Granada (Colombia) (AFP) – Juan José Florián huyó de la guerrilla que lo reclutó cuando era adolescente y luego se vinculó al ejército. Un paquete bomba le amputó los antebrazos y una pierna y lo dejó tuerto. La natación lo rehabilitó, pero aspira a coronarse en los Juegos Paralímpicos como ciclista.
«Nunca me vi como deportista. Siempre mi sueño fue ser soldado, desde niño», dice sonriente a la AFP este atleta galardonado en natación estilo mariposa y ahora como pedalista.
Su vida tuvo dos giros importantes: cuando rebeldes de las FARC lo reclutaron a la fuerza y el día en que quedó lisiado tras la explosión de una bomba dirigida a su madre, víctima de una extorsión de la guerrilla.
A sus 38 años, Juan José es uno de los 30 ciclistas más jóvenes del mundo con clasificación C1 – la que distingue a los deportistas con mayor discapacidad – y el único colombiano en su condición que está certificado por la Unión Ciclista Internacional.
«Entre los de mi categoría, soy el más jodido, el más amputado de todos», agrega, acostumbrado a reírse de sí mismo, levantando triunfalmente los brazos mutilados.
Orgulloso del apodo «Mochoman» que le dieron sus seguidores, pedalea cada mañana alrededor del municipio de Granada, en el departamento de Meta, por las planicies de los Llanos orientales.
Niño soldado –
Un halo de tristeza cubre la mirada de su único ojo sano al recordar la noche de 1997, cuando aparecieron unos guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que firmaron la paz el 24 de noviembre de 2016.
«Mi hermano mayor se había ido para el ejército (…) Si se daba un hijo al gobierno, según ellos, había que dar uno a la revolución», agrega el que fue uno de los 6.068 niños soldados de la guerrilla marxista, según el Centro Nacional de Memoria Histórica.
El conflicto, que devasta Colombia desde hace más de medio siglo, ardía en la región. «En la noche, miraba el trazado de las balas. Eran nuestros fuegos artificiales». Tenía menos de 15 años.
Al menos un combatiente de cada cuatro rebeldes o paramilitares era menor de edad, precisa un informe de la ONG Human Rights Watch.
Un «regalo de la vida» –
Tras nueve meses en las FARC y a más de 300 km de su casa, escapó y se entregó a los militares. A los 18 años se unió al ejército.
El 12 de julio de 2011, mientras estaba de permiso en la casa de su madre, quien se resistía a pagar una extorsión de la guerrilla, Juan José se topó con un paquete explosivo frente a la vivienda.
«Salimos para ir al centro a comprar hamburguesas. Con la puntita del ojo miré una bolsa. Me agaché, no sé si la apreté, la moví – esos momentos se me borraron de la mente -. Se accionó y destruyó parte de la casa».
Su piel echaba humo. Juan José no siente los brazos, ni la pierna derecha.
«Le dije a mi hermano que sacara la escopeta y que me pegara un tiro en la cabeza. ¡Afortunadamente no lo hizo!», exclama, ahora que ve en esa bomba un «regalo de la vida».
Siguieron doce días de coma, múltiples operaciones, un año de rehabilitación física, y todavía más tiempo para superar el trauma. Durante el proceso, descubre los Juegos Paralímpicos y el placer de nadar.
«Tragué agua, bastante. Pero quería pararme en un podio», dice mostrando su primera medalla de oro obtenida en 2013 en Mineápolis, Estados Unidos.
Cuatro años después de la explosión, Juan José salió pensionado de las fuerzas militares.
Tokio, si no París –
Otras decenas de medallas decoran «el árbol del triunfo» tallado en madera flotante por su hermano mayor. Se suman trofeos como ciclista granjeados en los últimos tres años, desde su primera Copa Mundial en Holanda.
Con más posibilidades de victoria como ciclista que en la natación, adaptó una bicicleta. Ingenieros de la Fuerza Aérea concibieron soportes en fibra de carbono para los muñones de sus codos y rodilla. Juan José cambia las velocidades con la boca y acciona los frenos con el muslo.
Aunque la pandemia lo privó de ingresos por conferencias y carreras de exhibición, la postergación de los Juegos Olímpicos para 2021 le conviene.
«Me gané un año más de entrenamiento (…) Y si no es Tokio, ¡será París!», se entusiasma, esperando sumar puntos en la Copa del Mundo en mayo y el Mundial de ruta en junio.
En su pequeña casa, se reencuentra con su pareja y entrenadora Angie Garcés, y su hijo de tres años. «Aprendí de Juan José a no decir ‘no puedo’, a seguir adelante», explica la mujer.
Estudiante en administración de empresas, esta joven de 22 años gestiona también su marca de equipos deportivos «Mochoman». El logotipo: una M que surge de «la llama de la vida», subraya Juan José, «no de la bomba» que le valió un «segundo nacimiento».