Puerto Príncipe (AFP) – Sentado sobre el techo de la casa en construcción de su tío en Puerto Príncipe, Kervens Casséus utiliza un bloque de cemento como pupitre para apoyar su libro de geología.
Este liceal haitiano de 20 años no fue ni una vez a clase en febrero. La crisis política que paraliza al país impide a él y sus compañeros continuar normalmente sus estudios. Peor aún, les obliga a sumar otras preocupaciones a su escolaridad.
«La oposición y el poder: son ellos que destruyen el país», estima este joven, que cursa el último año de bachillerato científico y no ha recibido consigna alguna de sus profesores para continuar sus estudios. Ni siquiera está seguro de las fechas de sus pruebas finales de tanto que ha sido modificado el calendario escolar este año.
El sector público educativo, al que asiste Kervens, está subfinanciado en Haití, donde 80% de las escuelas son privadas.
Miedo a salir –
Cuando debería aprovechar su edad para divertirse, Kervens vive encerrado. «Tengo miedo», admite este joven ya adulto, que cohabita desde hace tres años con su tía en una habitación precaria, ya que sus padres viven fuera de la capital.
«Esta mañana salí a la calle principal por primera vez en febrero. Y me sentí extraño», describe. «Hay menos gente caminando que de costumbre. La calle es diferente de lo que era en enero. Desde el 7 (de febrero), realmente todo cambió», explica.
En esa fecha, la oposición y una parte de la sociedad civil decidieron no reconocer a Jovenel Moïse como el presidente legítimo del país, quien estima que su mandato terminará el 7 de febrero de 2022.
Sectores completos de la sociedad haitiana son rehenes de esta pulseada crisis política.
¿Abrir la escuela, un gesto político? –
En este contexto, recibir a los alumnos en la escuela es percibido por algunos como un respaldo político al oficialismo. En consecuencia, desde comienzos de mes, la mayoría de las instituciones escolares de la capital están cerradas.
«Hay que dejar que los alumnos vayan a la escuela. Pero decir eso en Haití hoy en día hará que algunos te encasillen políticamente», cuenta una docente que, por temor a represalias, pidió el anonimato.
Las profundas desigualdades económicas que imperan en Haití se reflejan en el sistema escolar y se ven agravadas por esta tensión política.
Abandonado solo con sus libros, Kervens tiene dificultades para pagar por una recarga de su teléfono celular.
A menos de dos kilómetros, instalada en una gran butaca rosada, la pequeña Lucie sigue con atención a su maestra que da clases en línea.
Sola delante de un ordenador, la niña de 5 años está de uniforme, como exige su escuela.
«No creo que todos los padres haitianos dispongan de material informático a domicilio, de una conexión a internet de banda ancha y además está el problema de la electricidad», recuerda su padre, Jean Romuald Ernest, consciente de su suerte.
«La semana pasada, el profesor debió interrumpir las clases justamente porque su aparato no tenía más carga», cuenta este padre de tres niños, dos de los cuales volvieron a la escuela.
Canas a los 11 años –
El médico y su esposa contadora, son parte de la minoría con poder adquisitivo de un país donde 60% de la población sobrevive con menos de dos dólares diarios.
Pero no por ello escapan a la crisis y el clima de violencia que reina en el país.
«No tenemos niños, tenemos pequeños adultos», reflexiona Jean Romuald.
«Un niño que sobre la banquina de una ruta ve ruedas en llamas, una persona muerte, y que pregunta: ‘¿Papá qué es esto? ¿Por qué está pasando? Y el niño escucha disparos… Está estresado», se alarma este padre de familia.
«Descubrí horrorizado que mi hija de 11 años ya tiene canas. ¡Eso muestra su nivel de estrés! Debería ser un llamado de atención para todos», señala preocupado el hombre.
Ante la incertidumbre de la crisis política y la proliferación de pandillas armadas que cometen cada día secuestros, la ansiedad es el sentimiento compartido por todos los haitianos.
A pesar de las tragedias que sufren quienes dejan el país en las rutas de los inmigrantes, Kervens entiende a quienes se van.
«Tenemos nuestros sueños, pero no se pueden cumplir debido a la crisis del país. Es por eso que la mayoría de los jóvenes quiere irse al extranjero», concluye el joven liceal.