Antofagasta (Chile) (AFP) – A sus 70 años y con la piel curtida por el sol, Hugo Moroso selecciona con sus manos las rocas que extrae de la pequeña mina de cobre Kiara donde trabaja, que volvió a operar tras el alza en el precio del metal, del que Chile es su mayor productor.
«Mi hijo no quería que siguiera trabajando en la minería», cuenta Moroso, que gana duramente el equivalente a 660 dólares mensuales y es padre orgulloso de un ingeniero en automatización.
Responsable de entre el 10 y el 15% del PIB nacional y de la mitad de las exportaciones, el cobre es considerado el «sueldo de Chile» pero ahora que ha alcanzado precios récords, muchos pequeños mineros, como Moroso, reprochan que sus ingresos nunca suben como los del cobre en el mercado internacional. Algo evidente en estas llanuras ocre, de altura, con visibles bolsones de miseria.
Las piedras en bruto, con pedazos de cobre incrustado que extraen en condiciones extremas, se revende a la Empresa Nacional de Minería (Enami) y ante los valores actuales, máximos en una década, los pequeños mineros han vuelto a trabajar sus minas, mientras que los gigantescos yacimientos operan a toda máquina para alimentar al 28% de la oferta global.
En agosto pasado, luego de tres años parada, reabrió la mina Kiara, ubicada a 136 km al sur de la ciudad de Antofagasta, sobre la sierra Vicuña Mackenna, una rica veta que cruza casi todo el norte chileno, donde se asientan también los mayores yacimientos de cobre del mundo, como Escondida, de la australiana BHP, o Chuquicamata, de la estatal Codelco.
También está Mantos Blancos, propiedad del consorcio de capitales ingleses Mantos Copper, una de las primeras minas privadas de Chile.
Mientras escucha música en una pequeña radio a pilas, Moroso separa una a una las piedras que contiene menos metal de aquellas con más cobre. Su trabajo de «canchero» ayuda a aumentar el precio que paga la Enami, que fomenta el desarrollo de la pequeña minería.
Si hace un año una tonelada de «2,5 de ley» o porcentaje de cobre en la roca se pagaba a 43.000 pesos (59 dólares), hoy se hace a 109.000 pesos (casi 150 dólares).
Pero el sueldo no cambia para Moroso, que nació en el interior de una mina y que, tras darle educación a su único hijo, sigue trabajando en lo mismo a más de 2.400 metros de altura. Gana el equivalente de unos 660 dólares por mes.
Expuesto al sol, al frío, al viento y al polvo del desierto chileno se jacta de haber sido siempre minero. «Es lo único que sé hacer», dice a la AFP, en una pausa en las faenas.
Oficio de los rudos –
Con tareas en su mayoría automatizadas en los grandes yacimientos, es en la pequeña minería donde los «pirquineros», como llaman a los pequeños mineros en Chile, siguen expuestos a un trabajo duro, aunque ahora con menos riesgos que sus padres, también mineros.
«En la pequeña minería las condiciones son más difíciles, pero es más libre. Se trabaja en amistad y nos cuidamos unos a otros», dice Juan Bugueño, capataz de esta mina, donde trabaja junto a otros cuatro mineros.
Bugueño cuenta que ahora usan mascarillas y en una máquina trasladan las piedras que extraen del pique. Antes, lo hacían con carretillas; subían caminando de ida y vuelta al cerro, y se cubrían con un calcetín mojado la nariz por el polvo.
Pero las condiciones siguen siendo difíciles: de día el sol es intenso en el desierto y apenas cae la tarde el frío se cuela por sus ropas. Tampoco les cambia la vida los récords del cobre: «Nunca se ha traducido en nosotros», se queja, alegando que los sueldos en la pequeña minería apenas han subido en estas tres décadas que lleva trabajando, a diferencia de la gran minería, donde los salarios están muy por encima del promedio nacional.
La Enami registra 1.430 productores de menor escala y desde 2020 contabiliza la reactivación de más de 80 faenas.
«Es un negocio bueno, pero hay que tener a la gente adecuada y cuidar a los que trabajan contigo», afirma Leonel Alvarado, uno de los dueños de la mina Kiara.
Desigualdad –
La demanda de China y los planes de reactivación pospandemia llevaron al cobre a sobrepasar los 10.000 dólares por tonelada, pero su impacto casi no se siente en las localidades mineras como Antofagasta, considerada la «capital de la minería mundial». Allí sólo algunos gozan de sus beneficios.
A 1.300 km al norte de Santiago, esta región aporta entre 25 y 30% del total de las exportaciones nacionales.
La pobreza por ingreso pasó en 2017 de 5,1% a 9,3% en 2020; es una de las ciudades más caras del país y con más campamentos informales.
«En esta ciudad hay gente que puede vivir como en Europa y otros que vivimos en un campamento donde no hay agua corriente, hay letrinas, calles de tierra, es eso lo que cabrea. Y en eso no son solo responsables las grandes mineras sino que también los mismos mineros, que pelean solamente por sus derechos y no por los demás», reclama el sacerdote Felipe Berríos, que vive desde hace seis años en el sector de la Chimba.
Ubicado al lado de un basural en los áridos cerros de esta ciudad, unas 1.000 familias viven aquí en casas de madera y latón. Muchos son inmigrantes de Colombia, Bolivia y Perú, que trabajan en servicios básicos en la ciudad.
En esta región, «que aporta el 10% del PIB total del país y que recibe en inversión sólo el 2%, uno no ve grandes carreteras, uno no ve las mejores escuelas; tampoco se ve un mejor desarrollo en infraestructura hospitalaria», afirma a la AFP Ricardo Diaz, gobernador electo de la zona.
«Recalculando» un modelo –
El alza del cobre tiene lugar en plena discusión de un nuevo royalty minero y cuando la flamante Convención que redactará la nueva Constitución de Chile tiene en la mira plantear cambios a la explotacion de materias primas.
Impulsado por parlamentarios de izquierda, el proyecto para establecer nuevas regalías a la explotación de cobre (o royalties) fue aprobado en la Cámara de Diputados y espera su revisión en el Senado.
La iniciativa busca aumentar los impuestos por extraer recursos no renovables para destinarlos en gran parte a las comunidades mineras.
El gobierno estima que aumentará la actual carga tributaria, de cerca de un 40% -similar a la de otros países mineros, como Perú o Australia-, para llevarla a más de un 70% sobre las ventas a medida que sube el precio.
«Estamos de acuerdo con que pueda existir un mayor aporte de la minería al desarrollo del país y a las comunidades donde se encuentra. Pero (el proyecto) puede lograr el efecto inverso y hacer que las inversiones y la producción minera caigan», advierte a la AFP el subsecretario de Minería, Edgar Blanco.
La constituyente por Antofagasta, la científica Cristina Dorador, cree que «es hora de repensar estas prácticas económicas extractivistas», como un modelo de desarrollo basado en la explotación masiva de recursos naturales que se exportan casi sin elaboración, generando un fuerte impacto ambiental.
«La gente no se explica cómo una región aparentemente tan rica puede ser a la vez tan pobre y desigual, y es porque el extractivismo también causa desigualdad», dice a la AFP.