Sao Paulo (AFP) – Cuando su madre la entregó a los 13 años a un pastor evangélico para que «curara» su transexualidad, Jacque Chanel estaba lejos de imaginar que cuatro décadas después abriría la primera iglesia trans de Brasil.
Ubicada en una planta de un estrecho y vetusto edificio del centro de Sao Paulo, la pequeña iglesia con paredes de colores vivos acoge semanalmente a fieles transexuales, muchas veces habitantes de la calle, excluidos de la sociedad por partida doble.
«Vivimos en una sociedad que nos maltrata, nos discrimina. Lo que hago aquí es dar esperanza, empoderar a las personas trans», afirma Jacque Chanel, de 56 años, nombre elegido en alusión a Jackie Kennedy y a la firma de lujo francesa.
En su culto, no hay hileras. El grupo forma un círculo y se da la mano mientras la pastora, ordenada en mayo por la iglesia evangélica, pronuncia las oraciones. Detrás, una banderola rosa y azul proclama: «Sou trans e quero dignidade e respeito» (Soy trans y quiero dignidad y respeto).
Chanel, con las cejas tatuadas, se expresa abriendo las manos y mirando a través de sus lentes con la firmeza de quien aprendió a fuerza de recibir palos.
«He sufrido mucho para llegar hasta aquí», admite.
Expulsar los demonios –
Recuerda como a un «padre» al pastor que la acogió en su ciudad natal de Belém (Pará, norte). «No aceptaba mi transexualidad, pero al menos me respetaba». Hasta que fue asesinado y la conservadora iglesia evangélica le cerró las puertas.
Este movimiento del cristianismo protestante, con el que se identifica el 30% de los brasileños, según encuestas recientes, defiende en su mayoría a ultranza valores como las uniones heterosexuales y la familia tradicional.
Pero movida por su fe en Dios, Chanel trató de regresar a su seno durante años.
«No me acogían. Colocaban una mano sobre mi cabeza para expulsar los espíritus malignos», asegura.
En Sao Paulo, adonde se mudó, logró formar un grupo de fieles con homosexuales. «Solíamos quedarnos atrás y una vez durante un culto, el pastor nos llamó al frente: era para expulsarnos».
Pero Chanel no se rindió y siguió llamando a todas las puertas hasta dar con una iglesia inclusiva, derivada de un minoritario movimiento evangélico surgido en los años 2000 en Brasil para acoger al movimiento LGTB.
«Me cambió la vida, aunque en seguida me pareció injusto. Había 300 gays y lesbianas y solo dos transexuales. ¿Realmente era inclusivo?».
Chanel convenció al centro para que le abriera un espacio, -en el que llegó a reunir a 200 jóvenes trans-, y le ordenara pastora para inaugurar hace seis meses su propia iglesia.
Cambio de sexo, no de nombre –
«Cuando entro en una iglesia católica, hay una legión de personas mirándome. Sobre todo cuando recibo la hostia. Me hace sentir muy mal. Aquí es diferente (…) nadie me mira, ni se fija en mi ropa ni me llama ‘travesti’ (…) Me siento en casa», afirma Vanessa Souza, de 42 años, una de las asiduas al culto de Chanel, que hasta hace apenas unas semanas se realizaba en línea.
Además de «sustento espiritual», Chanel suministra un ágape a sus fieles, de la misma forma que una vez por semana, gracias a las donaciones que recibe, recorre el barrio para entregar comida a unos 200 indigentes, cada vez más numerosos en el centro de Sao Paulo debido a la crisis económica que fraguó la pandemia.
«Sean trans o no, los invito al culto semanal, estamos abiertos a todos», explica la pastora, que asegura que sus ceremonias han sido tildadas de «satánicas» en videos colgados en internet por evangélicos conservadores.
En el plano personal, Chanel sigue aguardando la operación de cambio de sexo. Pero la lista de espera en el pionero Hospital das Clínicas de Sao Paulo incumbe a más de 1.000 personas, a razón de una cirugía por mes, asegura. En cambio, no tiene ninguna prisa por cambiar su verdadero nombre, Ricardo, en el carné de identidad.
«Eso me brinda la oportunidad de hacer pedagogía cada vez que alguien me pregunta».
Brasil es uno de los países con más asesinatos de transexuales en el mundo, con 175 en 2020.