Río de Janeiro (AFP) – En Babilonia, una favela en la ladera de un morro con impresionantes vistas sobre la playa de Copacabana en Río de Janeiro, una imagen desentona en medio de tejados de chapa ondulada: paneles fotovoltaicos para aliviar la onerosa factura de electricidad.
«Algunos residentes tienen que elegir entre pagar estas cuentas o comprar comida», lamenta Stefano Motta, presidente de la primera cooperativa de energía solar en una favela de Brasil.
Esta cooperativa ha instalado 60 paneles en el tejado de una asociación de vecinos para abastecer de energía a 34 familias.
La producción está conectada a la red eléctrica local y la distribuidora tiene en cuenta este aporte de energía solar para reducir el importe de las facturas, con una tarifa variable según la producción.
Pagar la mitad
El resultado ha sido satisfactorio para Marcia Campos, una trabajadora social de 51 años beneficiaria del proyecto, que pasó a pagar la mitad de lo que abonaba antes de julio de 2021, cuando se puso en marcha el proyecto gracias a la unión de varias asociaciones y la ONG Revolusolar.
Antes, su factura era de 500 reales al mes (unos 120 dólares), casi la mitad del salario mínimo en Brasil.
«Hoy pago alrededor de 260 reales, e incluso hay meses que son 180 reales» en los períodos más soleados, explica.
En total, la favela cuenta con 104 paneles fotovoltaicos, con cuatro instalaciones, una de ellas en el techo del albergue de la colombiana Bibiana Ángel González.
«Antes dedicábamos buena parte de nuestra magra facturación a pagar la luz», dice.
«Habíamos hecho presupuestos de paneles, eran exorbitantes. Pero uniéndonos con otros, gracias a la cooperativa, logramos reducir los costos», agrega.
Crecimiento rápido
«Los habitantes se quejan cada vez más del precio de las facturas de la luz, y les estamos demostrando que la energía solar es importante para el medio ambiente, pero también para ahorrar dinero», explica Motta, un italiano de 45 años de Sicilia, residente en Brasil hace una década.
Motta vive en Chapeu Mangueira, favela vecina del morro de Babilonia que también se beneficia de la iniciativa.
André Luiz Campos, recepcionista de 49 años, aún no es socio de la cooperativa y ha visto dispararse el monto de sus facturas en los últimos meses.
«Solo tengo una nevera, un congelador y un televisor y pago 800 reales (160 USD) al mes. ¿Cómo es posible?», se pregunta.
El precio de la electricidad aumentó un 7% en promedio en Brasil en 2021 en comparación con 2020, un aumento que debería acelerarse con fuerza este año, hasta el 21%, según las últimas previsiones.
Las tarifas han aumentado en particular por la sequía histórica que afectó a Brasil el año pasado, en un país donde el 57,6% de la energía es suministrada por centrales hidroeléctricas.
Según la Asociación Brasileña de Energía Solar (Absolar), la participación de la energía fotovoltaica en la producción eléctrica nacional es solo del 1,8%.
Sin embargo, es «una alternativa sostenible para bajar el precio de las facturas de las poblaciones pobres», asegura Carlos Aparecido, especialista en ingeniería eléctrica de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ).
Sobre todo porque el sector está experimentando un «rápido crecimiento», con un aumento del 29,3% de la capacidad instalada en 2021.
«Una necesidad» –
Aparecido estima también que la instalación de paneles fotovoltaicos en las favelas podría reducir el número de conexiones ilegales a la red eléctrica, que representan 1.500 millones de reales (unos 304 millones USD) de pérdidas al año, según una asociación del sector.
Según el especialista de la UFRJ, las distribuidoras «hacen pagar a los consumidores» para compensar estas pérdidas.
Motta espera que el éxito del proyecto en el morro de Babilonia sea emulado en Rio, que tiene 763 favelas donde viven cerca de 1,4 millones de personas, alrededor de una cuarta parte de la población de la ciudad.
La primera en seguir el ejemplo es Elma de Aleluia, fundadora de la ONG SER Alzira, en la favela de Vidigal, vecina del elegante barrio de Leblon.
Ser Alzira instaló paneles fotovoltaicos el pasado mes de diciembre, gracias a donaciones corporativas.
«Era una necesidad. Gracias a estos ahorros, tenemos más medios para invertir en nuestros» proyectos socioeducativos para la comunidad, explica la activista.
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