Sacaba (Bolivia) (AFP) – Sobre la vía han ido quedando sombreros, camisas y zapatos gastados de los seguidores de Evo Morales. También están las cruces de metal que recuerdan a los menos afortunados, a los nueve que cayeron en la represión oficial cuando querían entrar a la ciudad boliviana de Cochabamba.
Después del duelo, la rabia. Los deudos se llevaron a sus muertos, pero campesinos cocaleros siguen apiñándose en el mismo punto donde, aseguran, los militares abrieron fuego el pasado viernes.
Dolidos por la «humillación», prometen abrirse paso y, de ser necesario, llevar su reclamo de justicia hasta La Paz, capital administrativa boliviana, a 400 km de Cochabamba.
Incluso, enfatizan, a costa de poner más muertos en la lucha que late en Sacaba, el municipio vecino de Cochabamba, convertido en el foco de mayor rechazo a Jeanine Áñez, la exsenadora que asumió como mandataria interina en reemplazo de Morales.
«Si hay caídos, los velamos ahí, pero seguimos». Jaime Marcas, de 26 años, con tapabocas y gorro de lana con orejeras, blande la advertencia en el tomado retén que conecta a Sacaba con Cochabamba, departamento homónimo del centro de Bolivia.
Junto al puesto de control se levanta una valla con la imagen de Morales como presidente en la que, en la parte inferior, puede leerse: «preservamos y conservamos nuestras carreteras».
Pero sobre la vía, la única que conecta a Cochabamba con Chapare, la región cocalera que vio surgir al ahora exmandatario, se acumulan imágenes de destrucción, mientras en los exteriores de algunas viviendas pueden verse orificios de proyectiles.
«Nos han discriminado a las mujeres de polleras, nos han pisoteado nuestra banderas, nuestra whipala. Y no nos dejan entrar a la ciudad. Nos revisan todo, como si fuera una frontera», dice Leonor González a la AFP.
Su rostro se enciende en cólera. La mujer de 45 años sostiene que las fuerzas oficiales engañaron a los manifestantes que querían llegar hasta Cochabamba, diciéndoles que dejarían pasar primero a las mujeres: «A nosotras gas y a ellos, los hombres que se quedaron detrás esperando que pasáramos, bala».
El ministro de Gobierno, Arturo Murillo, insinuó que los campesinos se habían disparado entre sí.
– «Pueden meternos bala» –
De un lado de la frontera que describe González se ven piedras y telas negras extendidas a ambos lados de la carretera. Del otro, aguardan, distantes, las fuerzas de seguridad.
También saltan a la vista los restos de un neumático quemado sobre los que se apilan sombreros, jirones de camisas y el calzado de niños y mujeres, junto a una vela encendida a la luz del día.
«Son de los que alcanzaron a correr», dice uno de los campesinos que prestan guardia. Más adelante están las señales de los que murieron hace tres días: cruces de metal negro con abundantes flores que se marchitan bajo el calor de Sacaba.
En letras blancas pueden leerse los nombres de Emilio, Ómar, César, Juan, Roberto, Lucas, Plácido, Marcos. Pero sobresale la cruz con el nombre de Armando y la foto de un joven de no más de 20 años.
Las fuerzas combinadas de Ejército y Policía la emprendieron contra los campesinos leales a Morales que protestaban por su abrupta salida del poder después de casi 14 años de mandato.
Morales buscó la reelección en los comicios del 20 de octubre, pero la oposición denunció fraude – lo que en parte fue avalado por denuncias de irregularidades de la OEA – y se desató una crisis con eco en las calles que lo llevó a renunciar, tras perder el apoyo de los militares y la Policía.
Desde entonces Bolivia quedó fracturada y ya son 23 muertos en menos de un mes. Morales, exiliado en México, se considera víctima de un golpe de Estado, y su sucesora prometió pacificar el país y convocar a elecciones.
Pero en Sacaba nadie quiere oír de nuevos comicios hasta que se vaya Áñez.
La represión aumentó el descontento, pero el dolor se transformó en ira después de que la mandataria blindara jurídicamente a los militares que intentan imponer el orden.
«Antes no pasaba esto. Había protestas pero no usaban la bala (…), ahora cualquiera puede venir, meternos bala y no le meten juicio», denuncia Jaime Marca.
Los campesinos niegan estar armados. Apenas algunos exhiben latones que hacen las veces de escudo y petardos de pirotecnia. Otros dicen que se preparan para resistir con hondas para lanzar piedra.
«No queremos este gobierno, (lo) desconocemos rotundamente. Sentimos rabia, todo el pueblo en general. En este momento la gente no tiene miedo, ahora más han renegado, y vamos hasta las últimas consecuencias», advierte Marcelo Pacchi, de 42 años.
De repente, entre los muchos manifestantes, alguno suelta la palabra diálogo. Furiosos le saltan encima al hombre. «¡Nada de diálogo compañeros!». Suenan los aplausos.