Acolman (México).-Una nueva exposición en el Museo Virreinal de Acolman, Estado de México, ofrece una mirada profunda al periodo fundacional de la evangelización agustina en la Nueva España.
Bajo el título La cruz y la piedra. Primeros pasos de los agustinos en la Nueva España, la muestra curatorial revela los matices de un proceso complejo que transformó radicalmente las estructuras sociales, políticas y espirituales de los pueblos originarios, a través de la construcción de conventos, la enseñanza del catecismo, y el uso del arte como herramienta evangelizadora.
Impulsada por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), la exhibición representa un paso significativo en la interpretación crítica del pasado colonial.
La iniciativa curatorial nació en 2017 gracias al trabajo de Carmen Mendoza Aburto y la recientemente fallecida museógrafa Ana Bedolla Giles (1953–2025), quienes exploraron en una muestra previa el papel multifacético de los conventos virreinales, especialmente los de la Orden de San Agustín, como centros de espiritualidad, educación y producción cultural.
Ahora, esta nueva propuesta, dirigida por Elena González Colín, titular del MVA, recupera 18 piezas clave del acervo del museo, entre ellas una escultura policromada de san Agustín de Hipona, que da la bienvenida a los visitantes. La colección también incluye retratos de frailes influyentes como Petrus Manzo, Ambrosio Calepino, Henrique Florez y Angelus Rocca, además del óleo *El patronazgo de la Virgen* junto con representaciones de san Francisco de Asís y santo Domingo.
La exposición también integra objetos religiosos que retratan la vida itinerante y pastoral de los frailes, como un altar portátil y un Cristo elaborado en caña de maíz, técnica de raíz indígena. Se suman esculturas de San Fernando y San Nicolás Tolentino, este último considerado uno de los santos más venerados de la orden.
El conjunto invita a reflexionar sobre cómo el poder espiritual y la estrategia evangelizadora se fusionaron con el control territorial durante los primeros cien años tras la llegada de los agustinos, entre 1533 y 1630.
Este periodo estuvo marcado por un profundo impacto para los pueblos originarios. Guerras, epidemias y la reconfiguración de sus estructuras de vida los dejaron vulnerables ante los intereses de conquistadores, autoridades virreinales, la Corona española y la Iglesia.
La conversión religiosa, aunque presentada como un acto de redención, también sirvió para justificar la explotación económica y cultural de las poblaciones indígenas. Las órdenes religiosas, incluyendo la agustina, se insertaron en este sistema adaptándose a las instituciones locales, sobre las cuales impusieron una nueva organización social y política.
Los agustinos jugaron un papel destacado en la consolidación del orden virreinal, al establecer numerosos centros doctrinales y educativos. De los 273 conventos edificados hacia 1570, 85 eran agustinos, muchos de ellos construidos con materiales y mano de obra indígena. Su vocación doctrinal, sumada al conocimiento de lenguas nativas y tradiciones locales, facilitó la evangelización y el levantamiento de complejos arquitectónicos que aún hoy son testimonio de este proceso.
Entre los primeros conventos agustinos destacan los de Ocuituco, Totolapan, Yecapixtla y Zacualpan de Amilpas, en Morelos; Mixquic, en la Ciudad de México; Ocuilan, en el Estado de México; Tiripetío y Tacámbaro, en Michoacán; y Metztitlán, Actopan e Ixmiquilpan, en Hidalgo. Todos ellos representan ejemplos notables del arte y arquitectura plateresca, y muchos cuentan con valiosas pinturas murales realizadas en las primeras décadas del virreinato.
El convento de Acolman, cuya construcción inició en 1539, destaca como una de las joyas más emblemáticas del arte virreinal. Dedicado a san Agustín de Hipona, este conjunto se convirtió en cabecera doctrinal y centro educativo, donde se enseñaban lenguas indígenas, teología y gramática.
En 1570 contaba con 16 alumnos; a inicios del siglo XVII, esa cifra ascendía a 25. El arte europeo se enseñaba con textos adaptados y el teatro religioso se utilizaba como medio de instrucción y evangelización. De hecho, se atribuye al prior fray Diego de Soria, en 1587, la obtención de la bula papal para celebrar las primeras misas de aguinaldo, antecedente directo de las tradicionales posadas mexicanas.
El funcionamiento del convento también dependía de la producción rural. Ranchos, haciendas, ganado y un molino sostenían su vida cotidiana, aunque con el paso del tiempo estos bienes fueron confiscados durante el proceso de secularización impulsado por la monarquía española.
La muestra, La cruz y la piedra, no sólo rescata el valor estético y material del patrimonio virreinal, sino que también promueve una revisión crítica de los procesos de colonización espiritual en el México del siglo XVI. A través del arte y la historia, invita a repensar los orígenes de la identidad cultural mestiza y la huella persistente de los primeros pasos de los agustinos en estas tierras.