Montevideo (AFP) – Yamandú, guionista de una de las murgas más destacadas de Uruguay, detiene un momento la mano con la que se pinta el bigote con purpurina verde, desvía la mirada del espejo y agita el pincel con energía para asegurar: «Agarrate Catalina no es el brazo artístico de ningún político ni partido».
Lo dice por la polémica que esta agrupación ha generado este verano en el Carnaval.
Las letras murgueras están comenzando a enojar a políticos, sobre todo del izquierdista Frente Amplio que ha gobernado los últimos 14 años y que se somete a elecciones presidenciales este 2019.
Objeto de concursos desde principios del siglo XX, la murga es una de las modalidades artísticas tradicionales del carnaval de Uruguay haciendo sátira y tomando el pelo a los poderosos.
Sin embargo, desde la llegada de la izquierda uruguaya al poder en 2005, esta tradición que animaba el carnaval con humor e ingenio comenzó a perder brillo a expensas de un oficialismo monocorde y –según sus detractores– panfletario.
A esa época se remontan los inicios, siendo aún muy jóvenes, de los hermanos Yamandú, Tabaré y Martín Cardozo, fundadores de Agarrate Catalina, un grupo que triunfó desde el principio y que entre sus seguidores más fieles tuvo al expresidente José «Pepe» Mujica.
Pero en 2019, después de seis años de ausencia, la Catalina volvió más escéptica a los tablados con el espectáculo «Las causas perdidas», cuyo número estelar es el cuplé «La lucha de clases».
«No somos retratistas, somos caricaturistas, tenemos que tener la libertad de poder leer la letra chica», la Catalina «no es orgánica de nadie», dice a la AFP Yamandú mientras se maquilla en un pequeño local que almacena sombreros, máscaras y trajes voluminosos con los que estos murgueros se transforman para llevar su magia a los tablados.
– «¡Homolesbocomunistas!» y «¡Yanquilandia!»-
Ya en el escenario, frente a un abarrotado público y envueltos en trajes circenses de colores intensos, alguno con rostro de arlequín, otro con sonrisa de Guasón o arcoíris en los párpados, los actores llenan el espacio con potentes coros combinando la mímica y el baile para dibujar una gran caricatura de los arcaicos conceptos de burguesía y proletariado.
El capitalismo es «el arte de transformar los lujos en necesidades», el comunismo «es la distribución igualitaria de la miseria», se gritan unos a otros. «¡Fachos!», «¡Focas!», «¡Yanquilandia!», «¡Nicaragua!» y siguen despotricando: «¡Homolesbocomunistas!», «¡Ovolactovegetarianos!» para terminar alineados aplaudiendo con el insulto de moda: «¡Corruptos!», «¡Te odio!».
Todo esto con la Internacional Socialista en un ritmo de samba como fondo y arreglos originales de Tabaré, el líder de los hermanos Cardozo.
La murga es una de las expresiones más genuinas de los uruguayos, dice de su lado Daniel Porciúncula, periodista especializado que cree que este año «hay una efervescencia muy especial» del público por el periodo electoral.
Este periodista que durante 42 años ha transmitido el concurso en Radio Carnaval y se conoce de principio a fin la historia y la tradición dice que la molestia estriba en que «en los últimos tiempos la izquierda ha sufrido cambios y en el propio Frente Amplio hay gente a favor del presidente, pero hay otros que están en contra y se ha polarizado mucho la opinión».
Además de ser un termómetro político, actualmente el carnaval mueve importantes cantidades de dinero en sus 40 días de duración. De acuerdo con el semanario Búsqueda, en 2018 la asociación de directores del carnaval obtuvo ganancias por 1,6 millones de dólares, e incluso murgas como Agarrate Catalina o Falta y Resto se profesionalizaron por completo y viven de su arte.
La corrupción, la inseguridad, la migración y la carestía de la vida son material que alimenta las letras de las murgas que cada noche hacen estallar las carcajadas al pie de los escenarios.
– «Me cago en la locura de esta brecha» –
Catalina no es la única que hace enojar a la clase política. Muchas otras también hacen parodias por ejemplo con Raúl Sendic, el exvicepresidente que en 2017 renunció envuelto en un escándalo de corrupción, como uno de los blancos favoritos.
En estas veladas veraniegas de tablados, la mayoría al aire libre, los espectadores pueden beber cerveza e incluso fumarse un porro, mientras se divierten. Enfundados con chaquetas de los colores de la bandera de Venezuela, los integrantes de otra agrupación, La Gran Muñeca, cantan con una ácida crítica sobre las dificultades que vive la migración de ese país y de la inseguridad que ha empezado a preocupar a los uruguayos.
«En el Mercosur acordaron etiquetar los alimentos / cuánta grasa y cuánta sal cuidan los excesos / sería bueno que pusieran demostrando no ser necios / una etiqueta bien grande que diga exceso de precio», cantan de su lado los Patos Cabreros en una fuerte queja por el costo de la vida en Uruguay.
En su presentación, la Catalina remata con una reflexión que se aplica a muchos otros lugares del mundo: «Ya no quiero ser soldado de una idea / ni rebaño de la izquierda o la derecha, / me resisto a etiquetar a las personas y me cago en la locura de esta brecha».