Ecatepec (México) (AFP) – Pese a estar habituados a una elevada criminalidad, los vecinos del empobrecido y vasto municipio mexicano de Ecatepec se confiesan estremecidos y asustados al saber que una pareja de asesinos en serie, que podría haber matado hasta a 20 mujeres, compartía con ellos rutinas y espacios.
«Esa es la casa», dice una mujer delgada y canosa que acaba de comprar en la panadería de la cuadra, mientras señala el inmueble color celeste sobre la calle Playas de Tijuana, en el barrio Jardines de Morelos, donde el 4 de octubre policías del central Estado de México descubrieron el horror.
En uno de los nueve cuartos que se rentan allí para vivienda, Juan Carlos «N» y Patricia «N» vivían y almacenaban -en su refrigerador doméstico y en recipientes- los restos despedazados de varias mujeres a las que atrajeron con engaños.
Jessenia Cruz, de 32 años y dueña de la peluquería que ocupa desde hace apenas dos meses la planta baja del inmueble, aún no haya una explicación. «¡Imagínese la impresión! … está muy feo eso, imagínese, un señor psicópata, horrible».
Laura, de 60 años y dueña desde hace tres décadas de una mercería ubicada a pocos pasos, dice sorprendida que el presunto asesino serial «era una persona insignificante, como cualquiera, que pasaba y saludaba».
Dice que la pareja llegó hace seis meses al barrio y más de una vez se acercaron a su negocio a ofrecer en venta perfumes y quesos.
A algunas de sus víctimas, jóvenes madres solteras, según la investigación del fiscal, les vendían «ropa de paca», término que alude a los cargamentos de prendas de desecho que acaba siendo vendida en las zonas más deprimidas de la ciudad, detalla Laura.
– Nervios alterados –
Para Ecatepec, y sus 1,7 millones de habitantes, el descubrimiento de esta pareja asesina corona con espinas su sitial como uno de los municipios con mayor índice de feminicidios en México.
Tomy González, de 41 años y quien trabaja vendiendo comida por allí, confiesa que la noticia acentúa la tensión que experimenta como vecina del municipio.
«A amigas que tienen niñas que están muy bonitas, que son a las que más se llevan, les digo: tengan cuidado, no las dejen solas», dice sin poder ocultar el alivio que significa tener dos hijos varones ya adolescentes.
«Me ha alterado mucho los nervios pensar que tenemos gente tan mala alrededor y la vemos tan normal», añade.
La idea de ser vecinos de un presuntos asesinos en serie, personajes tan divulgados por la cultura popular en decenas de historias y películas, atemoriza y sorprende incluso en un barrio considerado «zona roja» por la elevada criminalidad.
Pero Hugo Sánchez, doctor en psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México, desmiente esta idea y afirma que este tipo de criminales, que actúan repetitiva y sistemáticamente, tienen «una gran historia» en México que no ha sido suficientemente divulgada.
Casos como el de Juana Barraza, asesina serial de ancianas, activa en los primeros años de este siglo y conocida popularmente como «La Mataviejitas», o los numerosos sicarios del crimen organizado, responsables de decenas de muertes, son algunos ejemplos, según Sánchez.
– «No es casualidad» –
«La sociedad va dando ciertas condiciones, por ejemplo pobreza extrema, hacinamiento, problemas de estrés, problemas de ansiedad, y esto va generando condiciones para que puedan aparecer desde rasgos psicóticos hasta psicopatía», explica.
Así, zonas marginales y con ausencia de la autoridad, como Ecatepec, terminan constituyendo un terreno fértil para criminales de toda índole.
«No es una casualidad trágica, es un problema de condiciones sociales que ha permitido que la violencia se incremente», subraya Sánchez, quien preside la Sociedad Iberoamericana de Neurociencia Aplicada.
A la vuelta de Playas de Tijuana, sobre la calle Pie de la Cuesta, un terreno que la pareja utilizó como improvisado tiradero de restos humanos, y que fue acordonado por la policía, fue convertido por activistas contra el feminicidio en un improvisado santuario para recordar a las víctimas.
Letreros con mensajes como «Ni una más: basta» y «No más feminicidios: Justicia», cuelgan sobre cubetas con flores y algunas veladoras.
A unos 80 metros, sobre la jardinera central de una avenida, las activistas improvisaron un espacio similar, donde también incluyeron cruces. En una de ellas se lee el mensaje «Nos queremos vivas».
«Agradezco que no tenga yo familia de mujeres cerca de aquí», dice David Rosales, de 60 años, y quien pasa cada día al lado del terreno.
«Estoy sorprendido y la verdad un poco asustado», concluye.