Tijuana (México) (AFP) – A las familias de migrantes centroamericanos les asusta más regresar a su país y vérselas con la violencia y la pobreza que la política de «cero tolerancia» en materia migratoria del presidente estadounidense Donald Trump y por ello siguen decididos a cruzar, legal o ilegalmente, desde México.
En Tijuana, fronteriza con la estadounidense San Diego, la familia Méndez, de El Salvador, espera desde hace dos semanas su turno para solicitar asilo en Estados Unidos, un proceso implementado por autoridades migratorias estadounidenses ante la gran cantidad de peticiones.
«No vemos como alternativa regresar al país de donde venimos, ni (quedarnos) en México, porque igual está peligroso, hay mexicanos que también se van huyendo», dice a la AFP José Abel Méndez, de 28 años y quien viaja con su esposa y tres hijos, uno de diez meses y los otros de 10 y seis años.
Los Méndez esperaban su turno en el puente fronterizo mientras en Washington Trump firmaba un decreto para poner fin a la práctica de separar a los migrantes de sus hijos, que desató una ola de indignación y acusaciones de violación a los derechos humanos.
El endurecimiento de la política no había significado mucho para la familia.
«Estamos listos para lo que pase. Él (Trump) es el presidente y puede tomar las decisiones que quiere, no podemos hacer nada, más que atenernos a sus leyes», dice Méndez.
– Padre e hijo separados –
Quien tuvo que resignarse a ser separado de su hijo de siete años fue Ángel López, un hondureño que viajó en la caravana migrante que partió del sur de México a finales de marzo con más de 1.000 centroamericanos, desatando la furia de Trump.
«Ya tiene casi dos meses que los separaron. Él está en su proceso de pedir refugio en un centro de detención, pero no (los) dejaron juntos» relata a la AFP vía telefónica Wielder López, otro hijo de Ángel y quien está en la ciudad mexicana de Monterrey (norte)
«No sé nada de cómo están. Mi papá habla a veces con una tía (residente en Estados Unidos), pero no lo dejan usar mucho el teléfono», relata el joven.
Wielder viajó solo y ahora ahorra dinero que le ayude a cruzar a Estados Unidos como sea. No le importa y poco entiende de la política «cero tolerancia» de Trump, que finca cargos criminales a los que cruzan ilegalmente y que hasta el decreto del miércoles resultaba en la separación de padres e hijos detenidos.
«Yo me arriesgo para buscar una mejor vida y que luego se venga mi familia. En Honduras hay mucha pobreza y las maras (pandillas) no te dejan vivir», lamenta.
Primero salió su padre con su hermano menor, luego él y ahora su madre y su otro hermano de 18 años esperan para emprender el viaje.
– Obstáculo –
En otro punto de la frontera mexicana, en Ciudad Juárez, vecina de la estadounidense El Paso, el proceso para solicitar asilo se complica cada vez más, violando incluso las leyes estadounidenses, denuncian organizaciones de defensores de migrantes.
Según Ricardo García, director del albergue de migrantes Casa Asunción de El Paso, justo a la mitad del puente fronterizo peatonal se colocó un filtro en el que agentes estadounidenses cuestionan si se cuenta con pasaporte y visa.
A aquellos que no llevan documentos, se les impide llegar hasta el punto donde se encuentran los funcionarios migratorios, ya en territorio estadounidense y donde tendrían el derecho a solicitar el asilo.
«Están rechazando a personas (…) que han huido de sus países por miedo, pero que cuando llegaban aquí los regresan. Eso no debe de pasar», dice a la prensa García al denunciar que así empujan a los migrantes a cruzar ilegalmente.
El activista acompañó el miércoles a cruzar el puente a familias mexicanas que huyen de la violencia.
Karla, de 26 años, viaja con sus cuatro hijos. Por seguridad, omite su apellido y la zona de México de la que escapa. Quiere pedir asilo.
A Trump, Karla le dice: «No sé si él tenga hijos, pero que piense, él también tuvo madre y no hubiera querido que lo separaran de ella, así pues que piense también en nosotros, que no sea así, que tenga tan sangre fría».
Y en la Casa del Migrante de Ciudad Juárez, que brinda refugio a los centroamericanos, su director, el sacerdote Javier Calvillo, se muestra sorprendido de que estos días no ha llegado una sola familia cuando hace tres semanas tenían hasta 30.
«Como que ahorita está muy caliente la cosa, las familias no quieren llegar a ningún albergue con sus hijos (…). Ahora están llegando a la frontera, tienen miedo de que nosotros los separemos de sus hijos» en México, explica.
Según cifras de autoridades estadounidenses, de marzo a mayo de este año, más de 50.000 personas han sido detenidas por cruzar ilegalmente la frontera desde México. Aproximadamente el 15% llegan como familias y el 8% son menores no acompañados