Nairobi (Kenia).- El desperdicio de alimentos se ha convertido en un problema crítico a nivel mundial, con más de mil millones de comidas desperdiciadas diariamente en 2022, mientras 783 millones de personas sufrían de hambre.
Este fenómeno no solo representa un desafío ético y moral, sino que también ejerce una presión considerable sobre la economía global, fomentando el cambio climático y contribuyendo a la pérdida de biodiversidad y contaminación.
El reciente Informe sobre el índice de desperdicio de alimentos 2024 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), elaborado junto a WRAP, destaca esta situación alarmante.
El estudio revela que en 2022 se generaron 1.050 millones de toneladas de desperdicios de alimentos, lo que equivale a 132 kilogramos por persona. Sorprendentemente, el 60% de este desperdicio proviene de los hogares, seguido por los servicios de alimentación y el comercio minorista.
El informe no sólo proporciona datos cruciales sobre la magnitud del problema, sino que también ofrece orientación para mejorar la recopilación de datos y sugiere prácticas para transitar de la medición a la reducción del desperdicio alimentario.
A pesar de los avances en la infraestructura de datos, con un aumento en el número de estudios que rastrean este desperdicio, aún persisten desafíos, especialmente en países de ingresos bajos y medios, donde falta adecuación en los sistemas de seguimiento.
El escenario global refleja una distribución desigual en la gestión del desperdicio de alimentos, con sólo unos pocos países del G20 teniendo estimaciones adecuadas para monitorear los progresos hacia el Objetivo de Desarrollo Sostenible 12.3, que busca reducir a la mitad el desperdicio de alimentos para 2030.
El reporte subraya la necesidad de una acción internacional coordinada para enfrentar este desafío.
Más allá de las estadísticas, el impacto del desperdicio de alimentos trasciende los límites nacionales y sectoriales. Se estima que contribuye entre el 8 y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, una cifra que supera las emisiones del sector de la aviación, y ocasiona una significativa pérdida de biodiversidad.
Las zonas urbanas, en particular, podrían beneficiarse enormemente de políticas más robustas contra el desperdicio alimentario. La implementación de sistemas de economía circular podría mitigar este desperdicio, mientras que en las zonas rurales, las prácticas de compostaje y reciclaje de alimentos ya contribuyen a una menor generación de desechos.
A nivel global, sólo un pequeño número de países ha incluido la reducción del desperdicio de alimentos en sus planes climáticos nacionales, señalando una oportunidad crucial para aumentar la ambición climática en futuras revisiones.
La colaboración entre el sector público y privado, junto con organizaciones no gubernamentales, es esencial para identificar barreras, desarrollar soluciones y fomentar el progreso.
El PNUMA y WRAP destacan la importancia de la cooperación internacional y el fortalecimiento de las asociaciones público-privadas para abordar de manera efectiva el desperdicio de alimentos.
Estas alianzas son vitales para avanzar hacia sistemas alimentarios más sostenibles y resilientes, reduciendo tanto el impacto ambiental como el económico del desperdicio.