Chilapa de Alvarez (México) (AFP) – Monseñor ‘Chuy’ aprendió a lidiar con las bombas en Israel y sobrevivió a un atentado de narcotraficantes. «Curados de espantos», él y monseñor Rangel defienden el diálogo con los criminales para pacificar una de las regiones más violentas de México.
Tras coincidir en Tierra Santa hace dos décadas, el destino de estos obispos mexicanos vuelve a cruzarse por voluntad del papa Francisco, quien nombró a José de Jesús González en la Diócesis de Chilpancingo-Chilapa en reemplazo del jubilado Salvador Rangel.
En esta zona del estado de Guerrero (suroeste) los descuartizamientos eran cotidianos en años recientes, por una guerra entre cárteles que se disputan la producción de goma de opio, amapola y marihuana en sus vastas serranías, y el acceso a puertos del Pacífico como Acapulco.
Para frenar el baño de sangre, Rangel, excustodio del Santo Sepulcro de 75 años, abrió un diálogo con los jefes de esas bandas tras asumir como obispo en 2015.
Ahora monseñor ‘Chuy’ (por Jesús y como le gusta que lo llamen) quiere seguir los pasos de su antiguo confesor, a quien conoció cuando estudiaba teología y refugiaba a jóvenes palestinos.
«Hace siete años se sentía muy fuerte (la violencia). Ahora es diferente. La gente tiene esperanza de que se continúe» dialogando con los «malos», dice a la AFP González, de 57 años, tras posesionarse el pasado martes.
De un pico de 117 asesinatos denunciados en Chilapa en 2017, la cifra bajó a 14 en 2021, según el gobierno. En Chilpancingo -capital de Guerrero- cayó de 159 a 50 en igual período.
«Chilapa agradece a Mons. Salvador Rangel por traer paz a nuestra tierra», se lee en una pancarta al paso de una procesión para agasajar a los dos franciscanos, acompañada con música, pólvora y danzas.
Acusaciones –
Algunos pobladores atestiguan la mejoría. «Ya no se podía salir. Ahora, gracias a Dios, está más tranquilo. Pasan cosas, pero no como antes», señala un conductor de ambulancia de 68 años.
Uno de esos remezones ocurrió el pasado 31 de marzo, cuando desconocidos abandonaron un vehículo en una calle de Chilapa con seis cabezas en el techo y otros restos humanos en su interior.
Los asesinos -presuntamente del grupo Los Ardillos- dejaron un mensaje: «la plaza tiene dueño y se respeta», cuentan moradores sobre la prohibición de la banda de comerciar drogas sin su permiso.
En sus gestiones, Rangel pedía a los capos cesar los homicidios y el cobro de extorsiones, y liberar a secuestrados.
«Valió la pena. Me tocó salvar mucha gente secuestrada. En Chilapa, hace cinco años, había muertos todos los días, descuartizados, cobro de piso. Eso se detuvo», asegura a la AFP el obispo, de gesto severo y tono firme.
Su labor también le valió amenazas de grupos de autodefensa que lo acusaban de pactar con los narcos -a los que aseguran resistir- y críticas de autoridades regionales.
«Cuando he hablado cosas que no convienen a los políticos o a los narcotraficantes, es que se me han echado encima. Lo peor que pudiéramos hacer es quedarnos callados», afirma Rangel, partidario de un diálogo entre el gobierno y el crimen organizado.
Entre la población es un secreto a voces que los cuatro cárteles de Guerrero tienen representación política en ese estado, escenario hace ocho años de la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa, presuntamente a manos de policías y traficantes.
«Hermano lobo» –
Los frailes saben que tratar con criminales es peligroso. Pero «ya veníamos curados de espantos», sostiene Rangel sobre la experiencia de ambos en zonas de conflicto.
De hecho, monseñor ‘Chuy’, quien soñaba con ser militar, sobrevivió a un ataque de narcos el 12 de mayo de 2011 en una carretera de Nayarit (oeste).
Los delincuentes descargaron varias ráfagas contra su camioneta, al confundirla con la de un enemigo. Los tres ocupantes salieron ilesos.
«Vino el jefe y dijo ‘discúlpennos, pensamos que aquí iba el que buscábamos (…). Luego dijeron ‘denos su bendición’. Entonces pensé: son mis hijos y se las di», recuerda el obispo, de hablar pausado.
Uno de sus sacerdotes en la Diócesis de El Nayar, Juan Orozco, no corrió la misma suerte y murió en un retén ilegal el pasado 12 de junio.
Según la ONG Centro Católico Multimedial, unos 30 curas han sido asesinados en la última década en México, que acumula 340.000 homicidios desde que se militarizó la lucha antidrogas en 2006. Tres de esos religiosos fueron ultimados en Guerrero.
Pese a ello, Fray ‘Chuy’ insiste en que se debe dialogar con el «hermano lobo», citando una alegoría según la cual San Francisco de Asís convenció a una bestia de no devorar más gente a cambio de alimentarla.
Los delincuentes «no están allí nada más porque les guste, también están necesitados», reflexiona. El 70% de la población de Guerrero -de 3,5 millones de habitantes- es pobre, según datos oficiales.
En México el «hermano lobo» sigue hambriento, dice el fraile. Por eso, para que «disminuya la violencia», seguirá defendiendo el camino del diálogo y las oportunidades. «Hasta donde nos dejen llegar, porque andamos por campos minados».
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