Juchitán de Zaragoza (México) (AFP) – Los muertos por el terremoto de 8,2 grados que la medianoche del jueves sacudió a México, el mayor en un siglo, pasó a 90 tras confirmarse este domingo 25 nuevos decesos en el sureño estado de Oaxaca, donde las víctimas era enterradas entre reclamos de ayuda.
«Se reporta que el número de personas que perdieron la vida asciende a 90, de las cuales 71 son en Oaxaca, 15 en Chiapas y 4 en Tabasco», explicó en un comunicado el Ministerio de Gobernación (Interior).
El gobierno afirmó que las tareas auxilio siguen con la distribución de decenas de miles de paquetes de alimentos, víveres, leche, cobertores y despensa en las zonas afectadas, principalmente Chiapas y Oaxaca, donde hay comunidades de difícil acceso por estar enclavadas en montañas.
Pero muchos habitantes, angustiados de ver sus casas reducidas a escombros o a punto de venirse abajo, se desesperan y denuncian que la ayuda llega a cuentagotas.
«Seguimos sin agua y sin luz, dormimos con los niños aquí afuera, nadie ha venido a ayudarnos», explicó a la AFP María de los Ángeles Orozco, madre de una de las numerosas familias que perdió su hogar y que ahora viven en las calles de Juchitán (Oaxaca), con 100.000 habitantes, convertida en el epicentro de la tragedia con decenas de muertos.
La familia de Juana Luis terminó improvisando una vivienda bajo un enorme árbol, luego de que su casa se desmoronara. Recuperaron una mesa, sillas, hamacas y unas cobijas para pasarla lo mejor posible. Pero es difícil.
«Antes comprábamos un pollo en 70 pesos (4 dólares), ahora lo venden a 300 (17 dólares). Me angustia mucho, por más que yo quiera comprarles a mis hijos cuando me piden, no me alcanza «, explica a la AFP la madre de la familia, de 40 años, sin poder contener las lágrimas.
Esta mujer, junto con otras vecinas, salió a «pelear» las despensas del gobierno y lograron que militares les entregaran una pequeña caja con galletas, frijoles, arroz, leche en polvo y café.
En la plaza de la iglesia de Martes Santo se instalaron familias con niños y ancianos, temerosos de que sus casas terminen por desmoronarse debido a las continuas réplicas –ya van más de 800–. Tampoco van a albergues, vigilan los escombros de su hogar para evitar que roben lo poco que queda.
– «La vida no vale nada» –
En las calles se sucedían numerosas procesiones fúnebres entre muestras de dolor y una estridente música que tocaban bandas para despedir a los muertos, como marca la tradición en Juchitán, habitada principalmente por indígenas de la etnia zapoteca.
Uno de los funerales más multitudinarios fue el de un policía local, cuyo cuerpo sin vida fue rescatado la tarde del sábado en el sitio donde se erigía el palacio municipal, una majestuosa construcción derribada por el sismo.
Una camioneta con los restos del policía era seguida por decenas de sus compañeros, familiares y una banda que entonaba una canción ranchera que clama «la vida no vale nada».
En otro punto de la comunidad despedían a Manuela Villalobos, de 85 años. Murió al desplomarse el techo de su casa mientras dormía.
«Era una mujer muy fuerte, velaba para que las nuevas generaciones conocieran las tradiciones zapotecas, como los rituales de funerales», comentó su nieto Cristian Juárez, de 46 años, médico de profesión.
Sollozos y lamentos se escuchaban ante el panteón de la localidad, donde tres ancianas indígenas vistiendo sus tradicionales ropas de coloridos bordados vendían pétalos de flores rojas a los dolientes.
El sismo ocurrió a las 23H49 locales del jueves (04H49 GMT del viernes) cerca de la localidad de Tonalá (Chiapas), en el Pacífico, a unos 100 kilómetros de la costa.
Ciudad de México, devastada el 19 de septiembre de 1985 por un sismo de 8,1 grados que dejó más de 10.000 muertos, se estremeció por el terremoto, pero salió ilesa debido a la lejanía del epicentro.