Bogotá (AFP) – El legado oscuro de los narcos colombianos retumba en el mundo. Pero en silencio, en medio de estigmas y dolores, viven los enfermos por el consumo de cocaína en el principal productor global de esa droga.
Pérdida de tabique, depresión, problemas coronarios, hepáticos o neurológicos, impotencia sexual, necrosis…la ONU alerta sobre las consecuencias del consumo.
En la Colombia que lucha contra la herencia de Pablo Escobar, las autoridades advierten de un «aumento sistemático» en la ingesta de estupefacientes.
Poco menos del 1% de los colombianos reconoció haberse drogado con cocaína en 2013, lejos de los principales mercados: Estados Unidos (2,70%), Inglaterra (2,67%) o Australia (2,50%), según la ONU.
Aunque la OEA califica como «intermedio» el consumo en la nación responsable de la producción del 70% del polvo blanco, especialistas temen un alza cuando se levante el confinamiento por la pandemia.
«La gente que tuvo una reducción del consumo durante la cuarentena no puede salir ahorita a meterse lo que se estaba metiendo antes, porque puede tener una sobredosis», alerta Julián Quintero, director de la Corporación Acción Técnica Social (ATS).
En Colombia, los datos de muertos y adictos son inciertos, pero en el mundo hay 35 millones de personas con «trastornos» y necesitadas de tratamiento. Al año fallece medio millón, según Naciones Unidas.
«Difícilmente la gente acude al médico porque tiene una adicción a la cocaína y no cree que eso le está afectando otras cosas», asegura Efrén Martínez, director científico del centro de rehabilitación Fundación Colectivo Aquí y Ahora. «Aún es vergonzoso hablar de los consumos de drogas».
A continuación testimonios de padecimientos derivados del consumo de esa droga.
Tabique perforado
La sangre no impedía que Nicolás Merizalde dejara de «meter perico», como se conoce a la cocaína en Colombia.
«Con un pañuelo, con lo que fuera, me limpiaba la sangre, dejaba que secara un poquito, volvía (a aspirar) y volvía y botaba sangre», cuenta el hombre de 47 años.
Merizalde gira la cabeza y no hay rastro de cirugía. Pero su tabique ahora es de platino.
La afectación de tabique y cornetes fue el resultado de un consumo desenfrenado que comenzó a los 14 años. El daño suele presentarse entre quienes aspiran durante lustros.
«La cantidad de elementos, de ácidos, que tiene la cocaína tienen el poder de ir comiéndose el hueso, literalmente», señala Martínez. «Lo más grave es la cantidad de microinfartos cerebrales que puede tener» porque, con la perforación, la sustancia va directo al cerebro.
Aunque se inició con marihuana y alcohol, Merizalde pasó rápido a la «nieve». A diferencia de sus amigos, inhalaba de «forma más obsesiva». «Ellos se metían un pase, yo me metía dos».
Su vida se vino a pique. Robó, golpeó a una novia, traficó droga a Perú y se dejó manosear por un jíbaro gay a cambio de una dosis.
Rendido ante su «enfermedad», que le dejó problemas de memoria, se encerró en un motel en busca de una sobredosis. Falló y terminó internado. Desde 1995 está limpio y hace una década dirige un centro de rehabilitación.
Impotencia sexual
Alberto* asegura que la impotencia sexual fue una de las causas de su separación. «Enamorado» desde adolescente de la cocaína, nunca pensó en que su vicio lo traicionaría bajo las sábanas.
«Fue reincómodo, lo peor que le puede pasar a uno… eso fue parte también de los detonantes para separarnos, porque ella empieza a ver que mi cuerpo, que mi vida, todo ya (estaba) en función de la droga», cuenta en un pasillo del Hospital Infantil Universitario de San José en Bogotá.
Bañado por la luz tenue de los ventanales del centro médico, donde estuvo recluido por una isquemia cerebral derivada del consumo excesivo, rememora sus problemas de erección, que comenzaron hace más de dos décadas.
Entonces, calcula, tenía 22 años y ocho de consumir a diario. Intentó tener sexo, pero por «alteración del cuerpo» no pudo reaccionar. No obstante, siguió aspirando.
Se casó luego y tuvo dos hijos, hoy adolescentes. Durante el matrimonio siguió consumiendo. Su esposa lo toleró hasta que empezó a derrochar los ingresos familiares. Y su vida sexual se esfumó por las disfunciones eréctiles.
«Cuando estás en el consumo (…) estás pendiente de la droga y anulas muchas veces el placer sexual», asegura.
La cocaína forma coágulos de grasa en los vasos sanguíneos que impiden una irrigación normal hacia el pene, que para tener una erección necesita de sangre, explica el toxicólogo Miguel Tolosa.
Alberto «tiene alto riesgo de que [antes de que cumpla] 50 años quede impotente porque ya el vaso se dañó», afirma Tolosa, quien lo atendió en el hospital.
Tras su separación, Alberto mantuvo su relación con la droga. Su problema sexual parece menor frente a otras afectaciones por su inhalación frenética: infarto cerebral, problemas hepáticos, coronarios y renales.
«La droga es la peor decisión de mi vida, ha acabado con todo», confiesa. Alberto no volvió a controles médicos y en el hospital desconocen su paradero.
Necrosis
Jorge Rodríguez* se quita la camiseta y muestra pecho, espalda y brazos. Su piel trigueña retrata su «infierno» por una necrosis cutánea por aspirar cocaína rendida con medicina veterinaria.
Sus extremidades y torso llevan cicatrices del tamaño de una lenteja cada una. Donde ahora hay máculas por años hubo sangre y ardor.
«Esta rasquiña no te deja hacer absolutamente nada, ni leer, ni digitar bien, ni tener sexo (…) te daña la vida», cuenta en su casa, en el centro de Bogotá. «La cama llena de sangre, las camisas… es una enfermedad absolutamente vergonzosa… estaba manchado todo el tiempo».
A finales de la primera década del 2000 el cuerpo de Rodríguez, de 50 años, empezó a resecarse. Aparecieron pequeños granos que explotaron y se convirtieron en llagas.
«Para ir a una reunión tenía que ponerme calmantes en la piel», explica. «Tuve que dejar mi vida laboral pública (como investigador y consultor) y concentrarme en una vida laboral encerrada».
Consumidor habitual de cocaína desde hace un cuarto de siglo, el padecimiento empezó cuando cambió de ‘dealer’. Fue el primero de seis amigos en presentar síntomas.
Visitaron médicos que les diagnosticaron sarna o ácaros. Los recetaban y se curaban por unos días, hasta que ATS examinó la cocaína. La entidad halló que la droga estaba mezclada con Levamisol, uno de los químicos con los que los narcos rinden su mercancía para aumentar ganancias.
Estudios científicos señalan que ese antiparasitario puede provocar necrosis cutánea en consumidores crónicos, afirma el director de ATS.
En 2014 Rodríguez cambió de proveedor y la enfermedad desapareció. También redujo su dosis diaria y ahora inhala una de mayor «pureza» sin aditivos.
Sin embargo, el experto Quintero advierte que la cocaína de alta pureza conlleva mayores riesgos de dependencia y sobredosis.
* Nombres cambiados por pedido de las fuentes.
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