Pinaya (Bolivia) (AFP) – El crepúsculo apenas ilumina el montículo cuando las primeras siluetas emergen desde la ladera. Enfundados en gruesas telas multicolores, insignia de los pueblos andinos, decenas de aimaras cargados de mesas de ofrenda, las wajt’as, se sientan en la roca a degustar cigarrillos y hojas de coca mientras esperan el Año Nuevo Andino en Bolivia.
Como cada 21 de junio, llegaron para agradecer al Tata Inti, dios Sol, y a la Pachamama, su Madre Tierra, pero con un pedido especial para el nuevo año, el 5529: agua.
El Illimani, con 6.438 metros, la segunda montaña más alta de Bolivia, no es ajeno a los deshielos que provoca el calentamiento global y esto ha afectado los ciclos agrarios en esta zona del oeste del país.
«Tenemos mucha preocupación porque si las montañas se deshielan totalmente, no tendríamos ya agua, y el agua es la vida», lamenta Faustino Mamani, un granjero de 60 años.
Todavía faltan unas dos horas para que aparezca el sol y ya hay fiesta. Leucadio, un amauta (sacerdote aimara) reparte tragos de alcohol puro entre los presentes. Siempre del mismo vaso. Cada uno vierte al suelo unas gotitas para la Pachamama y se toma el resto de un solo sorbo.
Entre rondas, Leucadio reza en su idioma y arma la ofrenda: figuras de azúcar, incienso, pétalos, nueces y cebo de llama cubren una hoja de papel. Encima, lo que más dinero cuesta: un feto de llama, o sullu. Al lado del sacerdote, alguien prepara una gran fogata, donde arderán las donaciones para que los deseos se cumplan.
Las ofrendas se consumen y ninguno de los presentes pierde la oportunidad de ch’allar: echar alcohol al fuego para pedir fortuna y protección.
«Esto es una comida para el ‘achachila’ Illimani», el «espíritu protector» del pueblo, explica el dirigente agrario y montañista Mario Chura, de 40 años.
– Calendario en disputa –
Sale el sol y todos giran a su encuentro; con las palmas de frente, sienten la calidez de los primeros rayos. Empezó el invierno austral, y con él, otro año.
Pero para algunos expertos, es arbitrario decir que comienza el 5529 y no otro año.
Heredera de una tradición milenaria, la celebración actual nació a principios de la década de 1980, cuando florecieron movimientos de reivindicación política de las identidades indígenas.
Los militantes se plantearon que como los judíos y los chinos, ellos también debían tener su año nuevo.
El académico y activista Carlos Macusaya lo compara con la celebración de la Navidad en la religión cristiana el 25 de diciembre, argumentando que «se dice que es cuando nació Jesús y sin embargo no hay ninguna prueba de ello», aunque no por eso es una «farsa».
Según el calendario marawata -una combinación de palabras del aimara y el quechua para denominar al año- transcurrieron 5.000 años hasta el primer desembarco de Cristóbal Colón en América en 1492, hace 529 años. Esta referencia temporal también se ideó en los años ochenta.
«El calendario gregoriano ha influido tanto en nosotros que solamente celebramos el 21 de junio, pero en la perspectiva andina hay dos comienzos del año», aclara el antropólogo Milton Eyzaguirre. «El 21 de diciembre también regulaba el ciclo agrícola», pero la celebración de esa fecha cayó en desuso.
– El «protector», en peligro –
La ceremonia llega a su fin y, al compás de flautas y tambores, el grupo camina montaña arriba con palas, picos y cajas de cerveza. Van a cavar zanjas para desviar el agua a lugares donde escasea.
Desde los años ochenta hasta 2010, el Illimani ha perdido alrededor del 20% de su superficie de glaciares milenarios, indica un estudio de la ONG Aguas Sustentables.
«La pérdida de glaciar afecta la oferta de agua», señala Paula Pacheco, investigadora de la ONG. «Los principales perjudicados son los agricultores, pero también afecta la disponibilidad de agua para consumo humano».
«Es una mentira decir que los compromisos de emisiones cero hacia el año 2050 son una solución al cambio climático», afirmó el vicepresidente boliviano David Choquehuanca, que considera insuficientes los compromisos de Estados Unidos y la Unión Europea de reducir a la mitad sus emisiones para 2030.
En el puesto 80 de emisión de gases de efecto invernadero entre 181 países, Bolivia acaba de presentar a las Naciones Unidas una iniciativa para que aquellos con mayores emisiones aumenten «entre cinco y diez veces» el financiamiento a los países más afectados y eleven sus metas de reducción de emisiones.
Sin embargo, de concretarse, el efecto tardará en llegar.
El fuego se refleja en los ojos de Leucadio. «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén», susurra al alejarse de la fogata. Como el resto de los agricultores, agradece, con la esperanza de que la Madre Tierra escuche las plegarias por el agua.