Portobelo (Panamá) (AFP) – La lluvia cae intermitente en Portobelo. El cielo está gris pero el mar en este puerto del Caribe panameño está quieto como una piscina. «¿Libre atrás?», pregunta Diego, antes de zambullirse de espaldas en busca de los corales que cuida.
Portobelo, ubicado unos 100 km al norte Ciudad de Panamá, fue la puerta de salida de metales preciosos durante la colonia española, rumbo a Europa. Ante el asedio de piratas como el famoso Francis Drake, sus habitantes levantaron fuertes, con muros hechos de coral.
«Se extrajeron toneladas de corales que se utilizaron para ensamblar la aduana de Portobelo y las fortificaciones», explica a la AFP el biólogo marino del Instituto Smithsonian de Investigación Tropical, Héctor Guzmán.
Los corales son animales invertebrados que forman pétreos arrecifes; multiformes y coloridas estructuras hechas del carbonato de calcio que secretan.
En los arrecifes habitan especies marinas. Quienes bucean con esnórquel o tanques pueden ver cómo peces de rayas, azules luminosos, amarillos y dorados juguetean. Algunos de ellos mordisquean las algas de mayor tamaño que cubren los corales, dando paso a la luz y el oxígeno, en un intercambio de limpieza por alimento.
«En Panamá, más del 80% del territorio es oceánico, y sus costas, que son más de 2.500 km, en ambos lados del istmo [Pacífico y Atlántico] están llenas de arrecifes coralinos», detalla Guzmán. Pero la convivencia con los humanos no ha sido la mejor.
-Guardería de corales-
Diego Valladares tiene 19 años, y bucea hace más de siete. «Siempre me gustó el mar, yo desde pequeñito quise ser biólogo marino», cuenta. Asiduo concurrente a Portobelo, aún estaba en el colegio cuando encontró a la profesora Yessenia del Carmen González, de la Universidad Marítima Internacional de Panamá, trabajando en un proyecto de restauración de corales.
«Hace 25 años la zona de corales en Portobelo era más grande, tenía mucha más diversidad. Los arrecifes estaban en buen estado ecológico», dice. Pero «el calentamiento global, el aumento en la contaminación desde tierra firme» dañaron los corales.
En sectores aledaños hay ganadería, agricultura y una cantera de piedras, actividades que suelen impactar en los ríos que luego van al mar, afectando a las microalgas que entregan pigmentación y nutrientes a los corales, dañándolos y blanqueándolos.
«En el 2019 inició esto como una simple idea (…) Fuimos adaptando una metodología que casi tres años después ha resultado exitosa, desde el punto de vista de cultivar y sembrar fragmentos de corales para luego restaurar ecosistemas degradados», explica González, también investigadora.
Esta práctica ya existe en otras partes del mundo pero es novedosa en Panamá.
A unos cinco metros de profundidad han colocado pequeñas estructuras en forma de domos o de tendederos de ropa, donde cuelgan o se fijan corales que extraen de zonas sanas, para acompañar su desarrollo. Algunas estructuras se alimentan de una leve carga eléctrica.
El elegido para el estudio: el cuerno de ciervo (Acropora cervicornis) y que, por su forma, hace honor a su nombre.
Cada dos semanas, Diego, ahora alumno de Yessenia, y un grupo de compañeros, provistos de tanques de oxígeno, cepillo y regla en mano, bajan a limpiar las estructuras y medir el crecimiento de estos corales.
Su colega Evelyn Sáenz, de 22 años, realiza su tesis en este tema y compara con qué tecnología crecen más rápido y son más resilientes. «Se cree que aquellos que están conectados a la corriente crecen más rápido», dice.
-El problema viene de arriba-
El proyecto de restauración se llama Reef2Reef, creado por René Gómez, empresario turístico y buzo de Portobelo, quien abrió su iniciativa a los estudiantes. «Si nos sumamos a la comunidad y a los chicos jóvenes, ellos se empoderan, les gusta el proyecto, aprenden más y nos ayudan a conservar ese ecosistema. No muere el proyecto conmigo», sostiene.
La ciudadanía va tomando conciencia de que los daños en el mar vienen de fuera. «El movimiento del clima, las montañas devastadas, los sedimentos de los ríos, todo eso ha ido mermando la cantidad de pescado que se cogía aquí», explica Porfirio Castillo, un pescador de 64 años, habitante del puerto, quien confiesa que cada año debe alejarse más de la costa para capturar peces.
«Nos estamos concentrando en el propio mar donde están los arrecifes pero se nos ha olvidado que el mayor estrés viene de arriba. De tierra firme nos bajan por los ríos pesticidas, sedimentos (…) De qué sirve que me siembren un jardín si siempre está cayendo sedimento», considera el biólogo Guzmán.
Pero la profesora Yessenia mantiene el optimismo: «Puede ser que no estemos restaurando todo el ecosistema, pero estamos aportando ciencia nueva para Panamá, datos, experiencia en los muchachos y mucha conciencia ambiental».