Chacaltaya (Bolivia) (AFP) – Los ojos de Bernardo Guarachi se iluminan cuando recuerda los días gloriosos del Chacaltaya. Con 68 años y tras haber escalado los picos más altos del mundo, este montañista boliviano contempla las ruinas de lo que fue la pista de esquí más alta del mundo. Hasta que se quedó sin hielo.
«Hoy es un cementerio», dice Guarachi, de tez cobriza y pelo azabache, mientras frunce el ceño bajo el sol abrasador.
Señala hacia arriba: solo quedan los postes y cables oxidados de las aerosillas. Recorre con la mirada la rampa de 400 metros por la que antes se deslizaba a toda velocidad. El castillo de hielo se transformó en un mar de rocas.
«Aquí estaba lleno de esquiadores entre sábado y domingo», comenta.
A unos 5.300 metros de altitud, el complejo Chacaltaya era un paseo obvio de fin de semana para muchas familias de La Paz, a 30 kilómetros. Pero para 1998, solo quedaba el 7% de su extensión de 1940.
En 2009, cuando desapareció, se transformó en un testimonio aterrador del avance acelerado del cambio climático.
Bolivia ha perdido aproximadamente la mitad de sus glaciares en los últimos 50 años y estudios indican que la situación empeorará si la temperatura del planeta continúa en aumento.
Según el Atlas de Glaciares y Aguas Andinos, publicado en 2018 por la Unesco y la fundación noruega GRID-Arendal, «el calentamiento previsto provocaría la pérdida del 95% del permafrost (suelo permanentemente congelado) en Bolivia para 2050», así como «la pérdida de casi todos los glaciares».
Pocos lo tienen tan claro como Edson Ramírez. Este glaciólogo de la estatal Universidad Mayor de San Andrés realizó uno de los estudios más ambiciosos sobre el impacto del calentamiento global en los Andes bolivianos. Además, fue el primero en inventariar sus glaciares y, en algunos casos, «documentar su muerte».
«Todos los glaciares que son similares a Chacaltaya (…) están sufriendo el mismo proceso de derretimiento, de muerte», asegura el experto.
A fines de los noventa, Ramírez y otros científicos midieron la parte más gruesa del glaciar, que entonces era de 15 metros.
«Sabíamos que, en los siguientes 15 años, el glaciar podría desaparecer».
Para su sorpresa, desapareció 11 años después.
Irrecuperable –
«La temperatura del planeta ha subido al punto en que ya no podemos tener nieve en estos sitios», explica Ramírez, de espaldas al vacío de un valle antes ocupado por un gran macizo de hielo.
De acuerdo con algunas previsiones, las temperaturas andinas podrían aumentar entre 2 y 5 grados antes del fin del siglo XXI.
La altura a la que se encuentra el Chacaltaya, agrega el científico, es una «línea de equilibrio»: debajo de ese umbral ya no se acumula la nieve que «alimenta» los glaciares al transformarse en hielo.
El paisaje da cuenta de ello: unas pocas copas blancas se divisan entre las sierras de rocas ocre.
La cordillera de los Andes concentra casi la totalidad de los llamados «glaciares tropicales», ubicados en una gran franja alrededor de la línea del Ecuador, y el 20% está en Bolivia.
Como los gigantes de hielo que se derritieron no resurgirán, el desafío es preservar los que siguen ahí.
«Debemos tomar acciones urgentes entre todos los países para que logremos bajar la temperatura del planeta», advierte Ramírez.
¿Culpa de quién? –
Guarachi mira hacia el horizonte. A lo lejos se adivina el terracota de las casas de adobe insignia de El Alto, ciudad vecina de La Paz. Se queja de la espesa capa de smog que las envuelve.
En el puesto 80 de emisión de gases de efecto invernadero entre 181 países, Bolivia presentó este año una iniciativa a las Naciones Unidas para que los países con mayores emisiones aumenten «entre cinco y diez veces» el financiamiento a los países más afectados y eleven sus metas de reducción de emisiones.
Para Ramírez, no obstante, el país sudamericano no está libre de responsabilidad.
El hielo que los glaciares acumulan surge de la humedad que viene desde la cuenca amazónica, destaca. Y asegura que los millones de hectáreas que se queman cada año en Bolivia «también influyen en el estado de los glaciares» y aceleran su derretimiento.
«Al medioambiente se lo veía de manera inerte porque era una limitante para el crecimiento económico, pero si tú lo impactas, ¿a quién impactas? A ti mismo», afirma la economista y bióloga Karina Apaza.
Ese impacto podría dejar a millones de bolivianos sin agua. En épocas de sequía, el deshielo aporta hasta el 85% del agua que consumen los paceños, que han debido racionar su uso varias veces en los últimos cinco años.
Los agricultores de las tierras altas también están sintiendo el efecto y ofrendas a la Madre Tierra entre plegarias por el agua se han vuelto moneda corriente.
Como si no se enterara de la fatiga que la altitud provoca, Guarachi se pasea alrededor de la caseta del Chacaltaya, un refugio de montaña estilo alpino edificado a fines de los años ’30 al borde de una cornisa. Más de una década después de haber hospedado al último esquiador, la cabaña está en franco deterioro.
El veterano del alpinismo se abre paso montaña arriba. Se aleja dando pasos firmes sobre el ínfimo manto de nieve que todavía se forma en invierno.
«Debemos cambiar de mentalidad. Dejaremos de ser ambiciosos, dejaremos que la Tierra aguante más, porque yo preferiría tener agua que tener mucho dinero. ¡De verdad! Puede que tenga mucha plata, pero no va a poder ni comprar agua porque los glaciares están acabándose», sentencia.