Sao Paulo (AFP) – Luiz Inácio Lula da Silva tiene una obsesión: volver a presidir Brasil en 2018, pero el camino se retuerce cada vez más para el patriarca de la izquierda, condenado por corrupción y atrapado en un laberinto judicial que puede llevarlo a la cárcel.
«El círculo se está cerrando sobre Lula», valoró el viernes a la AFP el analista político David Fleischer, profesor emérito de la Universidad de Brasilia, al día siguiente de una manifestación convocada en su favor por el Partido de los Trabajadores (PT), que solo consiguió movilizar a unos cuantos miles de partidarios.
Lula fue condenado la semana pasada por el juez Sergio Moro a nueve años y medio de cárcel como propietario de un apartamento tríplex en el balneario de Guarujá (Sao Paulo), ofrecido por la constructora OAS a cambio de su influencia para obtener contratos en Petrobras.
Moro decretó además esta semana el bloqueo de todos las cuentas bancarias y bienes del exmandatario de izquierda (2003-2010), incluyendo dos planes de jubilaciones que sumaban 9 millones de reales (2,8 millones de dólares al cambio actual).
El magistrado, erigido por muchos en símbolo de la lucha anticorrupción, convocó al expresidente, que niega todos los cargos, a un interrogatorio el próximo 13 de septiembre por la segunda causa de las cinco que enfrenta, aunque la audiencia podría realizarse por teleconferencia.
Argumentando que pretendía evitar el «trauma» de arrestar a un exjefe del Estado, Moro autorizó a Lula a recurrir su primera condena en libertad, dejando su futuro en manos de un tribunal de segunda instancia con sede en Porto Alegre (sur).
Las miradas están puestas ahora en los tres jueces de esa corte, que podrían abrirle las puertas de Brasilia o de la cárcel, en una decisión que, según los expertos, demorará alrededor de un año.
«Lula está tratando de mantener una imagen positiva para la elección de 2018, pero eso es cada vez más difícil», añadió Fleischer, en referencia a las elecciones generales previstas para octubre del año próximo.
– ¿Última carta? –
Pero Lula no se ha quedado callado. Hijo de una familia pobre, sin estudios superiores y perdedor de tres elecciones antes de ser presidente, el histórico líder sindical sabe lo que es recorrer un camino improbable para llegar al Palacio de Planalto. Y a los 71 años ha desempolvado sus viejas armas.
Hiperactivo y con la retórica en forma, no ha dejado de denunciar la «masacre» de la que afirma ser víctima para apearle de una carrera electoral en la que es el favorito, según los sondeos.
«Como no consiguen derrotarme en la política, me quieren derrotar con procesos», lanzó con su voz rasgada en la manifestación convocada en su defensa el jueves en Sao Paulo.
«Si el Ministerio Público y el juez Sergio Moro tuvieran una prueba de que desvié cinco centavos, preséntenla, desmoralícenme y deténganme», gritó ante los apasionados militantes reunidos en el corazón de la capital financiera del país.
«Lula quiere mantener al PT vivo y sabe que en las condiciones actuales, con varios exdirigentes presos, él es responsable de lograrlo y se mantiene en el combate», dijo a la AFP André César, analista de la consultora Hold, en Brasilia.
– ‘Afrodisíaca’ –
El PT, la formación que cofundó en 1980, tampoco pasa por su mejor momento, aún herido por la traumática destitución de su sucesora y ahijada política, Dilma Rousseff (2011-2016), que puso fin a un ciclo de 13 años de gobiernos de izquierda.
La investigación Lava Jato, sobre los sobornos en Petrobras, y la derrota histórica en las municipales de octubre completaron una tormenta perfecta para el PT, de la cual la cúpula -y él mismo- solo ven una salida: Lula.
«Todavía tiene cartas en la mano, pero pocas: cuenta con la militancia, que se redujo, y con partes de las clases más bajas que ascendieron con su gobierno y que están con nostalgia», opinó Cesar.
Sin saber cuánto durará la partida, el expresidente ya anunció que apostará fuerte. Antes de despedirse el jueves de los militantes que pedían su vuelta, prometió que ese acto sería apenas el primero de muchos «dentro y fuera del país».
Mientras, los brasileños se dividen entre quienes ven en Lula al brillante piloto de aquel Brasil ambicioso que sedujo al mundo hace una década y los que, por el contrario, le identifican con los excesos que acabaron derrumbando al gigante emergente.
Líder en intención tanto de voto como de rechazo para unos comicios en los que ni siquiera sabe si podrá presentarse o si verá desde prisión, ha dejado claro que no piensa parar ahora.
«Podría quedarme quieto, pero la política es afrodisíaca», afirmó en una conversación con periodistas difundida por internet.