Monterrey (México) (AFP) – María Celia Navarro, de 73 años, sonríe nostálgica al recordar lo que era bañarse bajo el chorro de la ducha, un lujo ahora impensable por la inédita escasez de agua que golpea a la ciudad mexicana de Monterrey (norte).
Rodeada de majestuosas montañas y a unos 200 kilómetros de la frontera con Estados Unidos, esta urbe de 5,3 millones de habitantes, capital del próspero estado de Nuevo León, se desarrolló según un modelo de primer mundo, ajena a problemas de falta de servicios o de marginación, crónicos en otras regiones de México.
Pero desde hace varias semanas y en medio de una ola de calor y escasas lluvias, Monterrey y su zona metropolitana, la segunda ciudad del país, tiene agua corriente solo unas cuantas horas al día.
En los barrios erigidos en los cerros, los más desfavorecidos suman más de 50 días sin ver una gota en el grifo.
«Me desespero mucho por el agua», dice Navarro, de salud delicada y que, confiesa, vive «muy deprimida» encerrada en su pequeña casa del municipio de García, apenas ventilada y que desde la mañana tiene una atmósfera asfixiante por la temperatura que raya los 40 centígrados.
-Bombardear el cielo-
Jamás, aseguran los ancianos de este barrio, los «regios» habían tenido que vivir con poca agua.
Pese a ser una urbe moderna y pujante, sede de firmas trasnacionales, pocas son las viviendas equipadas con depósitos de agua, comunes en otras grandes urbes como Ciudad de México.
«No se necesitaban», resume Javier Torres, regidor municipal que diariamente supervisa cómo camiones cargados de agua distribuyen en García a familias enteras que, niños incluidos, salen corriendo con cubetas para hacerse del preciado líquido.
Muchos han improvisado contenedores dentro de sus pequeñas casas ante la imposibilidad de adquirir un depósito de gran tamaño debido a que los precios se han disparado.
Con un clima semiárido, cada verano, cuando la temperatura promedio ronda 38 grados centígrados, el gobierno estatal tiene que vigilar el nivel de tres presas, su principal fuente de abastecimiento.
Según datos del Sistema de Información Nacional del Agua de finales de junio, la situación más crítica se registra en la presa de Cerro Prieto, a menos de 1% de su capacidad, mientras que La Boca estaba en 7% y El Cuchillo en 44%.
«Se generó una fisura muy importante en un ducto» que conecta con una de las presas, es una de las explicaciones de Samuel García, el gobernador de Nuevo León, con 34 años y cuyo juvenil estilo de comunicar ha desatado críticas y ácidas burlas en medios políticos.
Bombardear con químicos las escasas nubes que asoman para provocar la lluvia, remedio experimentado en otras regiones de México, es una de las soluciones del gobernador.
«No soy Tláloc (dios de la lluvia), pero si hoy llega la humedad como se ve y le atinamos al bombardeo (…) ya fregamos (lo solucionamos) por lo menos unas semanas», proclamó días atrás.
Empresas dispuestas a contribuir –
Pero para el biólogo Antonio Hernández, experto en la problemática ambiental de Monterrey, ante esta próspera ciudad hay un «escenario de incertidumbre» resultado de escasas lluvias en 15 meses y la ausencia de una verdadera política para gestionar los recursos hidráulicos.
La pujante industria, dominada por la producción de refrescos, cervezas, acero y cemento, ha sido sometida a muy pocas restricciones, lo mismo que las actividades agrícolas y ganaderas, explica.
«Luego se piensan en radicalizaciones de que hay que cerrar empresas, me parece que en este momento esa etapa es impensable (…) hablo más bien de regulaciones que deben ser aplicables a todos los usos y esto incluye los comerciales», explica Antonio Hernández.
La semana pasada, tras una negociación con autoridades federales, industriales y agricultores acordaron aportar 37% del agua que necesita la ciudad.
«Empresas han parado funciones algunos días a la semana precisamente para cuidar agua (…) hay empresas que nos han mandado agua para poder abastecer algunas de las colonias», dice de su lado el regidor Javier Torres.
En las afueras de la ciudad, la presa de La Boca luce tan vacía como la decena de restaurantes que se ubican en un moderno malecón remozado hace un año y que en primavera lucía pleno de visitantes.
Las fotos de la presa exhibidas en los comercios muestran un paisaje digno de playa, con olas incluidas que lluvias amenazaban incluso a los restaurantes.
Ahora sólo queda algo semejante a un desolado lecho marino, con zonas fangosas, restos de conchas y embarcaciones que lucen sus hélices al aire.
«De la pandemia apenas nos estábamos dando un respiro, pero fue muy corto, casi nada y empezó la sequía», lamenta Adrian Luna, un mesero de 26 años quien teme que los paseos a caballo o en embarcaciones en la presa terminen como un lejano recuerdo.