Mata Mamón (República Dominicana) (AFP) – Un sonido parecido al de una trompeta se mezcla con un golpe de percusión: es el bambú de gagá que irrumpe desde el amanecer en Mata Mamón, como en tantos pueblos azucareros de República Dominicana en Semana Santa.
El gagá surgió en los bateyes, como se llamaron a los asentamientos creados alrededor de los cañaverales, donde convivían braceros haitianos y dominicanos contratados para trabajar en los ingenios azucareros.
«Tengo recuerdos de cuando vinieron los braceros a picar caña», dice a la AFP José de la Cruz, «Coco», quien dice tener 35 de sus 60 años trabajando para darle continuidad a la tradición del gagá en Mata Mamón, vecina de Santo Domingo. «Creó el gagá aquí un brujo que le decían Chale, y murió. Entonces yo seguí esa tradición del batey».
Los bambúes, instrumentos largos hechos de la planta homónima, comienzan a sonar desde las 8 de la mañana del Viernes Santo, en una enramada. Los soplan, emitiendo ese sonido similar al de una trompeta, y lo golpean con un pequeño palo.
Y a medida que se calienta la fiesta, se unen congos, cornetas, silbatos… ron, cerveza, tabaco… y más gente.
En una imagen que evoca arlequines, muchos hombres bailan vestidos con trajes que combinan azul, rojo y tocados dorados, con un faldellín formado por una suerte de pétalos de tela. Son elementos que se pueden ver en otras celebraciones de raíces negras.
Algunos llevan un bastón que entre varios mecen por el aire al ritmo de los tambores y silbatos, antes de comenzar a bailar haciendo un tren a toda marcha.
«Aguantar un gagá una noche entera no es fácil», afirma Coco risueño.
La tradición que sincretiza lo pagano con lo religioso arranca el Jueves Santo, con la bendición de los instrumentos y las ropas que se usan en la celebración, y se extiende hasta el lunes.
El grupo de Mata Mamón sale de la enramada tras el golpe seco del «fuete», un látigo que se bate para «limpiar» el camino de los «espíritus malos» para que el grupo pasee por todo el pueblo.
Un grupo de mujeres con pañuelos en la cabeza va repitiendo cánticos en creole a medida que avanza esta procesión que se va juntando con otros grupos de Gagá de otros bateyes, convertidos hoy en comunidades que ya no viven del azúcar.
Todas van en un peregrinaje bailable de 115 km hacia San Pedro de Macorís, la capital del gagá, cuya población tiene una gran influencia de esa mano de obra haitiana y cocola, de las islas inglesas, que también llegó a Dominicana para trabajar en los ingenios.
«Criados en el gagá» –
La influencia negra en República Dominicana ha sido históricamente silenciada, coinciden expertos, y sobre todo la haitiana, que ha encontrado mucho rechazo en un sector de su país vecino.
Y el gagá no excepción. Las autoridades de San Pedro de Macorís intentaron prohibir la tradición durante esta Semana Santa para evitar «algún tipo de agresión o muerte», según el director provincial Juan Ramón de los Santos.
«En este gagá no se han visto muertes, no se han visto accidentes», responde Coco.
Fernando Kasonfe, del gagá del batey de La Higuera, de El Seibo (este), considera que la censura es producto del desconocimiento.
«Mi bisabuelo, mi abuelo… hallamos esta cultura y nosotros hemos seguido los compromisos sin desorden, porque nosotros nos criamos en el gagá», expresa Fernando, de 46 años y que lleva, como todos los dueños de grupo (todos hombres), un machete en la mano. «Es una protección», explica, «no es para hacerle daño a nadie».
Tanto el fuete como el machete simbolizan la vida en los cañaverales.
El ministerio de Cultura rechazó la medida del gobierno local y lo exhortó, como al final ocurrió, a que permitiera la celebración. Ya en 2018 hubo otro intento fallido para cancelarla.
La Fundación Cultural Cofradía, que defiende estas tradiciones, ha dicho que las políticas contra esta fiesta incentivan «la negación de las raíces africanas» en el país.
Pero el gagá vive, con miles de personas bailando en Semana Santa al ritmo del bambú.
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