Jhapa (Nepal).- Gita Adikhari se dio cuenta de que algo importante había cambiado cuando su granja del distrito de Jhapa, en el este de Nepal, rindió casi el doble de lo que cosechaba normalmente.
La abundante cosecha de papas no se produjo de casualidad sino gracias a las enseñanzas extraídas de una escuela de campo para agricultores (ECA) dirigida por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) con financiación del Fondo Verde para el Clima.
El aumento de la producción de papas «fue la confirmación de que estábamos haciendo las cosas bien, y me motivó a seguir aprendiendo y mejorando nuestros métodos de cultivo para obtener aún mejores resultados más adelante», afirma esta agricultora de 47 años.
La región en la que se concentran las ECA es Churia, la zona de cuencas hidrográficas del país, donde también viven Gita y otros estudiantes. Esta región hace frente a un abanico de problemas ambientales, como deforestación, erosión del suelo y pérdida de biodiversidad.
Estas dificultades, combinadas con los efectos de la crisis climática, están ejerciendo presión sobre los medios de vida de los miembros de las comunidades locales. Gita dice que, a medida que las lluvias se vuelven cada vez más erráticas y las temperaturas aumentan: «Vemos que los cultivos ya no pueden crecer como antes, y a veces fracasan por completo».
Una de las finalidades generales de los conocimientos adquiridos es lograr que los sistemas agrícolas sean más resilientes al cambio climático. Por ejemplo, para reducir la presión sobre los bosques debido a la recogida de leña y el forraje, las ECA enseñan a los agricultores a cultivar forraje y plantar árboles para forraje en sus propias tierras y a recoger el estiércol y la orina del ganado para obtener fertilizantes líquidos y compost. Todas estas prácticas contribuyen a frenar el pastoreo abierto y no controlado y el agotamiento de los suelos.
Gracias a las iniciativas de restauración del proyecto, se reducirán 11,48 millones de toneladas equivalente de CO2 en los próximos 20 años.
Desde que asiste a los cursos de capacitación, Gita afirma: «He cambiado muchas cosas en la granja. Antes, no sabía mucho sobre prácticas agrícolas, así que utilizaba fertilizantes químicos sin conocer realmente sus efectos perjudiciales o la cantidad que debía utilizar. Tampoco sabía qué cultivos plantar juntos. Pero, ahora, he empezado a usar jholmol (un biofertilizante y bioplaguicida casero) y compost hecho a partir de estiércol».
Otro elemento importante que demuestra la ECA es el uso de biocarbón, una sustancia similar al carbón vegetal que se fabrica a partir de residuos de cultivos, para mejorar el suelo y las técnicas de recubrimiento orgánico para conservar la humedad del suelo. Estas prácticas se utilizan junto con cultivos intercalados para lograr que el cultivo sea más eficiente, al tiempo que proporciona materia orgánica para fertilizar los nuevos cultivos.
Confianza creciente
Aunque el marido de Gita tiene una pequeña tienda en la comunidad, muchos de los hombres de la región trabajan en el extranjero. Por eso, explica Gita: «la mayor parte del trabajo agrícola recae en las mujeres. Esto significa que tenemos que hacer malabarismos entre el trabajo agrícola y las tareas domésticas, lo que puede ser muy duro. Además, a menudo carecemos de la infraestructura y los conocimientos adecuados para trabajar con eficacia, lo que afecta a nuestra productividad».
Las mujeres, aunque realizan la mayor parte del trabajo, siguen luchando por tener voz en las decisiones debido a las normas culturales y tradicionales.
«En nuestra comunidad rural, las mujeres no tienen muchas oportunidades de expresarse o compartir abiertamente sus pensamientos debido a nuestra cultura. Así han sido siempre las cosas, y eso me hizo sentir que mi voz no tenía mucha importancia», explica Gita.
Por este motivo, la ECA trabaja con las mujeres, no solo para que se ganen mejor la vida con sus tierras, sino también para aumentar su confianza. «Ya no tengo temor de compartir mis opiniones y participar en la comunidad», afirma Gita.
Hacer participar activamente a las mujeres en las decisiones sobre agricultura y gestión de los recursos rurales mejora la resiliencia de la comunidad y promueve una mayor igualdad de género, señala Gita. Su papel es especialmente importante como líder de las 22 mujeres de un total de 28 estudiantes.
A pesar de las dificultades, «tengo esperanza en el futuro de la región de Churia. Mediante esfuerzos de conservación adecuados y prácticas sostenibles, podemos trabajar para restaurar la salud del ecosistema», afirma Gita.
Esa aspiración es el elemento central del proyecto. En estrecha colaboración con diversos actores, entre ellos todos los niveles de gobierno y organizaciones comunitarias, el proyecto está ayudando a Gita y a sus colegas agricultoras a fortalecer tanto su propia confianza como el futuro de su región.