Caracas (AFP) – Un retén de la Guardia Nacional venezolana detiene el vehículo en el que viaja Alexa. Al ver que su documento dice Alexander, le piden bajarse para requisarla. «Me quisieron desnudar» por «morbo», recuerda, acostumbrada a pasar por episodios de transfobia.
«Me dijeron ‘bájate la pantaleta [braga] porque necesitamos ver si llevas droga’, me hicieron quitarme el sostén», relata esta mujer trans de 33 años. «Me ultrajaron», comenta, aunque dice no haber sufrido «tanto» maltrato físico por ser «muy grande».
No es la primera vez que le pasa en una Venezuela conservadora, donde reina el rechazo -muchas veces solapado- hacia la comunidad LGBT+ y no existen leyes destinadas a garantizar sus derechos.
Alexa La Galana es el nombre que asumió hace 10 años cuando inició su transición. Recibió tratamiento hormonal y gracias a un programa de telerrealidad pudo hacerse la operación de cambio de género.
Tiene una cintura reducida, unos senos gigantescos y el cabello más abajo de los hombros. Vive en la peligrosa barriada del 23 de Enero y la «necesidad» la ha llevado a ser trabajadora sexual. Hasta ahora, celebra, no ha sido agredida físicamente.
Pero lidia con insultos, miradas y murmullos.
Sin embargo, «en un país tan violento como Venezuela, lo mejor es hacerse la loca y seguir caminando», sostiene.
Tiene razón: 2020 registró una tasa de 45,6 muertes violentas por cada 100.000 habitantes, siete veces mayor a la media mundial, según el Observatorio Venezolano de Violencia, referencia ante la falta de cifras oficiales.
Mutilación genital –
En el caso de la comunidad LGBT+, lo mismo: nada oficial. Solo hay data recopilada por oenegés, que dan cuenta de más de 100 personas asesinadas por su orientación sexual e identidad y expresión de género desde 2008, principalmente hombres homosexuales y personas trans.
La semana pasada una mujer trans fue asesinada y mutilada en un barrio de Caracas, bajo circunstancias que las autoridades aún no aclaran. Ni la fiscalía ni la alcaldía respondieron a los llamados de la AFP por una explicación de lo ocurrido.
Alberto Nieves, director de la Acción ciudadana contra el sida (ACCSI), asegura que este tipo de conducta no es nueva.
Un informe que su organización, que registró 109 muertes violentas en la comunidad LGBT+ entre 2008 y 2017 (la data más reciente), da cuenta de asesinatos por disparos, apuñalamiento, estrangulamiento, mutilación genital, rostros desollados, golpes, columnas fracturadas. La mayoría de las víctimas son personas trans.
«En Caracas, por ejemplo, lanzaron a personas trans del piso 17 de un edificio en construcción y en Barinas [oeste] se consiguieron dos cadáveres que le cortaron la cabeza con un machete», cita Nieves.
Una decena de personas protestó el lunes por este crimen de una semana atrás. Esa misma noche mataron también a una pareja gay.
Los participantes llevaban cruces negras con nombres de las víctimas. Una pancarta resumía la cruel realidad: «Nos están matando ¡COÑO!».
«Me pueden matar» –
Venezuela no tiene un procedimiento claro para cambiar la identidad. En 2017, la corte suprema admitió un recurso sobre el reconocimiento del derecho a cambiar de nombre y de género ante la ley, que hasta ahora permanece sin respuesta.
Como Alexa, Michelle Artiles ha tenido problemas con las autoridades por el mismo tema del documento.
«¿Qué tienes ahí entre las piernas», recuerda que le preguntó el policía, también en un retén. «Me pegaron a una pared y hubo un caso de abuso duro [fuerte] porque empezaron a toquetearme de pies a cabeza (…), ¿para qué? Para nada porque terminé soltándole 10 dólares» al policía de soborno.
Michelle está consciente que no es fácil «transicionar» en este país y está lista para emigrar «adonde sea».
«Es muy complicado ser trans en Venezuela», afirma, «pero así me muera mañana tengo seguir con esto», dice a la AFP esta estudiante de Comunicación Social en un lujoso hotel de Caracas donde participa de un evento universitario.
Lleva un elegante traje gris con un blazer azul, zapatos negros de tacón, uñas largas pintadas de rosado y el cabello hasta los hombros.
La transición «fue un proceso complicado, duro», que arrancó con la pandemia, poco después de la muerte de su padre. Su madre aún tiene problemas en llamarla Michelle, hay gente que le quitó el habla y hasta le dio el pésame.
Quiere «romper estereotipos y decir ‘sí se puede'», aunque asegura que al conocer la muerte de la mujer trans sintió miedo.
«Esta es la primera vez que temo por mi vida», confiesa. «Con este tema fue: ‘es una mujer como yo, me pueden matar'».