Tonacatepeque (El Salvador) (AFP) – Rodando carretas con calaveras y terroríficos personajes como el diablo, jóvenes disfrazados de esqueletos celebran la muerte y desafían la fiesta de Halloween, una tradición popular el día de todos los santos en el poblado salvadoreño de Tonacatepeque.
Con la oscuridad de la noche del y después de una refrescante lluvia, grupos de jóvenes se concentraron frente al cementerio para iniciar la jornada que luego recorre la calle central de Tonacatepeque, un poblado ubicado 25 km al norte de San Salvador.
La Calabiuza (Calavera) «es la fiesta que nos dejaron nuestros antepasados con un gran significado cultural para recordar a nuestros muertos con alegría, y hacemos frente al Halloween, una fiesta de simples disfraces para pedir dulces (caramelos)», declaró a la AFP Emerson Rodríguez, estudiante de la estatal Universidad de El Salvador, de 19 años, caracterizado como la calavérica muerte de traje blanco y guadaña en mano.
Antes de iniciar el desfile, y a ritmo de tambores, el diablo y personajes de leyendas locales como la Siguanaba, Almas en pena, el Juez de Medianoche, el Cipitío, la Llorona, Padres sin Cabeza, Ángeles y el Cadejo danzan alrededor del fuego.
Los más atrevidos lanzan bocanadas de fuego y asustan a locales y extranjeros distraídos en busca de la mejor «selfie».
Desfile de Carretas
El estruendo de los fuegos artificiales es la señal que niños y jóvenes de piel ceniza, simulando la muerte en transición al mas allá, esperan para poner en movimiento las ruidosas carretas adornadas con esqueletos articulados, materiales de plantas secas de banano, tuza (hoja que envuelve la mazorca de maíz), calaveras de animales colgando y antorchas.
«Preparar estas carretas requiere de mucha dedicación, porque la idea a desarrollar es cómo generar espanto con el diseño más tenebroso», declara a la AFP Gabriel Pérez, un joven de 20 años que tiene dos años de participar en el festejo mostrando la figura de el Cadejo, un diabólico animal negro que, cuenta la leyenda, persigue a los ebrios y trasnochadores.
De traje negro, Bryan Antonio Ayala, de 20 años, personifica al Padre sin Cabeza, y confiesa que lo hace para «mantener la tradición popular que identifica a Tonatepeque», y además tiene la misión de «llevar al infierno a las almas malvadas de esta tierra».
Jurado entre el público
Entre el público presente se desplazan miembros del jurado que califican las carretas, preparadas durante varios meses con materiales artesanales para evitar contaminar el festejo popular, en que se mezclan tradiciones prehispánicas de pueblos indígenas y cristianas.
«Calificamos las carretas por el grado de creatividad en el diseño, los materiales usados y el impacto visual que generan», explica Napoleón Lara, un maestro de 50 años que se desempeña como miembro del jurado del festejo.
El jurado califica también dinámicas de danza y canto del estribillo oficial del festejo que todos repiten: «Ángeles somos, del cielo venimos pidiendo ayote (calabaza) para nuestro camino, mino, mino».
Lara destaca «la emotividad» de los jóvenes para mantener viva una tradición de la cultura local.
La festividad es seguida de cerca por la policía y elementos de la Cruz Roja local para atender eventuales emergencias.
El cierre del desfile es en la plaza central de Tonacatepeque, cuando la municipalidad, presidida por el edil Roberto Herrera, entrega premios en efectivo a las mejores carretas y además ordena el reparto de miles de raciones de calabaza en miel para todos los presentes.