Ciudad de Panamá (AFP) – El piloto colombiano Juan Salazar ha pasado de combatir a la otrora poderosa guerrilla de las FARC en su país a vender en Panamá panecillos que él mismo hace desde su casa para enfrentar la crisis por el nuevo coronavirus.
Salazar, quien a sus tres años ya sabía que quería ser piloto del ejército colombiano, aún recuerda la guerra y los momentos donde tuvo que transportar en avión a los expresidentes Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.
Pero ahora, a sus 40 años y con dos hijas, ha visto suspendido temporalmente su contrato en la aerolínea comercial panameña para la que trabaja.
«Con la pandemia yo me estaba enloqueciendo en la casa sin hacer absolutamente nada, el estar acá quieto me ponía enojado, me frustraba, no sabía qué hacer», relata Salazar a la AFP.
Pese a la incertidumbre, Salazar no se vino abajo y decidió cambiar temporalmente su profesión de piloto por la de panadero, en la que no tenía ninguna experiencia.
Con la ayuda de su esposa Diana Carolina Montero y un pequeño horno, Salazar elabora pandebono, un panecillo con mezcla de queso y almidón crujiente por fuera y suave por dentro.
Según cuenta, en un día ha llegado a vender, a través de pedidos por redes sociales, hasta 46 libras en Ciudad de Panamá.
«La pandemia me ha enseñado a no dejar de creer que puedes hacer otra cosa», dice Salazar. Sin embargo, pese al éxito de las ventas, advierte: «Puede que sea un negocio espectacular, pero lo que yo realmente quiero es volar».
El Juan Gabriel Tico
La historia de Salazar se repite a lo largo de Centroamérica, donde el covid-19 ha causado más de 4.000 muertos y más de 160.000 contagios, en una región castigada ya por la pobreza y la violencia.
En Costa Rica, Alberto Lizano ha pasado de cantar en bares y fiestas «amor eterno» del divo mexicano Juan Gabriel a cambiar neumáticos y revisar bujías como asistente de mecánico en un taller de autos.
Conocedor del repertorio del fallecido artista, Lizano, de 48 años, recorrió toda Costa Rica con su espectáculo de canto vestido con trajes extravagantes. Hasta que llegó el nuevo coronavirus.
«Yo tenía fechas programadas y de repente me las empezaron a cancelar. Tenía fechas en Jacó (playa del Pacífico Central), en San José, en muchos lugares y todos los cancelaron», recuerda Lizano, conocido popularmente como el «Juan Gabriel Tico».
Los bares donde solía cantar fueron de los primeros sitios en cerrar ante la irrupción de la pandemia. Al verse sin ingresos, su primera actividad fue trabajar con una hermana que fabrica artesanías con llantas descartadas, con las que hacía figuras de aves y otros animales.
Pero ese negocio tampoco duró mucho, y para sobrevivir tuvo que recurrir a un viejo oficio al que hacía tiempo no se dedicaba.
«Yo también había sido mecánico, así que ahora pude dedicarme a eso», señala Lizano, mientras piensa con nostalgia en la fecha en que podrá revivir a su famoso personaje.
De futbolista a lechero
En El Salvador, Carlos Aparicio, de 34 años, estaba acostumbrado como futbolista a saltarse las defensas rivales. Hasta ahora, se había ganado la vida como jugador de FAS, Alianza, Chalatenango y Sonsonate. Pero el virus ha suspendido la competición.
Para salir adelante, Aparicio creó junto a su esposa, Danella, un pequeño negocio para vender lácteos, miel y chocolate.
Danella, publicista afectada también por la crisis, se encarga de obtener el producto y Carlos de hacer las entregas a domicilio.
«Es una rutina totalmente diferente, porque uno está acostumbrado a vivir en la cancha todo el tiempo, pero la pandemia nos impuso un nuevo destino y ahora hago delivery (entrega) a la puerta de las casas», relata Aparicio.
La pareja, con tres hijos a su cargo, confiesa que al principio tuvieron que vencer el miedo a salir por el temor a enfermarse. Pero ahora, para estar más seguros en sus entregas utilizan mascarillas, guantes y desinfectantes como medida de bioseguridad.
Pese a las dudas iniciales, Danella lo tiene claro: «Es una experiencia muy intensa, pero comenzamos la pandemia endeudados, ahora vivimos en calma dentro del caos, porque al final del día tenemos alimentos, pagamos los colegios de nuestros hijos y podemos pagar los recibos».
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