta el codo, sobre la piel quemada en un accidente doméstico que además le dejó marcas en el cuello, el pecho y en una mano.
Las cicatrices datan de su niñez, cuando el fuego la envolvió después de que su hermana intentara cocinar avivando la llama de la cocina de gas con alcohol, mientras su madre estaba fuera trabajando.
«La cicatriz cuenta mi historia; no me avergüenza. Fue algo que vencí y que me hizo nacer de nuevo, y eso me enorgullece», dice Pereira, de 36 años.
Por eso, el tatuaje no fue una forma de esconder, sino «una motivación para hablar más» de su marca.
«Quiero mostrar que podemos (…) transformar nuestra vida con un gesto que no marca solo nuestra carne, sino también nuestra alma», reflexiona.
Superar traumas y complejos –
En Belo Horizonte (capital de Minas Gerais, sureste), Augusto Molinari ofrece igualmente una solución sin costo a quienes buscan una cura estética a momentos de dificultad que quedaron grabados en la piel.
Por ejemplo, cuenta a la AFP, imprimió un tatuaje de colores sobre una mujer víctima de violencia de género, cuyo marido le causó quemaduras graves, así como a personas con rastros de automutilación.
«Se ve un brillo en el rostro de la persona cuando se mira en el espejo y se siente completa al ver que su cuerpo mudó, lo que transforma el dolor», dice Molinari.
Los tatuajes «ayudan a muchos a superar traumas de imagen o de autoestima».
Dulcineia Soares, de 66 años, perdió a los seis una falange de su dedo mayor izquierdo en una moledora de caña de azúcar, de donde se obtiene su jugo, una bebida muy popular en Brasil.
Sobre ese dedo mutilado, expuesto cada vez que interpreta alguna pieza musical en el teclado, su arte y su trabajo, Molinari simuló una uña.
«¿Por qué no lo pensé antes? Me dio una sensación de libertad, ya no tengo que estar escondiendo el dedo», celebra Soares, extendiendo sus manos.
Betania Sartori, médica especialista en cirugía plástica, explica que tatuar la piel reconstituida sobre una herida «es seguro, bajo algunas condiciones».
«No deben tatuarse cicatrices que todavía están en actividad, o sea con hipertrofia (inflamada o enrojecida) o queloide (engrosada)», es decir, «todavía produciendo colágeno», indica.
Las cicatrices pueden demorar más de uno o dos años en madurar, es decir, en dejar de verse rojas o duras, aclara este profesional que asesora a Mendes.
Marlene vuelve a mirarse sonriente: «Es el cierre de un ciclo», sentencia, antes de ponerse la camisa.