San Francisco Gotera (El Salvador) (AFP) – Arrepentidos de crímenes por los que purgan largas condenas, exmiembros de las pandillas Barrio 18 y Mara Salvatrucha (MS-13) buscan rehabilitarse en una prisión en el este de El Salvador, donde se capacitan en diversos oficios para salir de la vida delictiva.
Con láminas de metal como techo que aumentan el calor, el penal de San Francisco Gotera, 161 km al este de San Salvador, alberga entre estrechos pasillos a 1.585 internos de la facción «18 revolucionarios» y cuatro retirados de la MS-13, a pesar de que la capacidad es para 300 reclusos.
Ahora la cárcel se asemeja más a una escuela en la que se observan pandilleros recibiendo clases en celdas convertidas en aulas. En los talleres, la falta de materia prima limita que todos puedan practicar los oficios que aprenden.
De los casi 1.600 internos de Gotera, sólo 43 rechazan ingresar a dos iglesias evangélicas lideradas por pastores salidos de las mismas pandillas y que lideran el programa que los capacita en diferentes oficios. Todo se desarrolla bajo «medidas extraordinarias» de seguridad, como la prohibición adoptada hace dos años de recibir visitas.
– En la mira de Trump –
Gotera es uno de los seis presidios que en su conjunto albergan a 17.000 pandilleros de la MS-13 –fustigada por el presidente norteamericano Donald Trump en casi todos sus discursos– y la 18, entre activos y retirados, es decir 43,7% de la población reclusa del país.
En centros de resguardo de menores también figuran 1.276 reclusos de menos de 18 años.
«Nosotros estamos más que arrepentidos de haber pertenecido a la pandilla y lamentamos todo el tiempo que desperdiciamos andando en malos pasos», declara a AFP Moisés Linares, de 30 años, quien ha purgado 12 años de su condena de 20 por «extorsión».
Hace poco más de dos años, Linares era uno de los cabecillas más violentos dentro del penal.
Convertido en instructor del taller de panadería, un oficio que aprendió a sus 13 años por iniciativa de su abuela, Linares, el ‘trigueño’ de 1,75 metros de estatura y complexión delgada, espera que el número 18 de la pandilla que se tatuó en la frente a los 21 años de edad con tinta negra nunca más se vea, para presentarse limpio ante sus hijos Nathali (6) y Benjamín (4).
El director de Centros Penales, Marco Tulio Lima, recordó que en agosto de 2016 comenzaron a «clasificar» a los internos de Gotera que deseaban abandonar la pandilla, con el fin de iniciarlos en el programa «Yo Cambio», que establece reglas de «cero ocio» en los presidios que lo adoptan.
«Hay un cambio de conducta, de favorecer la rehabilitación. Hay un deseo de abandonar la pandilla de manera definitiva hasta llegar al grado de solicitar el borrado de tatuajes», valora Lima.
– Tatuajes: poder o suplicio –
Nacidas en calles de Los Ángeles, Estados Unidos, las pandillas culpadas oficialmente por la mayoría de los homicidios en El Salvador cuentan con unos 70.000 miembros, de los cuales 17.000 están encarcelados.
Según cifras oficiales, en 2017 se registraron en el país 3.954 homicidios, 60 por cada 100.000 habitantes, una de las tasas más altas del mundo.
Como símbolo de pertenencia, los pandilleros se tatuaron los números o letras de sus organizaciones, pero ahora, arrepentidos, quieren «tapar» esas marcas pintándose otras, convirtiendo sus cuerpos en un entramado de confusas figuras en sus rostros, brazos, piernas o espaldas, que ya no se pueden borrar.
«Que más quisiéramos que ir a la máquina para la remoción de tatuajes, ya no los queremos seguir tapando», declara Marvin Palacios, de 31 años, otrora miembro de la Mara Salvatrucha que se capacita en el taller de dibujo y pintura.
– Padre e hijo presos –
Palacios, que ya purgó una condena de 13 años por «homicidio», espera recibir su carta de libertad en agosto, pero está preocupado porque en su brazo derecho se había estampado la M y en el izquierdo la S, y todavía se observan amplios trazos difusos que ha intentado borrar.
En los códigos de guerra entre pandillas, el simple hecho de encontrar un rival con el símbolo de una banda antagónica puede ser una condena de muerte.
En Gotera se produjo un reencuentro familiar que parecía imposible.
Marlon Steward Padilla (40), quien perteneció a la MS-13 y ha descontado 16 años de una pena de 70 por diversos delitos, se encontró con su hijo Julio Alexander (24), de la pandilla rival 18, quien cumple una pena de 20 años por homicidio y afronta un «trauma psicológico».
«Me sentí alegre, lo abracé, lo besé y le dije: el tiempo que no te pude dar en la calle, te lo voy a dar aquí», rememoró Marlon sobre el reencuentro con su hijo, con quien comparte celda.