Tañarandy (Paraguay) (AFP) – El sol toca el horizonte y se encienden las velas. Una multitud silenciosa sigue a la Virgen Dolorosa que busca a su hijo crucificado al son de cantos de los estacioneros. En Tañarandy, en el sur de Paraguay, el país revive la religiosidad popular tras dos años de pandemia.
Más de 50.000 candiles, fabricados con una mecha introducida en grasa de res sobre cáscaras de naranja agria cortadas por la mitad, iluminan el camino en el cual se realiza esta tradicional procesión nocturna de Viernes Santo.
La guía de luz se despliega por el suelo. Arriba, acompaña el resplandor la luna llena a lo largo de los 5 km de recorrido hasta el templo de San Ignacio, a cuatro horas de Asunción, la construcción más antigua de las reducciones indígenas instituidas por los jesuitas en Paraguay.
Esta orden fundó 30 pueblos que ensayaron la Utopía de Tomás Moro, hasta que fueron expulsados en 1770 por la Corona Española, tras una permanencia de 150 años.
Dolorosa –
La Virgen, protegida en un nicho, aparece con rasgos de dolor en el rostro. Fue esculpida en madera hace 400 años por indígenas de las misiones jesuíticas.
En la recreación, la Madre finalmente encuentra el cuerpo cuando lo bajan de la cruz, ya dentro de la Iglesia. El Cristo data de 1669, esculpido en madera policromada, señala el curador del museo, Carlos Bedoya.
Como júbilo por el fin de las restricciones por la pandemia, el cura párroco, el español David Hernández, decidió sacar de la galería de santos una de las imágenes más preciadas, la del Cristo crucificado, exhibida ante un público masivo solamente en dos oportunidades: durante las visitas de los papas Juan Pablo II, en 1988, y Francisco, en 2015.
«Resume una paz, una fe y una confianza en que el amor es más fuerte que la misma muerte y finalmente triunfa con la Resurrección», dice Hernández sobre la figura del siglo XVII.
«Sed de Dios» –
Unas 10.000 personas, según la policía, acudieron este año a la procesión en Tañarandy, una tradición que ha ganado en devoción y turismo, antes interrumpida por el covid-19.
«Hemos tratado de darle el realce estético a la expresividad popular», reseña el mentor de estos encuentros de Semana Santa en las Misiones, Koki Ruiz, un artista plástico de 64 años que diseñó un gigantesco retablo de maíz y cocos para la misa central del papa Francisco en 2015.
«Todos tenemos esa sed de Dios. Los indígenas ya tenían a Tupá, su Dios. Lo que hubo fue una mixtura (con el cristianismo). Ellos fueron seducidos por el arte y no sometidos por las armas. Esa es la diferencia», sostiene.
Sin tapabocas –
La procesión se realizó tras dos años de suspensión por el covid-19. En Tañarandy, ya casi nadie usa tapabocas.
«Gracias a Dios que el covid ha retrocedido porque muchos nos hemos vacunado», apunta el padre Hernández.
Para Virginia Vargas, una docente jubilada, el regreso a la presencialidad en las fiestas religiosas es «un balón de oxígeno muy grande».
«La pandemia nos sacó de nuestras casillas. Nos puso a todos patas para arriba. Yo nunca viví a nivel social algo tan drástico. Estoy muy feliz de estar aquí», dice.
Actualmente en Paraguay la circulación del virus es casi nula, según el médico neumonólogo y exministro de Salud Carlos Morínigo.
«Ya son pocas las personas con covid. El uso de tapabocas en todo caso debe ser inteligente en lugares públicos. Si uno está engripado o tiene algún tipo de morbilidad, que lo use en lugares cerrados», dijo.
En Paraguay, el sistema de salud se vio desbordado por el covid-19, con muchas familias que vendieron sus pertenencias y organizaron rifas para costear los tratamientos. En total, el país registra 18.734 muertes debido al virus desde que se descubrió el primer caso en marzo de 2020.
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