El Progreso (Honduras) (AFP) – Miguel rescató solo dos mazorcas de su plantación de maíz, aún cubierta por el agua achocolatada. El campesino hondureño fue víctima de la tormenta tropical Julia que hace un mes azotó Centroamérica, donde los fenómenos climáticos son cada vez más recurrentes.
Julia ingresó el 9 de octubre a Nicaragua como huracán categoría 1, pasó como tormenta tropical por El Salvador y se disipó en Guatemala.
Las bandas de lluvia desbordaron los caudalosos ríos Ulúa y Chamelecón, provocando los mayores daños en el Valle de Sula, al norte de Honduras, la zona más vulnerable ante los fenómenos climáticos.
Muerte y cultivos arrasados –
Según entes estatales, Julia dejó medio centenar de muertos en los cuatro países, así como miles de hectáreas de cultivos dañados.
Las siete hectáreas de Miguel Mejía, de 58 años, Antonio Alemán, de 53, y otros ocho campesinos hondureños, está a 30 kilómetros de donde desbordó el Ulúa, cerca de El Progreso, unos 200 km al norte de Tegucigalpa. Hasta allí llegaron las crecidas.
Un mes después, el panorama en esa zona es desolador: viviendas de miles de personas muy pobres cubiertas de tierra y otros desechos que arrastraron las corrientes, que también arrasaron con cultivos de granos básicos, palma africana, plátanos, yuca y otros productos.
«Perdimos la cosecha. Solo pude localizar unas dos mazorcas mediabuenas y las otras están totalmente podridas», se quejó el campesino. «Vamos a tener una crisis alimentaria», deploró Miguel, quien vive con su esposa y dos hijos ya adultos.
Estimó las pérdidas en más de 400.000 lempiras, unos 16.000 dólares, para los diez campesinos, quienes no podrán sembrar en el segundo ciclo del año porque las tierras siguen inundadas.
El trabajo de dos ciclos anuales es «para tener el maicito para comer uno las tortillas y ayudarse de alguna manera con lo que vende de lo que cosecha», explicó.
Tras las pérdidas, Miguel se compra la comida con dinero que percibe al arreglar cercos dañados por las corrientes. Allí «nos están dando un sueldito (…) para poder sobrevivir».
Por su parte, a Antonio el agua le cubrió su vivienda hasta el techo. «Sembramos con semilla comprada, fertilizamos y todo eso lo perdimos», se quejó.
Ahora el campesino trabaja en una cooperativa de palma africana. También reparando cercos, chapeando y cortando frutas, donde le pagan 10 dólares al día. «Allí vamos a estar trabajando, por mientras».
Otro campesino de la zona, Camilo Chávez, de 64 años, dijo que se las arregla «para comer con ayuda de algunos amigos, y la municipalidad que nos ha invitado a un poquito de comida».
Demasiada agua –
En El Salvador, uno de los afectados fue Víctor Carranza, de 44 años. Perdió su cultivo de una hectárea en El Zamorano, unos 100 km al sureste de San Salvador.
«Ahí se queda uno más fregado, sin recurso de poder tener su maicito», sostuvo. Aspira a una donación del gobierno para sembrar de nuevo.
«Ha habido demasiada agua (…) este año ha sido bastante copioso, ningún año ha habido agua como en este», deploró el también campesino salvadoreño Alfredo Hernández, de 51 años.
En Nicaragua, el ministerio de Hacienda y Crédito Público estimó en 367,8 millones de dólares las pérdidas causadas por Julia en producción, daños al ambiente e infraestructura en salud, educación, telecomunicaciones, energía, agua y saneamiento.
El ministro guatemalteco de Agricultura, José Ángel López, contabilizó entre los efectos de Julia «60.000 hectáreas afectadas en diferentes niveles, que incluye maíz, frijol, cardamomo, café, banano, plátano y pastos».
«Se perdieron todos los cultivos de maíz, porque aquí solo eso trabajamos (…) solo logramos sacar un poquito», lamentó el agricultor Elías Coc, de 31 años, padre de cinco pequeños, residente en la aldea Santa Marta Salinas, al norte.
Cambio climático –
«Las llenas grandes se han dado cada 20 años pero esta vez apenas habían pasado dos años» de las tormentas tropicales Eta y Iota. «Desde el Mitch habían pasado 24 años», recordó Miguel.
Después del huracán Mitch, que azotó en 1998, la peor tragedia climática que ha experimentado Centroamérica, las autoridades hondureñas construyeron unos muros de tierra a la orilla del Ulúa y el Chamelecón, para proteger las poblaciones.
En 2020, las crecientes por las tormentas Eta y Iota rompieron fragmentos de esas barreras y los ríos se desbordaron hacia las poblaciones del Valle de Sula, la más pujante zona productiva de Honduras, país de 9,6 millones de habitantes, con más del 70% en la pobreza.
«El cambio climático está profundamente vinculado con el desarrollo y el bienestar humano. Si no se controla, sus impactos podrían empujar a 132 millones de personas a la pobreza en los próximos 10 años», advierte un informe del Banco Mundial de julio de 2022.
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