Santiago (AFP) – A media hora del centro de Santiago, Quilicura se ha convertido en un pequeño Haití. Miles de haitianos llegados a Chile en los últimos tres años, en una ola migratoria sin precedentes, han elegido este barrio humilde en el extrarradio de la capital para convertir su sueño en realidad.
Peluquerías, restaurantes, tiendas con comida típica del país que, junto con República Dominicana, comparte la isla La Española en el Caribe, florecen en este barrio inseguro y cada vez más multicultural, donde conviven chilenos, dominicanos y colombianos principalmente.
Atraídos por la ausencia de visado y por la situación económica de Chile, más de 100.000 haitianos han llegado a Chile en los últimos tres años.
Pero como ya había hecho durante su primer gobierno (2010-2014) con los dominicanos, el gobierno del conservador Sebastián Piñera decidió «ordenar la casa» y exigir a partir de abril una visa consular para los haitianos. Los efectos no se han hecho esperar. El mes pasado ingresaron en el país 33.000 extranjeros, la mitad que en enero.
La noche cae en Quilicura y el restaurante M.O.B Gang Family es uno de los puntos de encuentro de la comunidad haitiana. Cuando el dueño, un rapero y comerciante, llegó hace años a Chile, era imposible encontrar los sabores y la música de Haití.
«La gente llegaba y se aburría, ahora es diferente porque se sienten como en su misma tierra. Pueden comprar su comida y los chilenos pueden probar nuestros gustos», señala quien se identifica como Sun-G M.O.B.
Osnel Pierre Louis es uno de los haitianos que llegó al principio de la ola migratoria hace casi tres años. Y se siente «como en casa». Empezó trabajando como mesero en locales turísticos gracias a sus conocimientos de francés, inglés y portugués.
Pero a sus 27 años se ha independizado y ha logrado montar un modesto taller de motos en Quilicura y un minimercado donde se encuentran productos de su país.
A unas cuadras del pequeño taller de Osnel, Leconte le corta el cabello a una compatriota. «El frío no es bueno pero Chile me gusta. No falta seguridad y es más fácil trabajar», dice este peluquero de 30 años que al igual que miles de compatriotas escapó de la pobreza y de la falta de oportunidades en un país que todavía no ha logrado recuperarse del devastador terremoto de 2010.
– El idioma, una barrera –
Pero aunque algunos han logrado hacerse un hueco en la sociedad chilena, la mayoría son explotados en trabajos mal pagados y sin contrato, lo que les impide acceder a viviendas dignas y suelen acabar a menudo en cuartuchos insalubres donde viven hacinados y por los que pagan alquileres abusivos.
En una canción a ritmo de rap, Wesly Lotog describe las «discriminaciones y humillaciones» que vivió en Chile a donde llegó, según cuenta, después de verse frustrados sus diversos intentos de llegar a Estados Unidos y porque no necesitaba visa.
A sus compatriotas les cuenta que no «todo es oro lo que brilla» en el país sudamericano, que cuenta con una de las rentas per cápita más altas de la región.
Una de las mayores barreras para los haitianos que llegan a Chile es el idioma. Así lo fue para Joane Forvil, una haitiana a la que acusaron de abandonar a su hija recién nacida por no poder hacerse entender en español y murió tras ser detenida por la policía en circunstancias que aún se investigan.
Una parroquia en el céntrico barrio Yungay, en el centro de Santiago, fue una de las primeras en apoyar a los llegados de Haití con clases de español. En el mismo barrio, la Fundación Fre tomó la posta y cada semana enseña el idioma de Cervantes a cientos de migrantes.
Las clases fueron un salvavidas para Bitan, que llegó hace un año y siete meses para rencontrarse con su marido. El idioma, dice, fue «lo más difícil» de superar. Y una traba para encontrar trabajo.
Pero pese a las dificultades, Pablo Valenzuela -director social del Servicio Jesuita Migrante (SJM)- asegura que hay noticias alentadoras. Un buen número de haitianos está consiguiendo labrarse un futuro a través del trabajo.
– Tijuana, otro pequeño Haití –
Con la vista puesta en llegar a Estados Unidos, los haitianos también han elegido México para emigrar, aunque la política antiinmigración del presidente estadounidense Donald Trump ha obligado a muchos a buscar nuevos horizontes.
En la ciudad fronteriza de Tijuana, los haitianos llegaron a construir no hace mucho su ‘pequeño Haití’.
«No sé cuánto podré seguir viviendo aquí. Actualmente me siento bien con todos los mexicanos», dice con un español básico Matthelié, parado frente a su carrito en el que vende mazorcas de maíz en Tijuana, en la frontera con Estados Unidos.
Los haitianos comenzaron a llegar a mediados de 2016 a este lugar, impulsados «por el mito de que por aquí era más fácil cruzar a Estados Unidos y también porque creían que aquí era menos inseguro que en Ciudad Juárez» situado al otro extremo de la frontera, explicó a la AFP Zoraya Vázquez, de la organización Espacio Migrante.
La comunidad haitiana en Tijuana llegó a 16.000 personas, pero ahora quedan unos 3.000, asegura.