San Martín de Amacayacu (Colombia) (AFP) – En las entrañas de la selva amazónica colombiana, una Torre de Babel. Indígenas de lenguas, países y etnias diferentes descubrieron en el cine un lenguaje común para narrar su propia historia lejos de la mirada foránea.
En San Martín de Amacayacu, se juntaron por primera vez los pueblos Matis de Brasil y los Tikuna de Colombia. Fue un viaje de siete días por ríos torrentosos y caminos imposibles para producir sus obras de cine.
Resueltos a narrar sus propias historias, los matis consiguieron dos cámaras en 2015 gracias a la Fundación Nacional del Indio y aprendieron a filmar con el apoyo del Centro de Trabalho Indigenista de Brasil (CTI).
Ahora quieren que las comunidades del otro lado de la frontera también se narren a sí mismos.
«Hoy en día no queremos que los blancos vengan a filmar», dice a la AFP Damë Bëtxun Matis, de 27 años.
Un matis de rostro tatuado imparte instrucciones sobre cómo enfocar una videocámara. Se comunican en una mezcla de español, portugués y lenguas originarias.
Desde que los llamados «hombres jaguar» llegaron a este pueblo colombiano de unos 700 habitantes todo es «satisfacción» y «curiosidad», cuenta Lizeth Reina, una tikuna de 24 años.
«Nosotros no sabíamos manejar una cámara, entonces lo que hacen es mostrar su experiencia, brindando conocimientos y perseverancia (…) estamos muy felices por ese paso que estamos dando por primera vez», sostiene en español la joven aprendiz.
Una decena de matis salieron desde sus tierras en el Valle del Yavarí, desangrado por las mafias del tráfico de droga, pescado, minería y madera.
El periodista británico Dom Phillips y el indigenista Bruno Pereira fueron asesinados a tiros el 5 de junio en ese territorio, más grande que Austria, en el que se concentra la mayor cantidad de comunidades en aislamiento voluntario en el mundo.
«No es fácil llegar hasta aquí, se sufre un poco pero es muy emocionante», afirma el cineasta Pixi Kata Matis, de 29 años, también tatuado la cara como felino, lo que distingue a esta etnia contactada en 1976.
Cine selvático –
De mano en mano pasa una totuma rebosante de masato, una bebida fermentada a base de yuca. Los visitantes beben entre muecas y las carcajadas de los tikunas.
En la maloca, el centro cultural, político, social y espiritual, comienza la proyección de las películas matis.
Cientos contemplan deslumbrados cacerías con cerbatanas, arcos y flechas, también la fiesta del tatuaje, un ritual que acompaña el tránsito de los jóvenes matis a la edad adulta.
«Tenemos que mostrar a otros pueblos y a los blancos que nosotros tenemos nuestra identidad», asevera Pixi junto al río Amazonas.
Las escenas inspiran «respeto», coinciden los tikunas.
Las películas «pueden ayudar para que queden recuerdos para el futuro (…) que no nos olvidemos nuestras tradiciones», comenta en español Yina Moran, de 17 años y nacida en San Martín.
Divididos en grupos mixtos, los tikunas se proponen hacer tres cortometrajes sobre semillas, plantas medicinales y masato con el apoyo de los matis, el CTI y la asociación francesa ForestEver.
«Las cámaras se hundieron en el paisaje y las familias estaban más dispuestas a compartir y a comunicarse», observa Claire Davigo, coordinadora de ForestEver.
Reporteros extranjeros –
Un exuberante parque natural rodea a San Martín de Amacayacu. Casas de madera y techos de zinc, algunas de murales coloridos, albergan varias generaciones de una misma familia.
Aprendices y experimentados pasan el día haciendo entrevistas y registrando la cotidianidad del pueblo.
«La comunicación fue muy hermosa, porque nos entendemos aunque casi no hablamos portugués, pero nos entendemos a través de nuestras culturas», apunta Yina.
En la tarde, cuando el bochorno cede, los lugareños se dan cita en el río, las mujeres lavan ropa y otros toman un baño. En la noche prenden generadores de energía por cuatro horas.
Entonces se apaga la música y comienza el mundo sonoro de la selva.
Los matis fueron contactados en los setenta y una década después ya eran «las estrellas de reportajes exóticos» realizados por periodistas de Estados Unidos, Japón, Francia e Inglaterra, según el CTI.
Los extranjeros quedaban cautivados por sus figuras ornamentadas: orejas perforadas con gruesos adornos; narices y labios atravesados por finas varillas; mejillas y frentes tatuadas con líneas negras y paralelas; collares, brazaletes y otras joyas en el resto del cuerpo.
«Muchas personas querían ir a la aldea, fueron muchas veces, filmaban sin nuestra autorización, sin nuestra comprensión, y después se llevaban el material» sin compartirlo, lamenta Pixi.
Por eso en 2017 los matis empezaron a escribir su propia historia.
Documental premiado –
Desde que llegó a San Martín, Damë no ha soltado su cámara.
El cineasta participó en la realización del documental «Fiesta del tatuaje Matis», que ganó el premio del jurado en el festival de cine indígena Kurumin en 2021.
La película muestra la tradición de marcarse el rostro, que abandonaron los jóvenes cuando comenzaron a ser discriminados en las ciudades.
Pixi convenció a la comunidad de retomar este ritual, luego de que un universitario lo increpara en público porque no le parecía un «indígena original» sin los tatuajes.
Unos 90 jóvenes de las cuatro aldeas matis se tatuaron y quedaron inmortalizados en video por sus pares cineastas.
«Me gusta mucho la aldea de los tikuna (…) me gustó mucho hacer este intercambio audiovisual», dice Bëtxun con un largo collar cruzado sobre el torso desnudo.
La última noche en San Martín cientos de pobladores acuden a la maloca para ver los cortometrajes realizados por los jóvenes tikuna con la ayuda de los matis.
Risas, aplausos y mucho masato acompañan la proyección de esas obras de cine. Cuando se le pregunta a Pixi si le afecta este vivir entre dos mundos, uno occidental y otro indígena contesta tajante: «No vivimos entre dos mundos, vivimos con dos mundos».
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