Poços de Caldas (Brasil) (AFP) – En un patio de cemento de una comunidad pobre de Brasil, un grupo de chicos corre a toda velocidad detrás de una pelota. Pero la escena es extraña: no juegan al fútbol, el deporte rey del país, sino al críquet.
Ocurre en Poços de Caldas, una ciudad de 170.000 habitantes que se convirtió en la capital de este juego en la tierra de Pelé y Neymar.
Contra todo pronóstico, Brasil es una fuerza emergente en el críquet, especialmente por su equipo nacional femenino, que obtuvo contratos en 2020, convirtiéndose en el primer país en profesionalizar a las mujeres antes que a los hombres.
La mayoría de sus jugadores aprendieron en uno de los 63 programas para jóvenes de la organización Cricket Brasil, cuyo presidente es el exjugador profesional Matt Featherstone, un inglés casado con una brasileña que llegó al país hace 20 años.
«Mi esposa piensa que estoy loco» por enseñar críquet a los brasileños, bromea Featherstone, de 51 años, todavía un atleta de entusiasmo contagioso.
Su carisma ha convertido a Poços de Caldas, una pequeña localidad en la región cafetera del sudeste brasileño, en lo que el alcalde Sergio Azevedo se enorgullece de enunciar como «la única ciudad en Brasil donde más chicos juegan al críquet que al fútbol».
Al ritmo de samba –
Featherstone trató en un primer momento de transmitir su amor por el críquet en escuelas privadas, pero allí competía con el rugby, el hockey, la vela y «todo lo que te puedas imaginar», cuenta.
En cambio en los barrios pobres, donde la opción es «fútbol o fútbol», descubrió familias dispuestas a acoger nuevos deportes.
A diferencia de Inglaterra, donde el críquet es generalmente un deporte de hombres de la alta sociedad, «aquí tenemos una hoja en blanco para convertirlo en lo que queramos», dice.
Roberta Moretti Avery, la capitana del equipo femenino, recuerda el momento en que descubrió el críquet en televisión.
«No me llevé la mejor impresión», recuerda Avery, de 36 años.
«No lo entendí, solo vi a toda esa gente vestida de blanco, y me pareció que duraba una eternidad», describe.
Pero a la vez le recordó un juego brasileño callejero conocido como «bats» o «taco».
La historia cuenta que los esclavos brasileños inventaron ese juego con palos de escoba y botellas, después de ver cómo se entretenían con el críquet los británicos que llegaron para construir los ferrocarriles de Brasil en el siglo XIX.
El entusiasmo y la apertura de Cricket Brasil terminaron convenciendo a Avery.
«La forma en que se desarrolló el críquet aquí fue realmente genial. Lo hemos hecho divertido», dice Avery.
Así, el equipo femenino toca funk brasileño en los entrenamientos, samba antes de los partidos y prefiere las fiestas a todo volumen al té con sándwiches de pepino.
Expandiendo horizontes –
Gracias a los proyectos lanzados en 2009, Poços de Caldas cuenta con más de 5.000 jugadores.
Cricket Brasil quiere llegar a 30.000 y expandirse a otras ciudades.
Algunas jugadoras ganaron reconocimiento internacional, como Laura Cardoso, que con solo 16 años copó titulares al eliminar cinco adversarios en los últimos seis lanzamientos contra Canadá, durante las calificaciones para el Mundial.
Una hazaña nunca lograda en un internacional femenino T20.
Recién regresada de una experiencia profesional en Dubai, Cardoso bien podría convertirse en una de las mejores del mundo, dice Featherstone. Pero la joven fenómeno, ahora de 17 años, se lo toma con calma.
«Oh, Dios mío, ¿qué hice para llegar aquí?», dice entre risas, cerca del centro de entrenamiento de la selección, donado por el gobierno de la ciudad.
El combinado femenino de Brasil ocupa actualmente el puesto 28 en el ránking internacional T20 y apunta más alto, tras ganar cuatro de los últimos cinco campeonatos sudamericanos en el que apenas participan un puñado de países.
Con el éxito, vino además el dinero del Consejo Internacional de Cricket y los patrocinadores.
El presupuesto anual de Cricket Brasil creció de alrededor de 5.000 USD hace una década a 350.000 USD, lo que permitió a la organización lanzar un programa de entrenadores y enviar a jóvenes promesas a la universidad.
La vida de algunos jugadores cambió, como la de Lindsay Mariano, de 20 años.
«Antes de jugar, ni siquiera tenía pasaporte», dice, en un descanso del entrenamiento para la próxima gira de la selección nacional por África. «Ahora, he viajado por todo el mundo gracias al críquet».
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