Ciudad de México (México).- El dolor ha sido una constante en la vida del ser humano desde tiempos inmemoriales, impulsándolo a desarrollar diversas estrategias para enfrentarlo. Desde la prehistoria, se han encontrado evidencias gráficas que muestran el uso de plantas medicinales y otros métodos para aliviar el sufrimiento.
En la antigüedad, se creía que el dolor estaba relacionado con malos espíritus, lo que generaba temor y angustia. En consecuencia, se recurrió a remedios naturales como la belladona y a procedimientos quirúrgicos rudimentarios, como la trepanación, con la esperanza de mitigar su impacto.
A lo largo de la historia, la búsqueda de soluciones para el dolor ha evolucionado, dando lugar al desarrollo de analgésicos y anestésicos que hoy en día forman parte fundamental de la medicina moderna.
Actualmente, se investigan nuevas estrategias, como la farmacogenética, con el fin de personalizar los tratamientos y optimizar su efectividad. Sin embargo, a pesar de los avances médicos y científicos, el dolor crónico sigue siendo una problemática de gran relevancia en el ámbito de la salud pública.
La antropóloga física Anabella Barragán Solís, investigadora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), señala que el dolor crónico se ha convertido en un problema de salud de alta prevalencia.
Según diversos estudios biomédicos, es el síntoma más común en las consultas médicas, afectando a millones de personas en todo el mundo. La especialista destaca que, en la actualidad, cada vez más jóvenes padecen dolor crónico, principalmente derivado de enfermedades como el cáncer.
En particular, las mujeres de entre 34 y 35 años son más propensas a esta condición, además de sufrir otras dolencias como el síndrome del túnel carpiano, provocado por el uso excesivo de computadoras, o dolores de espalda debido a la prolongada permanencia frente a una pantalla.
El interés de Barragán Solís por el tema del dolor crónico surgió a partir de su experiencia como odontóloga, profesión que ejerció durante 20 años antes de adentrarse en el campo de la antropología.
Su propia vivencia, sumada a los testimonios de pacientes, la llevó a profundizar en un fenómeno que, más allá de su dimensión fisiológica, tiene implicaciones laborales, familiares y emocionales. A raíz de tres décadas de investigación, la antropóloga publicó el libro Dolor crónico. Representaciones, experiencias y prácticas (2024, INAH), el cual fue presentado el 21 de febrero de 2025 en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.
Desde una perspectiva antropológica, la autora argumenta que el dolor es un fenómeno social que no puede analizarse de manera aislada. Factores como la religión, la edad, la pobreza, el consumo de fármacos, las adicciones, la violencia y la situación económica y política influyen en su percepción y manejo.
Asimismo, el dolor no es solo una cuestión biológica, sino también una experiencia profundamente subjetiva y contextual. Barragán Solís sostiene que la presencia de una red de apoyo familiar puede influir significativamente en la forma en que una persona enfrenta el sufrimiento, ya que la compañía y los cuidados atenúan la percepción del dolor.
En la sociedad actual, el dolor es un elemento paradójico. Por un lado, se evita y se combate con medicamentos y terapias. Por otro, en algunos casos es tolerado e incluso buscado en prácticas como los tatuajes, las escarificaciones y ciertos deportes extremos. Además, muchas personas aceptan el dolor como parte de procedimientos estéticos o intervenciones quirúrgicas, lo que demuestra que su significado varía según el contexto cultural.
La obra de Barragán Solís ha sido analizada por otras especialistas en antropología médica, como Carla Ailed Almazán Rojas y Luisa Fernanda González Peña, quienes destacan la importancia de reconocer el dolor crónico como un problema con raíces socioculturales.
En sus ocho capítulos, el libro examina cómo este padecimiento afecta a quienes lo sufren y a sus familias, basándose en una investigación etnográfica realizada en la Clínica del Dolor y Cuidados Paliativos del Hospital General de México entre 2002 y 2003. A través de testimonios de pacientes, la autora demuestra que el dolor no puede entenderse únicamente desde la biomedicina, sino que es fundamental considerar su dimensión social y cultural para mejorar su tratamiento y atención.
Uno de los aspectos más relevantes del texto es la manera en que recupera las voces de personas que padecen dolor crónico, resaltando que este no es solo una manifestación fisiológica, sino una experiencia que cobra sentido dentro de un contexto determinado.
La investigación subraya que, para muchas personas, el dolor no solo implica sufrimiento físico, sino también un desafío emocional y social, que puede derivar en aislamiento, discriminación y problemas económicos.
En definitiva, la obra de Barragán Solís aporta una visión integral del dolor crónico, al destacar su impacto más allá del ámbito médico. Su enfoque antropológico permite comprender mejor las múltiples dimensiones de esta problemática y, sobre todo, visibilizar la necesidad de estrategias que no solo alivien el dolor desde la farmacología, sino que también consideren el bienestar emocional y social de quienes lo padecen.