Venecia (AFP) – Como un grito de dolor, el cine latinoamericano denuncia en el festival de cine de Venecia injusticias, racismo, clasismo y esclavitud moderna, con imágenes tan realistas que sacuden al espectador.
«Es agobiante esa historia», comenta aún impresionada la cinéfila italiana Silvana Sari, 65 años, tras asistir a la proyección del filme brasileño «7 Prisioneros», en la sección Horizontes Extra, entre las más innovadoras.
Dirigido por el estadounidense-brasileño Alexandre Moratto, de 33 años, autor del elogiado «Sócrates», la película narra con eficacia y ritmo el terrible fenómeno de la trata de humanos y la esclavitud a que están sometidos los trabajadores, tal como ocurre en el filme del venezolano Lorenzo Vigas, «La caja», sobre las maquiladoras en México, en competición oficial.
Producida por Netflix, la película de Moratto muestra el mundo que se esconde detrás de las persianas de algunas fábricas o almacenes de una gigantesca metrópoli como Sao Paulo, donde cientos de personas se encuentran reducidas a la esclavitud, lejos de sus familias, con el fin de enriquecer oscuros individuos.
Para abordar un fenómeno que se ha extendido inclusive en Europa –basta viajar al sur de Roma a las plantaciones de tomate para descubrir la situación de los inmigrantes que trabajan ilegalmente– el director no se limita a denunciarlo, sino que describe el dilema moral, familiar y social de todos los personajes, tanto el de las víctimas como el del victimario.
«La belleza de esta película está en la dirección perfecta, en la interpretación intensa de sus actores (algunos de ellos en la primera experiencia), en la crudeza del tema y sobre todo en la capacidad de mostrar el problema desde diferentes perspectivas, sin apuntar el dedo contra alguien», escribió en un artículo el diario Today del festival.
«Víctima y verdugo, parte de una misma historia»
La película muestra cómo los verdugos son a la vez víctimas y cómo las víctimas se convierten en verdugos, no hay «buenos» ni «malos», todos son parte de un engranaje perverso y de un sistema que para sobrevivir te obliga a encarar ese dilema.
«En el filme como en la vida todo tiene un precio», resumió en un encuentro con el público Moratto, tras contar que pasó numerosas semanas con equipos de Naciones Unidas que trabajan con indocumentados donde escuchó sus testimonios, entre ellos el de un boliviano que fue esclavo por 16 meses, «una historia que no pude olvidar», confesó.
«Aquí no hay ganadores. Víctima y verdugo son parte de una misma historia», reconoció el actor Rodrigo Santoro, en el odioso papel de Lucas, el hombre que tiene bajo llave a sus trabajadores y que los obliga a extraer el cobre de los cables, separar los metales de las chatarras de automóviles y les hace hasta pagar la ducha.
Con la participación de unas 16 películas en las diferentes secciones del festival, entre ellas cuatro en la competición oficial, el cine de América Latina ha demostrado que atraviesa un buen momento y que logra sacudir al espectador al contar el presente.
Fiel a la tradición del cine político y de denuncia, una nueva generación de realizadores, entre ellos el mexicano Joaquín del Paso, 35 años, con «El hoyo en la cerca», aborda el tema de la educación en México, su racismo y clasismo, para retratar las vacaciones de un grupo de adolescentes de una élite despiadada, tal como lo han sido sus muy católicos maestros.
«Está todo basado en hechos reales», contó el director, quien se formó en un colegio del ultraconservador Opus Dei y ahora lidera un grupo de cineastas independientes de varios continentes, Amondo Films Collective.