Montevideo (AFP) – Es miércoles y, como cada semana, Ismael Fernández recibe un mensaje por Whatsapp de la farmacia para avisarle que hay cannabis. Al salir del trabajo enfila hacia allí, compra los 10 gramos que le permite la ley uruguaya y sigue a casa a disfrutar de un «porro para relajarse».
Para este empleado de una empresa de limpieza y su pareja Stefanía Fabricio, peluquera, ambos de 31 años y padres de un niño de 3, se acabó la desagradable transa ilegal de contactar al «dealer» y pagar por marihuana paraguaya o brasileña «prensada, mezclada, a veces muy mala, llena de químicos». Y por supuesto, más cara.
Hace cuatro años y medio que Uruguay, un país de 3,4 millones de habitantes, despenalizó y reguló el consumo recreativo y hace uno que se puede adquirir en farmacias hasta 40 gramos mensuales por persona.
«Ahora es más fácil que cuando empezó», cuenta Ismael a la AFP. Luego de una primera fase algo incómoda, en la que había que hacer largas filas y aún así a veces se acababan las existencias antes de que le llegara su turno, las farmacias se han organizado. Las colas ya no son usuales.
«Te mandan un mensaje con un número, con el que vas luego a retirarla, y en ‘mi’ farmacia se puede reservar por la web», cuenta.
«Y la calidad es buena», lo secunda Stefanía. El colocón «no te da vuelta, pero tampoco es la idea. Te pega, pero puedes hacer cosas perfectamente», cuenta, convencida de ser una «privilegiada» por vivir en un país con esta legislación «que sacó a un montón de gente del mercado negro» y está cambiando, «aunque muy despacio», el estigma de quienes fuman la planta.
Para comprarla en la farmacia basta con ser mayor de 18 años, residir en el país e inscribirse como «adquiriente» en cualquier oficina de Correos.
Tras superar el momento crítico inmediato a la implementación en que los bancos rechazaron trabajar con los establecimientos que vendieran cannabis (por una normativa internacional contra el narcotráfico), el mecanismo uruguayo, inédito en el mundo, ha seguido caminando sin mayores sobresaltos.
– Lo normal –
«Para mí es lo mismo que vender aspirinas», asegura a AFP Enrique Curbelo, un afable señor de 76 años al que este nuevo producto le está permitiendo levantar su pequeña farmacia de barrio, Lilen, alicaída en los últimos años por la competencia de las grandes cadenas. «Tenía que vender lo que ellas no venden».
Curbelo tuvo que deslastrarse de sus prejuicios para entrar en el selecto grupo de farmacias que expenden la planta. Son apenas 14, la mitad en Montevideo, para surtir a los 24.812 compradores, una cifra que se ha multiplicado por cinco desde que comenzó la venta, de acuerdo con el estatal Instituto de Regulación y Control del Cannabis (Ircca).
Hoy pasó el distribuidor oficial y esta tarde su farmacia recibe a una persona tras otra. Primero dos chicas, luego un hombre en la cincuentena, una señora… «Gente normal», subraya Curbelo.
Aunque a simple vista no parece haber un patrón predominante, las estadísticas oficiales hablan de una mayoría de varones (70,2%) entre los 18 y los 29 años (49,1%). Pueden optar entre dos especies y dos «marcas» o empresas productoras.
«La indica es más relajante y la sativa más recreativa», explica amablemente la dependienta mientras maneja el sistema informático que impide que la misma persona compre nuevamente antes de que se cumpla una semana exacta. «Puedes volver el próximo miércoles a las 16H44». «Ok, a las 5», responde el comprador como para fijarlo en su memoria.
Entonces apoya su pulgar en un dispositivo captahuellas y paga 400 pesos, unos 13 dólares, por los 10 gramos de flores o cogollos.
– ¿Fumar estatal o no? –
Federico Corbo optó por el autocultivo, otra de las tres formas de acceso, por la que la ley habilita la tenencia de hasta seis plantas. La tercera es siendo miembro de un club cannábico, que puede tener hasta 45 integrantes y 99 plantas.
En su casa en las afueras de Montevideo, este jardinero de profesión de 41 años experimenta con cruces de especies de cannabis, buscando optimizar los tiempos de floración y la calidad.
Aunque celebra sin ambages la despenalización, discrepa en la apreciación del producto de la farmacia: «No es pésima pero es baja», cree, y sostiene que, a su juicio, hay que mejorar los controles de calidad, sobre todo en el secado y el almacenado.
Según estimaciones del Ircca, cada autocultivador y cada miembro de club provee de cannabis a otras dos personas, mientras quienes compran en farmacia comparten con una persona más. Así, «aproximadamente la mitad de las personas que usan marihuana accede a cannabis regulado (estando o no registrado)», señala el organismo.
El resto sigue optando por el anonimato y los canales por fuera de la ley para hacerse con la hierba. ¿La razón? El polémico registro de usuarios, del que la ley garantiza la confidencialidad, algo en lo que no todos confían.
«Me parece que se hizo mal: si se iba a legalizar, tenía que hacerse de forma que el Estado no tuviera el rol paternalista o policial de vigilar cuánto fuma uno o deja de fumar», dice a la AFP uno de ellos, que, por supuesto, prefiere no ser identificado.