Fort Myers (Estados Unidos) (AFP) – Se llaman Jael, Francisco o Juan; son migrantes latinoamericanos y desde hace años viajan de una ciudad a otra de Estados Unidos para reconstruirlas tras cada desastre natural. Estos días están en el suroeste de Florida, devastado a finales de septiembre por el huracán Ian.
Acudieron desde Texas, Luisiana o México para limpiar escombros, derribar casas, levantar paredes o reparar tejados. La mayoría son indocumentados y forman una mano de obra necesaria para la recuperación de Florida, un estado donde el gobernador, Ron DeSantis, ha convertido la lucha contra la inmigración ilegal en un caballo de batalla.
En septiembre, el republicano fletó dos aviones para enviar a 48 venezolanos de Texas a la isla de Martha’s Vineyard, bastión demócrata en la costa noreste del país y lugar de vacaciones para la élite política. Una forma de mostrarle al gobierno de Joe Biden su descontento con la situación migratoria en la frontera con México.
Francisco Rivera, un hondureño de 46 años, lamenta esas políticas, pero eso no le ha impedido viajar hasta Fort Myers, en el suroeste de Florida y uno de los lugares más afectados por Ian, para ofrecer sus dotes de albañil. «El latino es como el corazón de Estados Unidos. Y sin embargo nos detienen al venir aquí, nos tratan cómo quieren», dice resignado.
Este migrante indocumentado vive desde hace 17 años en Nueva Orleans, en Luisiana, y ya tiene experiencia en la reconstrucción de ciudades tras desastres naturales. Estuvo en Panama City, en el norte de Florida, cuando el huracán Michael golpeó en 2018 y en LaPlace (Luisiana) tras el huracán Ida en 2021.
Una mano de obra clave –
Rivera no ha tenido suerte este miércoles. Nadie lo ha contratado así que espera bajo el sol, una gorra en la cabeza, sentado en el maletero de su coche.
A su alrededor, una decena de latinoamericanos pasan la tarde como él en el aparcamiento de una tienda de material de bricolaje. Dueños de casas o contratistas acuden cada día a lugares como este en busca de mano de obra desde el paso de Ian.
El trabajo no falta en sitios como Fort Myers Beach. Más de un mes después del huracán, los escombros se amontonan a un lado y otro de las calles de esta ciudad costera donde los vientos arrancaron tejados y fachadas, y el agua inundó numerosas casas.
Hay miles de migrantes trabajando en el suroeste de Florida, cuenta por teléfono Saket Soni, director de la oenegé Resilience Force, que ayuda a estas personas a negociar con sus empleadores y evitar abusos.
Esa mano de obra nómada, compuesta sobre todo por latinoamericanos, es la que «hace posible la recuperación» tras los desastres naturales, dice Soni. «Reconstruyen las casas, las escuelas y los hospitales. Ayudan a recomponer toda la infraestructura rota».
Para ello, pasan horas trabajando bajo el sol o la lluvia, subiéndose a tejados, entrando en contacto con productos químicos; y durmiendo la mayoría en sus camionetas porque no tiene otro sitio adónde ir, resume Soni.
«Cuando le entramos al trabajo, lo hacemos con ganas y deseo de salir adelante», dice Jael Cruz, un hondureño de 44 años que ha viajado de Texas a Fort Myers tras la tormenta. «Cuando vienes de uno de nuestros países, vienes con el sueño americano y el sueño americano es el trabajo», añade.
Trabajadores vulnerables –
La situación migratoria de estos trabajadores los convierte a menudo en víctimas de sus empleadores. Son habituales las obras impagadas o con sueldos por debajo de lo prometido, las intimidaciones y las amenazas de llamar a la policía para quienes protestan, alerta el director de Resilience Force.
Juan Martínez, un migrante mexicano que prefiere usar un seudónimo por temor a la policía migratoria, recibió la visita de miembros de la oenegé hace unos días. Desde entonces lleva encima una tarjeta que le dieron con consejos como «recuerda pedir un adelanto del trabajo para poder empezar» o toma «fotos del antes y el después del trabajo realizado».
Este albañil de unos 50 años viajó a Fort Myers desde México cuando vio por televisión el desastre causado por Ian. Ya había trabajado en Estados Unidos después de los huracanes Michael e Ida y supo enseguida que Florida iba a necesitar a gente como él.
Ya lo contrataron varias personas y asegura que todas lo han tratado bien. No puede decir lo mismo, sin embargo, de los guardias de seguridad del aparcamiento que han intentado echarlo una y otra vez.
Ahora espera que su trabajo y el de los demás migrantes ayude a cambiar la visión de las autoridades y los habitantes de la zona.
«Nosotros los necesitamos a ellos y ellos nos necesitan a nosotros», dice Martínez. «Quisiera que se den cuenta de que estamos aquí para ayudarles».