San Salvador (AFP) – Gaspar Romero, el hermano menor del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, que será canonizado en fecha próxima, clama por el fin de la impunidad que rodea al asesinato del prelado, aunque dice que perdonó a los autores del magnicidio.
En entrevista con la AFP, Gaspar recordó que su hermano llegó a decirle: «Yo sé que me van a matar, pero desde ya perdono a los que lo vayan hacer».
Por eso, él decidió hacer lo mismo. «Retomando esas palabras, perdono a quienes lo hicieron», asegura hoy.
De mente lúcida, con 88 años, Gaspar dice que puede morir en paz porque el Vaticano beatificó a su hermano el 23 de mayo de 2015 y el pasado 7 de marzo anunció que será elevado a los altares como santo. Para él, el arzobispo era de hecho «un santo que no hacía mal a nadie».
A 38 años del asesinato, lamenta que los responsables nunca fueron llevados a los tribunales, pero confía en que no escaparán de la justicia divina porque «mataron a un hombre justo y sin motivo».
«Ya todo el mundo lo sabe (quién mandó a matar a Romero). ¿Por qué no ha actuado la fiscalía?, esa es la pregunta. Han pasado muchos fiscales y todo el pueblo lo sabe, menos la fiscalía», reflexiona.
Monseñor Romero fue asesinado por un francotirador el 24 de marzo de 1980, mientras oficiaba una misa en el hospital de enfermos de cáncer La Divina Providencia, en el sector norte de San Salvador.
Una Comisión de la Verdad creada por la ONU en 1993 responsabilizó de su muerte al mayor Roberto d’Aubuisson, fundador del derechista partido Alianza Republicana Nacionalista (Arena), quien murió de cáncer en febrero de 1992.
Lo que más molesta a Gaspar y los seguidores de su hermano es la impunidad que rodea el caso.
«Nos han dicho que podemos pedir recursos económicos (como medida de reparación) pero, aunque los necesitamos, no es ese nuestro interés», aclara.
Gaspar menciona que públicamente se «conoce de nombre» a quienes participaron en el crimen y destaca que además de D’Aubuisson está involucrado el capitán Álvaro Saravia, quien entregó al sicario francotirador los 1.000 colones (400 dólares de la época) que proporcionó un empresario cuando se presentó a una mansión a decir «misión cumplida».
Saravia es prófugo de la justicia, tras ser condenado por un tribunal de Estados Unidos.
Gaspar no espera que los asesinos pidan perdón públicamente, pero aclara que «la conciencia no se calla cuando uno comete una falta, por leve que sea. Uno está con aquel remordimiento».
– Perder un hermano –
A Gaspar se le enrojecen los ojos al hablar sobre el impacto que la muerte de su hermano tuvo en la familia, que lo sigue llorando.
«Éramos muy unidos, sentí el dolor de perder a un hermano, y como salvadoreño sentí la pérdida que tenía el país de un hombre grande, bueno y sabio que no le hacía el mal a nadie», dice.
«Quisiéramos que se dijera la verdad de lo que fue: un hombre sencillo y defensor de los pobres», agrega.
Y menciona una de las anécdotas que más le impactó: una noche, cuando Romero era sacerdote en San Miguel, la «alta sociedad» de la ciudad lo esperó con una refrigeradora gigantesca llena de productos para suplir sus necesidades. Él les agradeció el gesto, pero pidió a los donantes que llevaran los víveres al asilo de ancianos, donde tenían «mucha necesidad».
Por esa trayectoria de humildad y generosidad «queremos que se respete su persona, porque lo difamaron mucho, y aunque ahora la iglesia lo está recuperando, queremos que se diga la verdad», resume.
Gaspar considera la canonización como «un milagro de Dios», por cuanto él había rezado para que le permitiera ver a su hermano ascender a los altares. Adelanta que si el acto se realiza en el Vaticano le será más difícil asistir, aunque pedirá «un préstamo para ir».