Caloto (Colombia) (AFP) – Música, baile, llanto. Así despiden miles de indígenas a Edwin Dagua, otro líder acribillado a tiros en un pueblo del suroeste de Colombia, azotado por el conflicto armado y el narcotráfico.
«Nos están matando, nos están matando… ¿por qué?», dice entre sollozos uno de los amigos de Dagua a la AFP, mientras acompaña el féretro.
El 7 de diciembre, en el convulso departamento del Cauca, dos hombres interceptaron al líder de la comunidad Nasa y le dispararon cuatro veces hasta que su cuerpo yació inerte en el suelo.
Con su muerte ya son 36 los indígenas asesinados desde que el derechista Iván Duque se posicionó como presidente el 7 de agosto, según cifras de la Organización Nacional Indígena (Onic).
Teatro de operaciones de bandas narcotraficantes de origen paramilitar, de rebeldes del ELN y de disidencias de la disuelta guerrilla de las FARC, las tierras del Cauca son disputadas a sangre y fuego por su ubicación estratégica para el tráfico de drogas a Centroamérica y Estados Unidos.
Dagua, de 28 años, era gobernador del resguardo Huellas Caloto y se había propuesto combatir la proliferación de cultivos ilícitos en la región. A pesar de las amenazas, hasta el último día «exigió respeto a los actores armados», explicó a la AFP una fuente de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (Acin).
En épocas de las poderosas FARC -ahora desarmadas y transformadas en partido tras suscribir un acuerdo de paz en 2016 -la violencia, el desplazamiento y las amenazas eran pan de cada día.
Sin embargo, la comunidad ha denunciado que en el 2018 los vacíos en la implementación del pacto han recrudecido el conflicto. Solo en el norte del Cauca, en lo que va corrido del año, los indígenas han recibido 55 amenazas, entre panfletos y llamadas telefónicas, de las cuales 22 terminaron en asesinatos, según la Acin.
Cerca de 2.000 indígenas de diferentes partes del departamento se dan cita en la iglesia evangélica de la vereda El Poblado, donde velan el cuerpo del gobernador. Detrás del recinto, familiares y amigos comparten un plato de comida y un café.
«Él temía por la vida de él (…) no se sentía tranquilo, pero nos dijo que estaba decidido, que iba hasta el final», lamenta su hermano Diego Dagua, de 45 años, durante el funeral.
Una decena de personas se aprestan a cargar el ataúd envuelto en una bandera verde y roja, que identifica al consejo regional indígena del Cauca. Caminan durante media hora por la montaña, hasta llegar al cementerio.
«Tenía bien puestos los pies sobre la tierra. Decía las cosas como debía decirlas (…) Así nos sigan matando, nosotros tenemos que continuar este proyecto político (de Edwin)», sentencia Oscar Eduardo Escué, autoridad indígena de 40 años.
Inconformes con la justicia ordinaria y las acciones del gobierno, esta vez la comunidad va a apersonarse de la investigación del asesinato de Dagua para dar con los responsables, desde el ejercicio de la justicia indígena.