Chomes (Costa Rica).- Los bosques de manglar del estuario de Chomes, en Costa Rica, ocultan un rico ecosistema. Los monos capuchinos y los papagayos comparten la tierra con osos hormigueros y perezosos, mientras que bajo el agua dulce y salada se encuentran caimanes, iguanas y serpientes; los avistamientos de tiburones no son infrecuentes.
Sin embargo, en las orillas lodosas del río se esconde un tesoro de crustáceos comestibles.
Es esta gran cantidad de moluscos lo que busca Aracelly Jiménez. Camina con el agua a la altura de las rodillas desde las cinco en punto de la mañana con un grupo de mujeres que proceden en su mayoría de su misma comunidad y que esperan llenar sus cubos con mejillones, almejas y berberechos.
En estas condiciones cálidas y húmedas, Aracelly y sus compañeras se defienden constantemente de los ataques de los mosquitos locales.
“A pesar de las largas horas de duro trabajo, nuestra captura no se pagaba muy bien debido a la presencia de numerosos intermediarios”, explica Aracelly. No obstante, aparte de la pesca en el lodo, es difícil encontrar trabajo en la zona de Chomes.
En 2017-18, basándose en la capacitación que habían recibido de la FAO, las mujeres formaron una cooperativa llamada CoopeMolus Chomes.
La cooperativa fue reconocida por un decreto gubernamental en 2017. Aracelly y sus 52 compañeras recibieron acceso a la seguridad social, préstamos y nuevos derechos. El decreto también preveía la protección del bosque de manglar.
Las mujeres de la cooperativa se valen de los conocimientos transmitidos por sus padres y abuelos para mantener este hábitat único.
Promueven el crecimiento de nuevos árboles, limpian las zonas arenosas que quedan debajo de las retorcidas raíces e impiden que se siga destruyendo el bosque.
No se puede subestimar la importancia de los manglares densos para la salud de nuestro planeta. Estos ecosistemas eliminan carbono de los océanos y la atmósfera y lo almacenan en las plantas y los sedimentos del estuario, donde habitan los crustáceos.
A su vez, la recolección de estas criaturas en el lodo rico en carbono permite que Aracelly tenga un medio de subsistencia.
Para complementar la captura, las mujeres venden empanadas, ceviche, pescado y platos precocinados con productos locales. Reciben los pedidos a través de aplicaciones de mensajería o las redes sociales.
“Cada semana ganamos alrededor de 40 000 – 50 000 colones (unos 75 – 90 USD)”, explica Aracelly. “Son fondos que ninguna de nosotras habría imaginado ganar antes y que nos permiten vender nuestra captura diaria directamente”.
Los esfuerzos de Aracelly le permiten costear los estudios de su hijo y le ayudan a mantener a su familia. Aun así, se pregunta si sus ingresos son suficientes.
El siguiente paso para Aracelly y sus compañeras de trabajo es abrir una planta de elaboración que les permita sacar aún más provecho de sus esfuerzos.
“La idea consiste en comercializar los moluscos sin tener que depender de nadie”, continúa. “Así obtendremos un precio justo por el duro trabajo que hacemos a diario”.
Además, la FAO, el gobierno de Costa Rica y la cooperativa CoopeSolidar ayudaron a las mujeres a formalizar sus actividades y obtener la licencia para la pesca de moluscos que les proporciona un sustento más estable.
Las mujeres también han recurrido a la financiación gubernamental e internacional para invertir en sus negocios y han podido acceder a la seguridad social para mejorar sus condiciones laborales.
“Las mujeres hemos cambiado mucho”, concluye Aracelly. “Aunque aún nos quedan muchos objetivos por cumplir, sabemos que no estamos solas. La clave radica en permanecer unidas y organizadas”.
La FAO invierte en las comunidades locales, proporcionando la capacitación y los recursos necesarios para que puedan mantenerse a sí mismas y mantener a sus familias, y proteger al mismo tiempo los ecosistemas vitales para la salud de nuestro planeta.
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