Timbiquí (Colombia) (AFP) – Por entre un río brioso se asoma una canoa. En la proa sobresale una figura blanca: la virgen peregrina de Fátima acaba de llegar a Timbiquí, un pueblo del Pacífico colombiano azotado por la guerra que la recibe como una celebridad.
La muchedumbre le da la bienvenida en la orilla con bombas y cánticos religiosos ambientados con tambores africanos. Acostumbrados al olvido estatal y a ser noticia solo por alguna masacre, la visita de una de las 13 réplicas de la figura religiosa de Portugal les devuelve la esperanza de pacificación en este territorio profundamente creyente.
«La visita de Fátima es (para) reconfortarnos, inyectarnos de esperanza en ese deseo posible de que se puede vivir en paz», dice a la AFP monseñor Carlos Alberto Correa, vicario apostólico de Guapi, un municipio aledaño a Timbiquí, también en el convulso departamento del Cauca.
Teatro de operaciones de bandas narcotraficantes de origen paramilitar, de rebeldes del ELN y de disidencias de la disuelta guerrilla FARC, las tierras del Cauca son disputadas a sangre y fuego por su ubicación estratégica para el tráfico de drogas a Centroamérica y Estados Unidos.
En épocas de las poderosas FARC, ahora desarmadas y transformadas en partido tras suscribir un acuerdo de paz en 2016, los enfrentamientos eran pan de cada día. Solo en Timbiquí el sangriento conflicto armado ha dejado casi 12.000 de las más de ocho millones de víctimas de seis décadas de guerra en Colombia.
«Hay momentos en que cuando hay dificultades las personas perdemos la esperanza de recuperar esa paz tan anhelada en la que muchos años vivimos como Pacífico», señala la devota Ruth Mariel Valencia a las afueras de la iglesia local.
Las docenas de fieles de este pueblo negro que sobrevive de la pesca, la caza, la explotación de madera y la minería le toman fotos. Los niños dejaron de ir a la escuela por unos minutos para verla. Todos visten de blanco.
«Nos ha llegado la dolorosa situación de la violencia y del narcotráfico, que nos ha hecho dudar de la alegría, de la felicidad y de la esperanza, porque son reinos que se han empoderado y que han nacido del abismo, haciendo mucho mal a su paso», cuenta monseñor.
Pero la visita de la réplica de Fátima, que recorre Colombia desde mayo y pronto partirá a Perú ante el pedido del papa Francisco de llevar el evangelio a las calles, es un bálsamo contra los «muchos dolores sociales» de este pueblo selvático al que solo se puede llegar por agua y aire.
«Nos han intimidado, nos han hecho perder el coraje y la esperanza, por lo tanto una visita como Fátima hace que resurja en nosotros lo que hay de bueno, que es el coraje, la fe, la esperanza y el amor», añade el religioso.
La peregrinación es interpretada por los lugareños como un mensaje a los violentos para que silencien de una buena vez por todas los fusiles en Colombia, la nación con la séptima población más numerosa de católicos en el mundo.
«Que entiendan ellos que todos somos paridos de madre, que todos somos humanos», apunta una Valencia hastiada de la guerra.