Cúcuta (Colombia) (AFP) – María Acevedo duda que los militares venezolanos dejen entrar la ayuda humanitaria reunida en la frontera con Colombia. Pero espera que aflojen si ven a decenas de mujeres abriendo paso a una caravana de suministros para paliar el severo desabastecimiento en su país.
Su familia es de militares. Dice que a la distancia, en la ciudad venezolana de Táchira, donde viven, apoyan el paso de insumos enviados por Estados Unidos ante la solicitud del opositor Juan Guaidó, reconocido como mandatario interino de Venezuela por unos 40 países, y rechazada por el gobierno de Nicolás Maduro.
«Yo también tengo familia que es militar, y mi familia está en contra también de eso, de que no dejen pasar la ayuda humanitaria, pero mi familia no puede hacer nada, solamente las autoridades de alto rango», dice a la AFP esta ama de casa de 26 años en Cúcuta, la ciudad colombiana a la que llegaron las ayudas estadounidenses.
Madre de tres hijos, María viaja con frecuencia a Colombia para comprar los enseres básicos que escasean en la nación petrolera, sumida en la peor crisis de su historia moderna que ha provocado la salida de 2,3 millones de personas desde 2015.
Aunque los camiones con alimentos y medicamentos enviados por Estados Unidos llegaron el jueves al centro de acopio establecido cerca del puente internacional de Tienditas, que une Colombia y Venezuela, aún es un misterio cómo cruzarán.
Colombia se limita a custodiar y resguardar los suministros. La responsabilidad de distribuirlos en Venezuela recae en los delegados de Guaidó, quienes además de batirse con la negativa de Maduro deberán resolver cómo desbloquear el puente, taponado por los militares venezolanos.
«Nosotras las mujeres somos las que tenemos que ayudar a pasar esa ayuda humanitaria. Los hombres no, los hombres no pueden hacer mucho aunque son fuertes y nos pueden ayudar. No pueden hacer mucho porque la autoridad de una vez arremete contra ellos», sostiene Acevedo.
– Como en 2016 –
Para ella, las mujeres deberán apelar a su papel de madres, hijas, hermanas y esposas para ablandar a los custodios de la frontera. En julio y diciembre de 2016 cientos de venezolanos cruzaron a la fuerza la frontera en Cúcuta, cerrada temporalmente por orden de Maduro, en busca de productos ante la mirada impotente de los guardias.
En julio de ese año, medio millar de mujeres, la mayoría vestidas de blanco, rompieron el cordón militar venezolano y entraron a Colombia para abastecerse. El equipo delegado por Guaidó para coordinar el envío de las asistencias no descarta usar esta vez el mismo mecanismo.
«El pueblo de Venezuela se va a unir en un corredor humanitario de la mano de los civiles y de la mano de los militares», señala Lester Toledo, nombrado coordinador internacional de la ayuda humanitaria por el mandatario encargado.
Junto a un puñado de migrantes que protestan pacíficamente a las afueras del puente Tienditas, Eduard Guzmán concuerda con Acevedo. A su lado, un compatriota suyo sostiene una pancarta con un pedido que parece salido de las bocas de la ama de casa y de Toledo: «Soldado, amigo, contamos contigo».
Guzmán llegó a Colombia caminando desde Valencia. Apunta a arribar a Bogotá en los próximos días en busca de una oportunidad para subsistir, pero hizo un alto en el camino para sumarse a la protesta en apoyo a la llegada de las asistencias.
«No quisiéramos salir del país de nosotros, que lo queremos mucho, pero la situación lo amerita. Nuestros niños están pasando hambre, no nos alcanza el dinero», dice sin despegar sus manos de un cartel que insta por el ingreso «ya, ya, pero ya» de la ayuda.
Las autoridades de los países que reconocen a Guaidó, encabezadas por Estados Unidos, piden al unísono a las fuerzas militares que desoigan las órdenes de Maduro para impedir el «show» de la ayuda humanitaria.
Aunque el presidente encargado insiste en que se trata de un acto humanitario, expertos coinciden en que también se trata de una movida de la oposición para poner a prueba la unidad de mando de los militares, apoyo fundamental del chavismo.
«La necesitamos, estamos sufridos (…) ya no podemos más», reclama el caminante Guzmán, minutos antes de que en los locales de cemento y ladrillo del centro de acopio se vislumbraran cientos de bolsas blancas con comida y medicinas que esperan seguir su camino hacia Venezuela.