México (AFP) – En plena calle, cadáveres se desangran por sus múltiples impactos de bala. Bajo tierra, miles de cuerpos yacen en fosas clandestinas. En las montañas, militares y narcotraficantes se enfrascan en guerras armadas. Estas escenas se han vuelto comunes en un México cada vez más acorralado por la violencia.
Pese a su gran promesa de un «México en Paz», Enrique Peña Nieto entregará este año la presidencia al izquierdista Andrés Manuel López Obrador con cifras récord de homicidios, desapariciones, y un ejército armado hasta los dientes desplegado en las calles para tratar de contener la creciente vorágine de terror que ejercen las bandas del crimen organizado.
Ese despliegue antidrogas está en vigor desde 2006 y ha generado una ola de violencia que desde entonces deja más de 200.000 asesinatos, 30.000 desaparecidos, así como denuncias contra los uniformados por violaciones, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas.
En tanto, las pugnas entre narcos no cesan: cadáveres de personas de todas las edades son hallados frecuentemente baleados, desmembrados, decapitados, colgados de los puentes, metidos en bolsas de basura, expuestos en las calles o escondidos en fosas clandestinas en todos los estados del país, incluso aquellos que eran considerados seguros hace unos años.
– Cifras negras –
México cerró 2017 con 28.711 homicidios, la cifra oficial más alta desde que se inició el registro a nivel nacional en 1997.
Y lo que va de 2018 ya dibuja un panorama aún peor: se registraron 15.973 asesinatos en el primer semestre, superando los 13.503 del mismo periodo de 2017.
Esta estadística oficial no detalla cuántos de estos asesinatos están ligados al crimen organizado. Sin embargo, un informe de la ONG Semáforo Delictivo indica que la inmensa mayoría son perpetrados por narcotraficantes.
En los primeros seis meses de 2018, los sicarios mataron a más de 11.000 personas, un 28% más que en el mismo periodo del año anterior, según la ONG.
Con armas de grueso calibre importadas ilegalmente desde Estados Unidos, los narcotraficantes libran batallas intestinas en México para apoderarse de territorios de siembra y trasiego de drogas, cuyo comprador principal es también Estados Unidos. Asimismo, se enfrentan a militares y policías que intentan desmantelar sus cárteles.
Guanajuato, un céntrico estado que solía ser tranquilo al albergar buena parte del sector manufacturero orientado a la exportación y destinos favoritos de turistas extranjeros como San Miguel Allende, se convirtió en la región con más asesinatos por narcotraficantes, con 1.241 casos en el primer semestre de 2018, según Semáforo Delictivo.
– Focos rojos –
Fotógrafos de AFP documentaron recientemente la inseguridad en ciudades como la turística Acapulco, la fronteriza Tijuana, la cosmopolita Ciudad de México, la famosa Guadalajara o la emblemática Culiacán, capital de Sinaloa y cuna de grandes narcotraficantes de México.
En estos lugares son frecuentes grandes operativos policíacos-militares, así como escenas de crímenes cercadas con cintas amarillas y peritos forenses vestidos con sus trajes especiales blancos. Las morgues, están cada vez más saturadas.
Hace unos días, la capital del país lanzó un nuevo esquema de Seguridad de su agrupación Cóndor, con constantes vuelos en helicóptero sobre la megaurbe, con policías armados con armas largas.
Mientras, pobladores se Guadalajara, la segunda ciudad mexicana, se conmocionaron este fin de semana con el hallazgo de al menos diez cuerpos en una fosa clandestina localizada dentro de una casa.
En Acapulco, balneario predilecto del jet-set antes de convertirse en una de las ciudades más peligrosas del país, mataron el 23 de julio a un comandante policíaco e hirieron a su compañero en plena calle.