Washington (AFP) – Agustín León-Sáenz asume que se benefició de una discriminación positiva para ingresar a la prestigiosa universidad estadounidense de Harvard. Pero «merezco estar aquí», afirma.
En vísperas de una audiencia crucial de la Corte Suprema de Estados Unidos sobre el asunto, varios alumnos y exalumnos defendieron en declaraciones a la AFP la política de admisiones vigente en Harvard.
Al igual que en otras universidades muy selectivas, se tiene en cuenta el color de piel o la procedencia de los candidatos para asegurar así la diversidad en su campus. También ha puesto en marcha programas de comunicación destinados a las minorías.
Es gracias a estos esfuerzos que Agustín León-Sáenz está ahora en su segundo año de estudios de ciencias e ingeniería en Cambridge, estado de Massachusetts.
Nacido en Ecuador hace 19 años, este joven no hablaba una palabra de inglés cuando llegó a Estados Unidos a los siete años. Su escolarización fue exclusivamente en centros públicos, con una mayoría de estudiantes negros o hispanos.
El joven obtuvo excelentes calificaciones en la escuela secundaria y un día recibió un correo electrónico de Harvard animándolo a ponerse en contacto con un estudiante de la universidad que también era de Ecuador.
«Esa fue realmente la razón por la que apliqué a Harvard porque, de lo contrario, obviamente no conocía a nadie» en esa universidad, explica. «Ver que había al menos otra persona de Ecuador me bastó».
Sin embargo, cuando su solicitud fue aceptada, le costó creerlo. «Ir a Harvard parecía irreal, fuera del alcance», recuerda.
Méritos –
Venir al campus de la costa este «fue muy desestabilizador»: en su escuela secundaria de Nuevo México, la mayoría de los estudiantes eran de ascendencia mexicana; en Harvard, los hispanos representan menos del 12% del total de los estudiantes.
Agustín León-Sáenz es el único ecuatoriano de su clase. Confiesa que a veces puede sentirse fuera de lugar.
«Algunos de mis compañeros, cuando me ven, saben que soy latino y no necesariamente me ven académicamente como su igual», dijo. «Esa es la razón por la que me relaciono más con la comunidad de inmigrantes y estudiantes de bajos recursos».
«Pero trabajé duro en la secundaria, merezco estar aquí», dijo el joven.
A Kylan Tatum, que estudia literatura en Harvard, no le gusta mucho «esta cuestión de quién merece o no merece estar aquí». Para este joven mestizo de 19 años, ese criterio «ignora los factores sociales que pesan sobre la capacidad de sacar buenas notas».
Es consciente de que es un privilegiado. Es cierto que su madre es afroestadounidense y su padre vietnamita, pero los dos pudieron obtener una educación superior después de las luchas por los derechos civiles de la década de 1960 y pudieron guiarlo en su postulación.
Hoy lamenta que el debate en la Corte se centre en acusaciones de «discriminación» contra estudiantes de origen asiático, supuestamente subrepresentados en Harvard en relación con sus resultados académicos por encima del promedio.
Los responsables de esos juicios «instrumentalizan los éxitos económicos y educativos de los asiático-estadounidenses para utilizarlos contra otras minorías», opina.
Adaptarse –
Margaret Chin, una estadounidense de origen chino que se graduó de Harvard en 1984, señala que las políticas de acción afirmativa han sido útiles para su comunidad.
Ella misma, cuyo padre era mesero y su madre trabajadora textil, «nunca hubiera pensado» en enviar su postulación a Harvard si un promotor no hubiera montado un stand en una feria estudiantil en Chinatown, Nueva York.
Una vez admitida, le tomó un tiempo «adaptarse».
«Afortunadamente, me tocó un salón con un grupo muy mixto», formado por jóvenes negras, blancas y asiáticas de diversos estratos sociales.
«Descubrí nuevas formas de vivir, ellas también aprendieron de mí», recuerda.
Ahora socióloga de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, esta mujer de 62 años es activista en la Coalición para una Harvard Diversa en nombre de aquella experiencia.
«Creo que necesitamos diversidad, especialmente en Estados Unidos, donde la población está tan compartimentada» étnicamente, explica.
Si la Corte Suprema prohibiera los programas de discriminación positiva, las minorías perderían indudablemente, pero también «el resto de la población».
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