Guaíra (Brasil) (AFP) – Deprisa, el pequeño Vinicius sale de la improvisada cancha de fútbol, lanza un pedazo de madera y hace caer el pájaro. Hambriento, se lo lleva corriendo para cocinarlo.
«El hambre no es ningún juego», dice el cacique ava-guaraní Inacio Martins, de la aldea Marangatu, un pedazo de tierra donde viven en una pobreza creciente más de 200 familias indígenas en el oeste del estado brasileño de Paraná (sur).
Su situación es paradigmática de muchos pueblos originarios en Brasil: a la espera de una demarcación territorial que no llega -y que el gobierno de Jair Bolsonaro prometió no dar en el país en nombre de los intereses del agronegocio-, la comunidad de Martins está sucumbiendo al desempleo, el hambre y la desesperanza.
«Necesitamos tierras para producir. Sabemos plantar, pero aquí todo es piedra», explica este cacique, de 51 años, señalando los polvorientos alrededores de las chozas donde se hacinan las familias.
Con el tiempo, se les han ido cerrando las puertas: los terratenientes de esta región agrícola cada vez les ofrecen menos trabajos y la última ayuda alimentaria que recibían del gobierno como principal sustento dejó de llegar hace tres meses.
«¿Dónde vamos a ir? Antiguamente cuando el blanco entraba corríamos para otro lado pero ahora ya no tenemos espacio», implora Martins, cuya aldea se ve confinada entre la ciudad de Guaíra, y el río Paraná, que marca la frontera con Paraguay.
«Vergüenza»
Daniela Acosta, de 27 años, es una de las pocas ava-guaraníes que consiguió un empleo, en una planta frigorífica de tratamiento de aves, a 65 km de la aldea. El bus de la empresa la recoge a diario en la carretera, a las 02H30 de la mañana.
Con su salario, esta madre de un hijo paga la deuda contraída para sus estudios de pedagogía. Poco le sobra para comer, pero asegura tener «vergüenza» de pedir comida en la ciudad, donde es «difícil» que los indígenas sean «bien recibidos».
«Nadie entra aquí a ver nuestra realidad. Ojalá un día consigamos la demarcación para no depender de los demás y ser autosuficientes», explica Daniela, que por toda vivienda cuenta con sendos pequeños espacios para la cama y para cocinar.
La discriminación sufrida va a la par con las amenazas e incluso los atropellos en carretera, como quedó documentado en un informe de 2017 de una comisión apoyada por oenegés brasileñas y la embajada de Noruega sobre las 14 aldeas de la región que esperan un día ser reconocidas como Tierra Indígena (TI).
Un caso «atípico»
«Los problemas llegaron cuando comenzaron a reivindicar la tierra» formalmente en los años 2010, explica a la AFP Marina Oliveira, del Consejo Indigenista Misionario, que asiste a estas comunidades.
Los ava-guaraníes pasaron a ser vistos como una amenaza para los productores agrícolas, que en muchos casos heredaron las tierras de sus abuelos después de que en la década de 1940 las autoridades las cedieran para su explotación.
«Cuando el propietario ve al indio, cree que lo va a invadir. Pero no somos estúpidos (para hacer algo así). Solo queremos nuestro derecho, esta tierra es nuestra, no la vendimos a los blancos».
La delimitación de la TI, que abarcaría 27.000 hectáreas, fue definida por la gubernamental Fundación Nacional del Indio (Funai), basándose en la presencia documentada de los ava-guaraníes en la región desde el siglo XVI.
Pero el mapa fue anulado por la justicia en 2020, en un caso «completamente atípico» en el país, según Oliveira. En junio de este año, el Ministerio Público pidió a la Funai que actúe para obtener una revocación de esa decisión.
Bolsonaro o Lula, ¿tanto da?
Entretanto, los gobiernos se suceden y Brasil votará a su próximo presidente en el balotaje del domingo, entre Bolsonaro y el exmandatario izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva.
El cacique afirma que la aldea votó a Bolsonaro en 2018, entonces un desconocido para la mayoría de los brasileños. Y aunque ahora su política de no demarcar «ni un centímetro más» de tierras indígenas es conocida y demostrada, Martins sigue «indeciso» sobre su voto, como si fuera quien fuera, ya nadie pudiera ayudarle.
«Mi suegro murió con más de 100 años y no consiguió la demarcación. Yo ya voy para los 60 y creo que tampoco la voy a ver».
Según el Instituto Socioambiental de Brasil, de las 725 tierras indígenas existentes en Brasil, 237 aún están pendientes de demarcación.