Pátzcuaro (México) (AFP) – Varias horas al día monjas dominicas de México dejan de lado sus rezos para concentrarse en otra «misión divina»: ataviadas con sus pulcros hábitos religiosos y guantes de cirujano, propician el apareamiento de achoques, una salamandra en riesgo de extinción con capacidad para regenerar su mitológico cuerpo.
La hermosa Ambystoma dumerilii, de color verde oscuro con algunas pigmentaciones negras y tráqueas externas que parecen una elegante estola ocre, vive solo en el cada vez más contaminado lago de Pátzcuaro, del occidental estado de Michoacán.
Aguas residuales sin tratar, restos de materia animal y vegetal que caen al lago y la introducción ilegal de peces invasores son algunos de los factores que han provocado que la población del achoque haya disminuido «de manera dramática» desde la década de 1980, dice a la AFP María Esther Quintero, subcoordinadora de Especies Prioritarias de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad.
«Hay muy, muy pocos achoques en vida libre», advierte la experta.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza advierte que «la especie está en un declive muy serio, y podría estar cerca de la extinción».
El achoque y su primo el ajolote (Ambystoma mexicanum), endémico de los lagos de Xochimilco, de la Ciudad de México y también en riesgo, tienen la mayor capacidad de regeneración celular entre los vertebrados; si pierden la cola en una pelea por ejemplo, rápidamente les sale otra. Otra cosa única en ellos es que pueden reproducirse en su estado larval debajo del agua.
Por esas virtudes, el achoque ha alimentado la mitología purépecha. Pero también ha alimentado en forma de sopa a los lugareños, e incluso los ha supuestamente curado de enfermedades bronquiales y anemia a través de un jarabe dulce que preparan desde hace más de un siglo las monjas del monasterio de María Inmaculada de la Salud de Pátzcuaro con todo el anfibio excepto sus vísceras.
Así que cuando la población de la salamandra comenzó a caer por consecuencia del negocio de las monjas, el jarabe se tambaleó.
– Riqueza genética –
Fue entonces que, guiadas por un sacerdote con formación de biólogo, las religiosas se arremangaron su blanquísimo hábito y comenzaron a reproducir achoques en cautiverio.
Aprendieron todo, como que la mejor forma para reproducirlos «es uniendo un macho con tres hembras», comenta a la AFP sor Ofelia Morales Francisco, que lleva 18 años trabajando en la protección de esta especie.
También entendieron que la primera hembra en desovar es la que se queda en la pecera y el resto se traslada a otras de las que hay en dos cuartos del monasterio construido en la cúspide de un cerro de Pátzcuaro.
Ante la mirada de un niño Dios y un gran Jesús crucificado colocados en el acuario, cada hembra tiene entre 300 y 400 huevecillos.
Usando pequeñas redes, las tres monjas dedicadas a la reproducción de la salamandra sacan los huevos de la pecera, los cuentan uno a uno e identifican a la hembra madre y la separan «para cuidar la genética».
Después viene otra etapa difícil: «cuidar a las crías porque hay canibalismo entre ellos», explica la religiosa que dedica unas seis horas al día de su vida monástica a la reproducción del achoque, que se alimenta de crustáceos y peces muy pequeños y diferentes tipos de lombrices.
«Si no hacíamos algo nosotras se iba a extinguir del medio (…) por justicia con la naturaleza empezamos a trabajar en el rescate de la especie», añade a su vez sor María del Carmen Pérez.
Poco a poco alcanzaron la capacidad de población máxima del acuario, 300 individuos, pero el lago sigue sin estar preparado para recibir a los achoques reproducidos en cautiverio, asegura Ofelia.
«Un porcentaje de la población la donamos a universidades y a los que nos quedan los sacrificamos para hacer los jarabes», pero también alguna que otra salamandra termina en las cazuelas de las monjas que las consumen en «sabrosas sopas», dice sor Ofelia.
La religiosa evitó dar cifras sobre las ganancias que obtienen por el medicamento «naturista».
Y sobre los beneficios del jarabe, que se hace con toda la salamandra excepto sus vísceras y que se vende a unos 10 dólares, ella misma es «un ejemplo de que sí funciona», sostiene.
«Me daba mucha gripe, tal vez porque estoy mucho tiempo en el acuario y empecé a tomarlo
una vez al día, aunque se recomienda tres veces al día, y ya no me enfermo», comenta.
Aunque podría considerarse una contradicción el hecho de que las mismas monjas que reproducen el achoque en cautiverio lo hacen jarabe y hasta sopa, para la experta de la Conabio las religiosas representan «la esperanza más grande» para mantener en el planeta a la especie que al parecer «tiene el genoma más grande conocido».
Para la ciencia, esta salamandra, que llega a medir 20 centímetros de largo, «es muy importante» en investigaciones «para la reproducción de tejidos en los seres humanos», añade Quintero.
Quintero considera que si se eliminan al menos del norte del lago las especies invasoras como la carpa, el achoque, «el hermano gemelo terrible» del Dios Quetzalcóatl, podría volver al agua donde se escondió al inicio de los tiempos para que no lo sacrificaran, cuenta la mitología purépecha.