Siguatepeque (Honduras) (AFP) – La hondureña Ruth Elizabeth Gómez desistió de buscar el sueño americano después de la pesadilla que vivió en las celdas frías donde las autoridades migratorias estadounidenses encierran a quienes intentan ingresar ilegalmente a su territorio.
«De toda la travesía, (la detención) fue el momento más difícil», relata a AFP esta mujer rubia de 25 años y mediana estatura en Siguatepeque, 90 km al norte de Tegucigalpa, quien caminó días y noches «aguantando hambre» junto a una caravana humana de 2.000 personas.
Hija de un taxista que emigró hace 14 años a Estados Unidos, Gómez viajó en la primera caravana que partió de San Pedro Sula el 13 octubre pasado junto a su hermano, José Tulio, de 30 años. Sus dos hijos de ocho y cinco años quedaron a cargo de su madre, Daysi Rodríguez.
La ruta hacia México fue «muy difícil porque eramos muchas personas, nos tocó caminar largas jornadas todos los días», recuerda.
Pero un mes y medio después de sortear las incomodidades del duro trayecto, el sueño se tornó en pesadilla. El 25 de noviembre, cuando intentó cruzar el muro fronterizo entre México y Estados Unidos, agentes estadounidenses lanzaron bombas lacrimógenas contra la multitud que trataba de saltarlo.
«En ese momento sentí que perdía el conocimiento (…) Yo estaba arriba (en el muro), me desmayé y caí», narra Gómez, que viste pantalón de mezclilla y camiseta blanca.
Fue trasladada a un hospital de la ciudad mexicana de Tijuana, donde la atendieron por el golpe en la espalda. Luego de unas seis horas, volvió a un albergue de esa misma localidad donde había permanecido días antes del incidente, hasta terminar de recuperarse de las contusiones.
– Segunda oportunidad –
Ya recuperada, logró conseguir trabajo en un supermercado de Tijuana después de obtener una visa humanitaria, que aún conserva. Su hermano se quedó en México trabajando como obrero de construcción.
Pero sus intenciones de reunirse con su padre, al que no ve desde los 11 años, la llevó de nuevo a contratar a un «coyote» que la ayudó a cruzar la frontera en una balsa, solo para que la capturara la patrulla fronteriza en la ciudad de Roma, estado de Texas.
Fue deportada el 19 de enero en avión, amarrada «de pies y manos con cadenas» a San Pedro Sula.
No intentaría volver a irse indocumentada «por el miedo nuevamente a la migración americana», reconoce con un gesto de temor. «Para mí fue la peor experiencia».
Tras su captura fue encerrada en una «hielera», como llaman a los centros de detención de la policía migratoria estadounidense. Son «unos cuartos muy fríos donde la comida muchas veces está en mal estado», cuenta, y afirma que tuvo que dormir en el piso.
Ruth añade que el establecimiento estaba «totalmente abarrotado» de mujeres, hombres y niños. «Si eran niñas estaban con la mamá, pero si un padre iba con una niña los separaban, no podían estar donde había hombres, independientemente de la edad».
Asegura que mantiene comunicación con varios de los migrantes que lograron entrar a Estados Unidos, donde trabajan mientras sus trámites de solicitud de asilo se someten a consideración de los tribunales.
En las conversaciones con otras personas en la caravana se dio cuenta de que hay gente en peores condiciones que ella. «Una amiga llevaba tres niños, ella se iba porque al hijo mayor, de 12 años, querían que distribuyera drogas» en su barrio, recuerda.
Para ella, la situación de Honduras puede mejorar «solo cuando salga Juan Orlando (Hernández) de la presidencia» porque considera que en los gobiernos anteriores «era mejor».